Guillermo Garabito-El Español
 

Desde 2018, el PP no sabe lo que es el PP. Podría ser un club de fútbol, una asociación de vecinos, una start-up que revolucionó el yoga para jubilados. Pero un partido de gobierno no.

Se mira al espejo y no se gusta, como esa edad tonta por la que pasan algunos hombres cuando quisieran tener veinte años menos y que el mundo siguiese siendo siempre igual, pero ya nada es lo mismo y ellos no saben qué hacer.

Les han cambiado los códigos y los principios, y al PP además le han cambiado hasta el escenario. Por cambiarle le han cambiado hasta España. Esta ya no es aquella otra España que sabía que el Estado no negocia con terroristas. La que entendía lo que había costado darse una Constitución como para ahora despreciarla. La que decía que Barcelona era española, europea, cultural, y no una república de tratantes de la intolerancia.

Este ya no es aquel país, entre otras cosas porque el PSOE que tenía enfrente el PP ya no es aquel PSOE. Han sido los de Pedro Sánchez los que han cambiado el escenario. Los que ensancharon la brecha, los que entonaron el todo vale. Incluso la infamia de pactar con los que creen que hay españoles de primera, de segunda y hasta de tercera a los que privar de lo que regalan despreocupadamente a otros por una mera cuestión geográfica y de chantaje institucional.

El PP sigue pensando que algún día una mayoría absoluta de los españoles volverá a verlo igual. Que España será nuevamente aquel país alegre de los 90 en el que no se medía lo corto de la falda de las azafatas y un presidente socialista desalojaba del Congreso, sin miramientos, a los de HB que no juraban el cargo con la fórmula que recoge el reglamento.

El PP de Feijóo está por comprarse una moto, que es lo que hacen algunos tíos cuando se les desmadra la pitopausia, como si la moto les definiese. Pero liderar es otra cosa.

En cualquier curso básico te explican que una marca, un producto o un partido, cuando quiere liderar, hace que el resto de competidores se midan por sus estándares. Crea ránkings inexistentes para encabezarlos, hace que el resto entre por el mismo ojal. Eso lo entendió Pedro Sánchez, tal vez porque se lo explicó Iván Redondo, y por eso en el PP ahora van detrás. Justificándose constantemente con eso de que no son extrema derecha.

[Moncloa cree que la fallida investidura de Feijóo hará obvio que no es alternativa y le arrincona junto a Vox]

Ahí es donde los quiere Sánchez porque es donde se vuelven irrelevantes como partido con opciones de gobierno, y también como oposición. Están más ocupados contándoles a los votantes sus complejos que diseñando una alternativa de gobierno. Exactamente por esto no quieren ser el PP, sino que desde hace tiempo sólo aspiran a refundar el PSOE.

Feijóo le han hecho creer que su partido sólo puede ser o Vox o el PSOE. No le cabe en la cabeza, como tampoco le cupo a Casado, que el PP pueda ser el Partido Popular, liberal en lo económico, conservador en las formas y, con todo, socio de un partido como el de Abascal.

Lo que necesita el PP para gobernar empieza con Feijóo yendo a la investidura, aunque se quede a cuatro votos en el intento. No puede hacer como Arrimadas en Cataluña después de las elecciones de 2017. Ganarlas conlleva la responsabilidad de explicarle a la Cámara el proyecto de país que se tiene, y de paso así se enterarían también los españoles.

El de Pedro Sánchez lo tenemos claro sin necesidad de escucharle. Empeñar el país en el primer monte de piedad que encuentre con tal de seguir pagando el impuesto revolucionario que exigen sus socios para permitir esta precaria estabilidad.