ESTEBAN HERNáNDEZ-El Confidencial

Los disturbios de EEUU fueron iniciados por una chispa a la que todos los países estamos expuestos. Un informe del IEEE describe bien a qué escenario nos enfrentamos

A estas alturas, resulta curioso recordar las predicciones que se hicieron sobre el futuro de China. Se nos decía que el ascenso del país asiático no era de temer, ya que era un gigante con los pies de barrio. Una de las fuentes de debilidad futura residía en su crecimiento económico: conforme sus ciudadanos fueran aumentando su nivel de vida, someterían a mayor presión a su Gobierno, ya que demandarían más libertades y estarían menos dispuestos a sufrir un régimen opresivo. Una vez estabilizadas las necesidades materiales, darían el paso siguiente y tratarían de ascender en la pirámide de Maslow, lo que obligaría al Gobierno chino a abandonar muchas de las restricciones impuestas o a utilizar un plus de control; cualquiera de las dos cosas minaría la cohesión interna y debilitaría al régimen comunista.

A quienes afirmaban estas tesis, que desgranaban con aplomo, se les olvidó mencionar que, mientras tanto, las poblaciones occidentales iban viendo reducido su nivel de vida, lo que iba a generar mucho descontento y a aumentar la presión sobre los gobiernos; y si estos no respondían de la manera adecuada, el malestar iba a extenderse, lo que volvería muy frágil la cohesión interna. No era tan difícil de adivinar, pero nuestras élites económicas e intelectuales estaban pendientes del mundo del futuro, el de los grandes avances científicos y la reinvención tecnológica, por lo que las poblaciones no eran su objeto preferido de atención.

Los palacios de Invierno

La crisis de 2008 vino a introducir algunos puntos de fricción sobre estas fantasías, al debilitar a las clases medias y empobrecer a las clases trabajadoras, lo que llevó al nacimiento de nuevos partidos políticos y de nuevas tendencias ideológicas que no eran demasiado complacientes con el sistema. Muy a menudo, las advertencias sobre el malestar social recurren a la imagen de masas de desfavorecidos asaltando los palacios de Invierno. Ocasionalmente ocurre, pero son excepciones en la historia. Lo más habitual es que se exacerben los descontentos existentes, como estamos viendo, y que la demanda de derechos, a menudo identitarios, adquiera formas más violentas.

La falta de expectativas socioeconómicas a corto y, sobre todo, a medio plazo fortalecerá el descontento y espoleará los disturbios

Desde ese escenario, hemos de afrontar una nueva crisis que hará que llueva sobre mojado. El telón de fondo lo explica bien el coronel de artillería José Luis Pontijas en su análisis ‘Efectos geopolíticos de la COVID-19: punto de situación’, realizado para el Instituto Español de Estudios Estratégicos. La recesión que viene acentuará el declive de las clases medias y el de las trabajadoras y empujará hacia abajo a una parte sustancial de la población. La falta de expectativas socioeconómicas a corto y, sobre todo, a medio plazo fortalecerá el descontento y espoleará a un sector de la población hacia los disturbios. “De ser así, los Estados se verían obligados a sofocarlos, convirtiendo las ciudades, nudos de comunicación, infraestructuras estratégicas, etc., en el escenario de confrontaciones, en una espiral de violencia y desintegración social que pudiera amenazar la estabilidad misma de las sociedades. Aquellas naciones aquejadas de fracturas previas (étnicas, religiosas, políticas, etc.) serían especialmente vulnerables”.

La diferencia

Es una secuencia lógica: empobrecimiento, falta de perspectivas, malestar, disturbios, represión. Nada que no nos haya enseñado la historia y de lo que no nos haya advertido la crisis de 2008. Dado que las causas del malestar no han sido atajadas, las tensiones han ido en aumento; ahora con un elemento diferencial, que explica el motivo de que estas revueltas estén produciéndose en un país hegemónico, EEUU, y se extiendan por otros del primer mundo, como Francia.

