Tonia Etxarri-El Correo
Llegamos al fin del recorrido tras una campaña bronca que comenzó demasiado pronto para cubrir las urgencias de una convocatoria electoral en una fecha tan desmovilizadora como la del 23 de julio. El enfado de tanta gente al tener que hacer de su derecho a votar una gesta sin precedentes preconiza una reacción de participación récord, según los expertos demoscópicos. Los plebiscitos suelen remover a los más desentendidos y es así como se han planteado estas elecciones generales. Con Sánchez o contra Sánchez, como él mismo se ha presentado. Y en el barullo saltan los pronunciamientos de intelectuales a los que no se les pedía que mostraran su papeleta al escribir su artículo.
En estas elecciones designamos directamente a nuestros congresistas y senadores e indirectamente al presidente del Gobierno. Se examina la gestión de Sánchez y las propuestas de la oposición, con el dardo envenenado de las alianzas de cada cual. Y con una comparación perversa: Vox y Bildu en la misma balanza.
Pero así está el ambiente electoral. También en Euskadi, donde el PNV se resiste a perder su sexto escaño en beneficio de Bildu y donde los socialistas, como el PP, prevén ganar un diputado. Decisiones como los indultos a los condenados por un delito de sedición que el propio Sánchez borró del Código Penal, la rebaja de penas por malversación o la ley del ‘sólo sí es sí’ que ha puesto a violadores en la calle antes de tiempo, la polémica Ley Trans o la de Memoria Democrática y los constantes cambios de opinión están desestabilizando a muchos seguidores socialistas en el resto de España. Las urnas dirán si la irrupción de Zapatero en el ruedo ha sido un tremendo error.
Pero el trago más amargo es tener que explicar que ha estado sometido a voluntad de ERC y Bildu. Quizá por eso, un Sánchez resignado habla ya en nombre de la coalición entre su partido y el formato de Yolanda Díaz. Pero necesitará más apoyos. Y si es el candidato preferido de Junqueras y Otegi, en esa elección llevará su penitencia.
El PP de Feijóo cuenta con la ventaja de presentarse como un partido que superó las etapas anteriores de corrupción y que ahora se permite aparecer como una formación sin fisuras pero integradora. Con Borja Sémper y Cayetana Álvarez de Toledo. Pero con el hándicap de que necesite a Vox para gobernar.
Del balance de esta legislatura habrá que concluir que los extremos distorsionan la convivencia. Es cierto que a Felipe González, cuando perdió por la mínima en 1996, no se le ocurrió parapetarse tras un gobierno Frankestein para prolongar su mandato. Pero con Sánchez no será lo mismo. Ha dicho que si no gana él volveremos a las tinieblas. No es cierto. Nuestro sistema democrático, afortunadamente, está asentado a pesar de los intentos de reventar la Constitución desde el flanco de Pablo Iglesias, ahora agazapado tras Sumar. Lo que está en juego es la fragmentación de la soberanía popular. Un cambio constitucional. Sánchez no lo dice. Pero sus socios, sí.