Manuel Montero, EL CORREO, 20/8/12
¿Qué hacer si el discurso lleva hacia el término innombrable? Sucede con chocante frecuencia porque ‘España’ o su nicho conceptual son omnipresentes en el pensamiento vasco
En la sociedad vasca las palabras vienen cargadas de connotaciones. Se habla en argot ideológico. ‘Derecho a ser’, ‘fase resolutiva’, ‘españolista’, ‘lucha armada’, ‘uno de los nuestros’, ‘preso político’… Dime cómo lo dices y te diré quién eres.
Están también los tabúes. Lo que no se puede decir. En el País Vasco el habla políticamente correcta la forman también vacíos. Abundan los decires que suenan malsonantes, por lo que no se usan. De raíz nacionalista, toda la sociedad vasca suele asumir tales proscripciones verbales.
El principal tabú es ‘España’, el agujero negro del habla vasca. No suele pronunciarse. Decir España sugiere que el hablante reconoce no sólo que existe, que ya sería, sino que tiene alguna legitimidad, y eso ya no. Además, invocar a Belcebú puede darle consistencia, con los males que se derivarían del maligno. Ni siquiera suele usarse en régimen de equidad a País Vasco –‘Euskadi y España’, por ejemplo–, pese a que les pondría en pie de igualdad. Otorgaría a España –dicha sea con perdón– alguna sustancia. Ni cabe considerar la posibilidad.
¿Qué hacer si el discurso lleva hacia el término innombrable? Sucede con chocante frecuencia, porque ‘España’ o su nicho conceptual son omnipresentes en el pensamiento vasco. El orador debe agilizar su mente, buscar la perífrasis o el sinónimo. De no encontrarlo mejor callar, no piensen que uno es un facha, un ignorante, un represor o, peor, un español. Valen los siguientes sinónimos: Estado español, el Estado, el entorno, el contexto, la península, el país vecino, el ámbito en el que estamos insertos, los pueblos del Estado, el conjunto del Estado… Todo antes de la palabra maldita.
La negación de España es una de las razones de ser del nacionalismo, lo que explica el anatema. Otras veces cuesta más entender la excomunión, aunque es rotunda. Un ejemplo es ‘provincia’, que hoy se dice ‘territorio histórico’: se hace raro que haya tenido éxito un giro tan artificial, inventado hace poco más de treinta años.
El nombre ‘provincia’ para designar a Vizcaya, Guipúzcoa y Álava fue eliminado oficialmente en los comienzos del periodo autonómico. Quedó estigmatizado por asociarse a una imposición administrativa española y, en particular, franquista, si bien el resquemor viene de atrás, de tiempos de Arana: el nacionalismo vasco nació aborreciendo el término ‘provincia’.
La tradición sabiniana y la tirria que levantan las denominaciones españolas llevaron a que, en cuanto pudo, el nacionalismo liquidase el término ‘provincias’. También influiría el propósito de que fueran las únicas provincias que no se llamasen así, para más identidad vasca. Lo curioso es que el término provincias, para Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, tenía antigüedad y tradición, mucho mayor que el resto de las provincias españolas, que recibieron las circunscripción y el concepto en 1833. Lo de las provincias vascas venía de mucho más de atrás. En la Edad Moderna se las llamaba Provincias Exentas (por lo de no pagar impuestos) o Provincias Forales.
Hoy el nombre ‘provincia’ está mal visto, hace a españolista. Su uso deja claro que el orador desconoce los más elementales vericuetos del habla vasca. O bien que es un imperialista apegado a la lengua de la opresión o un español tardofranquista. ‘Territorio histórico’ es lo oficial y en tierra de vascos conviene ser políticamente correcto.
Entre las denominaciones históricas estaba también ‘Vascongadas’. Es nombre secular, de prosapia y uso habitual en la documentación y en la literatura. No tenía particulares connotaciones políticas hasta que el nacionalismo se las localizó insultantes. Interpretó que, además de sonar a españolista, significaba ‘vasconizadas’, sugiriendo que tales provincias (los territorios) no eran vascas de origen. El término cayó fulminado y está en desuso, a no ser como latiguillo peyorativo. Hoy sólo se usa cuando el nacionalismo radical ironiza sobre el Gobierno vasco llamándole vascongado, con retintín y sarcasmo, afeándolo por no mandar en toda la territorialidad.
Son muchísimos los vocablos y conceptos que han caído en desgracia (y los que caerán, pues esto está montado sobre la búsqueda del anatema). No ha de pronunciarse ‘vascuence’, que suena fatal tras siglos de uso, ‘País Vasco francés’ (no digamos español), ‘terrorismo’ (excepción: terrorismo de Estado), ‘extorsión terrorista’, ‘vasco navarro’ (menos en situaciones límites), ‘separatista’ (por razones que sería largo explicar aquí), ‘adiós’ o ‘fin del terrorismo’.
Las proscripciones lingüísticas afectan incluso a términos que se mueven en el terreno de la privacidad. Pasa con los coloquiales ‘papá’ y ‘mamá’ (incluso ‘padre’ y ‘madre’ están en vías de extinción). No los usa el nacionalismo y desaparecen del habla común, pues suenan a español rancio. Influye el sistema educativo y el ambiente. Una voz infantil ‘papá’ o ‘mamá’ en una playa, parque o patio de escuela se percibe inmediatamente como un uso chocante, del que se infiere que a la criatura no le están educando en la correcta dirección. Los padres, ya entusiasmados o porque no quieren quedar en evidencia ni que los niños sean vistos como raritos, procuran que el trato cambie a aita y ama, incluso si desconocen cualquier otra expresión en euskera.
Esta sustitución del trato filial –lo es para gran parte de la sociedad vasca– constituye uno de los principales logros en la formación de una lengua identitaria en castellano. Los padres rompen con las palabras que dijeron de niños, que suelen asociarse con el afecto, y dicen las novedades sociales de evocación política.
Manuel Montero, EL CORREO, 20/8/12