«Estamos solos, no hay nadie que nos defienda, debemos ser nosotros mismos quienes lo hagamos»

Hace unos meses, se estrenó ‘Aguas oscuras’, una de esas películas que hubieran tenido mayor recorrido comercial en otra época. Es un drama jurídico, estilo ‘Erin Brokovich’, que relata un caso real, el de la pelea de dos décadas de un combativo abogado contra una gran empresa química, DuPont. Más allá de sus virtudes cinematográficas, ‘Aguas oscuras’ subraya un par de aspectos muy pertinentes para nuestro presente. El primero es la cada vez mayor dificultad para que estas demandas triunfen en los tribunales; es un elemento objetivo, ya que las leyes están modificándose en favor de las grandes empresas (las ‘class actions’ han visto reducido su margen de acción en EEUU), y por la postura menos amable de los jueces respecto de esta clase de demandas. El segundo es el mensaje que traslada a los espectadores; la moraleja de la película, “estamos solos, no hay nadie que nos defienda, debemos ser nosotros mismos quienes lo hagamos”, incide en esa sensación de desprotección a la que arroja la constatación de que las instituciones diseñadas para defendernos de los abusos tienden a ampararlos.

El factor último

Esa deslegitimación del sistema es precisamente la causa principal de las manifestaciones de EEUU. El factor último no es el racismo, sino la injusticia estructural: no es solo que existan policías racistas, sino que cuando cometen homicidios, en lugar de ser condenados, son liberados. El sistema no solo no funciona, sino que protege voluntariamente a quienes infringen las leyes. Así, su legitimidad tiende a desaparecer, y esto lleva a los enfrentamientos, porque ya no se forma parte de lo mismo: el Estado se divide entre nosotros y ellos, y nosotros estamos solos.

El declive de las democracias occidentales proviene de la utilización de las instituciones para obtener provecho privado

La represión cumple la función de dominar esa falta de legitimidad: cuanto menos hay, más intensa debe ser. Al romperse los caminos institucionales, el recurso al diálogo y a la justicia deja de estar operativo; es una cuestión de fuerza. En ese instante, la represión no se realiza únicamente desde la calle, sino que se articulan nuevos mecanismos legales para sancionar a quienes protestan, para controlar el Estado, para afianzar el poder frente a las nuevas amenazas. Y cuando esto ocurre, la democracia va desapareciendo lenta pero inexorablemente.

El paso siguiente

Ese es el momento estadounidense, pero es también el desafío occidental. Hasta ahora, la desinstitucionalización ha estado ligada a las confrontaciones políticas, ya que, con una frecuencia poco deseable, los partidos han tendido a utilizar sus recursos instituciones para atacar a sus adversarios políticos, y a menudo por razones nada ideológicas. España es un ejemplo más, y EEUU un caso claro. Buena parte del declive de las democracias occidentales viene por esta utilización de las instituciones para sacar provecho privado. Pero ahora quizás estemos en el paso siguiente, y se pretenda utilizar para controlar a las poblaciones. Medios técnicos existen y la predisposición, en un entorno tan polarizado, va en aumento. Los cambios políticos y económicos no se producen a menudo de golpe, de un día para otro, sino a través de pequeños pasos; cuando nos queremos dar cuenta, ya estamos en otro lugar.

En este sentido, conviene escuchar a Keith Elllison, fiscal general de Minesota, quien acaba de imputar a los cuatro policías que acabaron con la vida de George Floyd: “Todo el mundo dice que si se quiere detener los disturbios hay que reformar la policía. Pero ¿sabes qué? La Comisión Kerner dijo lo mismo en 1968. Hubo una serie de disturbios urbanos en la década de los sesenta provocados por la brutalidad policial, y el informe de la Comisión Kerner dijo: la chispa es la policía. Pero lo que hizo que la casa ardiera fue el desempleo, las infraviviendas, la pobreza concentrada, las personas sin oportunidades que necesitaban hacer algo, cualquier cosa, para decir que esto debe cambiar”. Tiene razón Ellison, esta es la chispa que puede iniciar cualquier incendio. Y a ese fuego estamos todos expuestos, y más tras la pandemia.