- Ninguna encuesta honrada puede anticipar cuántos votos tendrán los partidos de la España vacía o lo que sea que se forme en torno a Yolanda Díaz, por la sencilla razón de que aún no existen
Nos hartamos de repetirlo sin conseguir que nos hagan caso: las encuestas muestran el presente, pero no adivinan el futuro. Son herramientas diagnósticas que ofrecen una imagen precisa del estado del organismo que se somete a su observación (en este caso, el organismo social). Las predicciones que se hagan a partir de ahí son por cuenta del intérprete. Cuando vean a un demóscopo ejerciendo de arúspice, es que en ese momento ha cambiado de disciplina (lo que es legítimo y en ocasiones útil, pero conviene siempre aclararlo). Si además la cámara está tan trucada como los espejos del Callejón del Gato, lo más probable es que se trate de José Félix Tezanos.
Siendo esta una verdad básica y universal de la demoscopia, lo es doblemente en la España actual. Porque el mapa electoral que los ciudadanos entrevistados tienen a la vista está próximo a transformarse sustancialmente; y mientras los nuevos accidentes del terreno no se hagan visibles para el público, ninguna encuesta basada en sus respuestas estará en condiciones de incorporarlos a la imagen.
En 2015 desapareció un sistema de partidos, basado en el bipartidismo, y emergió otro, con cuatro partidos de ámbito nacional a los que más tarde se añadió Vox, el quinto pasajero. También hubo cambios —aunque no tan drásticos— en el espacio nacionalista. Básicamente, ese mapa se ha mantenido vigente hasta ahora, es el que se refleja en la composición del Parlamento y el que los ciudadanos contemplan cuando se les pregunta por su intención de voto. Por tanto, es el que, honestamente, muestran las encuestas honestas.
Pero todos presentimos que el ‘régimen de 2015’ está políticamente caduco y pronto lo estará también electoralmente. Los dos partidos que entonces irrumpieron para representar la llamada ‘nueva política’, Ciudadanos y Podemos, saltaron por los aires y sus líderes se dedican a otras cosas. En el lugar que ocupó el partido de Rivera se abrió un enorme socavón que —por mucho que se empeñen Teodoro García Egea y el fontanero tránsfuga Hervías— nadie ha podido llenar hasta ahora. En el espacio que construyó Iglesias se diseñan los planos de una nueva criatura política de la que solo se saben con certeza dos cosas: que la palabra Podemos desaparecerá de la marca y que, si finalmente hay parto, la propiedad será múltiple, pero en las carteleras figurará Yolanda Díaz como estrella de la función. Todo lo demás es pura especulación, y la demoscopia seriamente practicada se lleva muy mal con la especulación, la conjetura, los futuribles, la astrología, la quiromancia, la hechicería y otras artes adivinatorias.
Por si algo faltara, en las entrañas del sistema se gesta un fenómeno que, de cristalizar, supondría un salto cualitativo en el vertiginoso proceso de cantonalización de la política española. La cosa empezó con un buen libro de Sergio del Molino (‘ La España vacía. Viaje por un país que nunca fue ‘, Ed. Turner, 2016), siguió con un partido provincial turolense que, con el escaño más barato del Congreso (19.761 votos), decidió el Gobierno de España y lleva dos años sacando oro de las piedras (si en una de estas Teruel Existe pide puerto de mar, no duden que Sánchez se lo prometerá) y la eclosión vendrá cuando la moda se convierta en plaga y asistamos, 10 siglos más tarde, a la reaparición de la España de Taifas en plena Unión Europea.
Hoy hay 20 partidos políticos en el Congreso: de ellos, solo cinco (seis, si somos generosos con el partido madrileño de Íñigo Errejón) tienen ámbito nacional. Todos los demás compiten únicamente en su territorio, responden a lógicas estrictamente locales, se nutren del identitarismo (la enfermedad infantil de la izquierda reaccionaria en el siglo XXI) y miden su éxito político por los privilegios y bagatelas que son capaces de arrancar para su pueblo al Gobierno precario de turno.
La España que describió Sergio del Molino está vacía de habitantes, pero repleta de escaños en el Congreso. Son escaños doblemente estratégicos: porque quien los conquista se los quita a uno de los dos grandes partidos y porque, en un Parlamento ultrafragmentado y sin mayorías claras, cada uno vale su peso en oro. Hoy, las provincias del interior sin un diputado en el Congreso con el nombre de su pueblo tienen el sentimiento —no totalmente infundado— de estar haciendo el idiota. Y se disponen a remediarlo en cuanto se abran las urnas de nuevo. Algún historiador futuro dirá que el inventor de Teruel Existe hizo más por la centrifugación política de España que Junqueras y Otegi juntos.
En un Congreso en que el partido más numeroso controla apenas un tercio de la Cámara y cada votación depende de 15 o 20 partidos comprometidos exclusivamente con sus intereses locales, es imposible planificar y desarrollar una política nacional de cualquier tipo, sea económica, de infraestructuras, tecnológica, climática…Incluso un plan demográfico que buscara seriamente resolver la crisis de la que nació esta diáspora política resultaría inviable en semejante gallinero.
Todos temen la aparición del monstruo. Pero, secretamente, la izquierda espera que perjudique más a la derecha porque son provincias tradicionalmente conservadoras; y la derecha confía en que esos votantes salgan en mayor medida del espacio de la izquierda, que es quien ha inoculado en la sociedad la peste ideológica identitaria. Probablemente, ambos tienen razón. Si el fenómeno cristaliza en esas provincias, la izquierda perderá los votos y la derecha los escaños. España, al fin y al cabo, solo seguirá perdiendo a chorros su razón de ser.
Ninguna encuesta honrada puede anticipar cuántos votos tendrán los partidos de la España vacía o lo que sea que se forme en torno a Yolanda Díaz, por la sencilla razón de que aún no existen, y los encuestados tienen la sana costumbre de pronunciarse únicamente sobre lo que existe y puede verse y tocarse. No obstante, se han publicado recientemente algunos excelentes estudios de gabinete sobre su posible impacto electoral.
No es ocioso, por ejemplo, calcular que, con el voto de la izquierda oficialista estancado en el 40% (en las estimaciones más optimistas) y sin perspectivas próximas de crecer, todo lo que gane Yolanda Díaz será a costa del PSOE, en un juego de suma cero a efectos de mayorías. Ella lo sabe, razón por la que ha convertido el Ministerio de Trabajo en una oficina electoral. Sánchez también lo sabe, aunque sigue sin encontrar el antídoto. El antídoto era Iglesias y se largó. Algunos cortesanos del sanchismo lo celebraron y hoy lo añoran.