MANUEL ARROYO-EL CORREO

El adjetivo «vasco» otorga un plus a cualquier sustantivo al que se le adjudique. Todo lo vasco es por definición mejor. Para encontrar una excepción hay que recurrir al verano, que así calificado resulta poco atractivo para los amantes del sol y la playa.

La convicción de que lo que aquí es lo fetén se ha extendido durante décadas hasta el punto de estar asumida de forma mayoritaria como una verdad indiscutible. Así lo confirman las encuestas más diversas, en las que desde la calidad de los servicios públicos hasta el funcionamiento de las instituciones o el ejercicio de los derechos y libertades en Euskadi son percibidos como muy superiores a los existentes en el entorno. Tal identidad con lo propio explica en parte el sustrato nacionalista que anida en la sociedad, así como la amplia satisfacción con el ‘statu quo’ manifestada en la portentosa resistencia al desgaste del PNV incluso en las circunstancias más adversas y al margen de cuál sea su balance de aciertos y errores.

Porque la presunción de que todo lo vasco es mejor, aceptada acríticamente por buena parte de la ciudadanía, dista mucho de estar avalada por la frialdad objetiva de los datos en múltiples cuestiones. Al anunciar la pasada semana el final de las principales restricciones, el lehendakari presumió de que Euskadi había respondido a la pandemia «como los países más avanzados del mundo». Siempre resulta gratificante oír lo buenos que somos, lo bien que lo hacemos todo y cómo nos envidian por ahí. La cuestión es que eso sea real o no.

Nada permite concluir que en la gestión del covid nuestra comunidad haya figurado no ya en la vanguardia planetaria, sino ni siquiera entre las comunidades más punteras. Por contra, durante largos meses ha permanecido en el furgón de cola en el control de los contagios y en el proceso de vacunación. Unos resultados todavía más decepcionantes si se comparan con el gasto sanitario por habitante, el mayor con mucha diferencia de toda España gracias al Concierto Económico. Es decir, los hechos reflejan que con más recursos que nadie hemos estado lejos de los mejores. No es como para presumir, desde luego.

Aun así, la impresión de que aquí el virus ha sido combatido con mayor eficacia que en otras autonomías o que cuando la Administración central ejercía el mando único ha calado intensamente. No es de extrañar, por tanto, que pese al malestar expresado en su día por algunos sectores y al insólito cuestionamiento público de la figura del lehendakari, el PNV mantenga intacta su hegemonía sin erosión alguna, según la reciente encuesta sobre intención de voto del Sociómetro. Los vascos están contentos con su actual situación. Frente al clásico fatalismo español, su autoestima, alimentada durante décadas por el nacionalismo, permanece en todo lo alto y se expresa en un cierto sentimiento de superioridad colectiva que puede resultar beneficioso para afrontar determinados trances, pero al que le vendría bien de vez en cuando un contraste con la realidad.