José Alejandro Vara-Vozpópuli

El protagonista de la fiesta no estrenó su escaño en el Grupo Mixto, codo con codo con Ione Belarra, su estrecha amiga de PodemosJosé Luis Ábalos postergó su debut como exdiputado del PSOE para deambular por diferentes emisoras a las que, inevitablemente, defraudó. Salvo que tire de la manta, todo lo que ahora diga quien fuera el número dos del partido carece de interés. Sagaz en su estrategia, había calentado las vísperas con ese monólogo trifásico (exculpación, amenaza y lloriqueo) en el que sentenció: «Hay muchas respuestas y las iré dando». Por el momento, la única sorpresa la recibió Alsina cuando su invitado le pidió interrumpir la entrevista porque alguien se había olvidado las llaves. El guardián de los insondables secretos, el celador de todos los misterios, tan sólo desvela dónde narices oculta las llaves de casa. Al menos por ahora.

Pedro Sánchez sí compareció a la cita. Aterrizó tempranero en la Carrera de San Jerónimo, a las 8.30, saludó al agente de la puerta y se perdió rumbo a sus dependencias tras responder con una mueca estéril al afectuoso saludo de los escasos fotógrafos que por ahí andaban. «Buenos días presidente», le obsequió alguno. «Ahí te pudras», pareció pensar el aludido, dado el desabrido gesto de su mirada. No estaba la mañana para carantoñas. El bombazo Ábalos es el revés más estrepitoso que ha sufrido el sanchismo en sus seis años en el poder. Más incluso que sus raquíticos resultados en las generales de 2019, cuando pareció que se les escapaba -por dos veces- la Moncloa. El tipo con más poder del partido, luego del gran narciso, acaba de ser arrojado a los infiernos y nadie sabe si acaricia una venganza o callará a la espera de alguna gratificación.

Sánchez parecía un autómata sumido en la profundidad de su asiento, mitad pasmado mitad zombi, como un espectro hipnotizado en busca de la puerta de salida

Ante la caída de cartel del primer espada -hijo de torero y nieto de guardia civil- Alberto Núñez Feijóo optó por meter algo de picante a la mañana. Y lo hizo por derecho, sin anestesia. En los últimos tiempos, el gallego prescinde de preámbulos y va directo al lío. «Sin rodeos, usted lo sabía. Desde hace más de tres años. No nos engañe, no le servirá de cortafuegos». Una viento helado pareció recorrer la bancada azul, a medio ocupar, sin Emejota Montero ni Yolanda Díaz que siempre animan las fotos. La vice Teresa Ribera tuvo que sentarse a la vera del jefe para compartir soledades. Más fría que el sobaco de un iglú, la ministra ecolo no es precisamente un antídoto contra el desánimo.

«Torquemada», es lo único que atinó a responder Sánchez, único argumento para frenar las tarascadas que le llovían desde el primer escaño de la oposición. Como cabía esperar, también recurrió a la familia de Isabel Díaz Ayuso, sendero en el que también incursionaron luego todos sus cofrades. Feijóo venía con ganas y no se contuvo. Pocas veces ha tenido tan a mano el destrozar a su rival en una pugna parlamentaria. «La caída de Ábalos no le protege, le desnuda. No le servirá de cortafuegos, No esparza lo que tiene usted debajo, no venga con el ventilador. Esa trama surge de la cabeza de su partido y está instalada en el corazón de su Gobierno». Sánchez parecía un autómata sumido en la profundidad de su asiento, mitad pasmado mitad zombi, como un sonámbulo en busca de la puerta de salida. La encontró a los 19 minutos de arrancar la fiesta. Huyó del Hemiciclo despavorido, entre signos evidentes de angustia en sus filas, y un algo de temblequera en el pestañeo de madama Francina, arriba en su trono, más calladita que nunca, inmóvil, catatónica, casi translúcida pese un abrigado envoltorio de incierto estampado que se pretendía jersey. La titular del Congreso, tercera autoridad del Estado, posiblemente sea la próxima a caer en el sumario del koldorazo, ese fétido agujero negro que está a punto de engullir al menos a tres miembros del Gabinete.

«Me repugna, me repugna, me repugna, me dan náuseas», apenas atinaba a repetir la tediosa muletilla, para cobijarse luego, también, a la sombra de las mascarillas del hermano de Ayuso

La ceremonia fue un vapuleo constante a los desarmados ministros, incapaces de hacer frente a las puñadas de los interpelantes del PP, decididos a hacer sangre en una situación tan favorable. Miguel Tellado, el portavoz del grupo, poco dado a las sutilezas, evidenció que el clan de los gallegos se ha dejado ya de gaitas y ha sacado fieramente las uñas. «Nos dijeron que de la pandemia saldríamos más fuertes, lo que no nos dijeron es que algunos socialistas saldrían más ricos. Están acorralados, enterrados en el fango más asqueroso de la corrupción«. Para entonces, ya era Félix Bolaños el encargado de recibir las tarascadas por parte el Gobierno. Empeño inútil. «Me repugna, me repugna, me repugna, me dan náuseas…», apenas atinaba a repetir la tediosa muletilla contra las corrupciones, para cobijarse también, a la sombra de las mascarillas del hermano de Ayuso. Igual Fernando Grande-Marlaska, igual Pilar Alegría, más un Óscar Puente que se quería agresivo contra el PP y derivó en una especie de ariete de todo a cien, tan torpón y romo como Patxi cuando se empeña en hilvanar dos perifrásticas pasivas. Pepa Millán, de Vox, también aportó sobre el mismo tema: «Para saber la verdad, no hace falta crear comisiones teatro: basta con ir a Ferraz, a su sede. Allí están todas las respuestas». El vendaval de bofetadas era tan intenso que en las filas del progreso, los acomodados de la izquierda se sumergían en sus móviles y apenas acertaban a unir sus palmas para ensayar algún aplauso cuando peroraba uno de los suyos.

Los liliputienses de la periferia, esos grupitos xenófobos y reaccionaros que dirigen la política de Sánchez y, por ende, la del país, optaron por simularse marcianos, y orientaron sus intervenciones hacia territorios algo extravagantes, dado el signo de la jornada. Aitor el del PNV del tractor, en su papel de perfecto monaguillo de la Moncloa, se sumergió en un debate obtuso sobre las conferencias sectoriales. Ione Belarra, sobre los alquileres. Tanto empeño pone en su batalla que la confunden con una multipropietaria de provincias. Un Salvador de ERC se encaminaba hacia Gaza; el de Bildu se interesaba por el periodista retenido en Polonia y el de Junts, ausente Nogueras de la sala, optaba por las Rodalías, es decir, por reclamarle más dineros al Estado al que detestan y a la democracia que pretenden destruir.

El espectro de la corrupción

Sin el encontronazo entre Sánchez y Ábalos, esta ceremonia de control perdió brillo pero abundó en claridad. Hay un partido sumido en las sombras de la incertidumbre, con su equipo de dirección noqueado y con su presidente envuelto en brumas, confiado en que la aprobación de la amnistía y los posteriores presupuestos le rescatarán de su actual pesadilla. «Nadie dice nada y todo irá a peor», mascullaba por los pasillos de la Cámara un diputado socialista. «Es la corrupción, joder, lo que nos llevó al poder y ahora nos echará fuera».

Parece que el muro, lentamente, se resquebraja y por entre las grietas se adivinan señales de cambio.