EL CORREO 06/10/13
JAVIER ZARZALEJOS
Produce un cierto hastío seguir escuchando esas profesiones de fe en el federalismo
Los socialistas parecen haber hecho un importante descubrimiento: un estatuto de autonomía no puede modificar la Constitución, tampoco en Cataluña. Ojalá lo hubieran sabido antes. Se lo podrían haber comentado a Maragall para que le diese una vuelta a ese nuevo Estatuto que él se empeñó en impulsar a sabiendas de su inconstitucionalidad. Lo podían haber recordado todos los que votaron el Estatut en el Congreso y todavía hoy justifican su voto por la disciplina de partido, lo que nos ilustra sobre el sentido de sus prioridades y pone en su verdadero valor esas voces que, sin cantar la palinodia, ahora se hacen oír escandalizadas ante el desparpajo independentista catalán. Se lo podían haber explicado a los que, como Montilla, repetían que el Estatuto tenía que quedar fuera de la jurisdicción del Tribunal Constitucional. Lo podía haber tenido en cuenta el propio Felipe González, a quien después de la sentencia del Tribunal no se le ocurrió otra cosa que encabezar un brutal artículo contra los magistrados disidentes del fallo y contra la sentencia misma, declarando que Cataluña es uno de esos sujetos políticos que se conocen como ‘naciones sin Estado’.
Pero bien, ahora que los socialistas ya se han convencido de qué va primero –como si esto fuera la duda entre el huevo y la gallina– la conclusión es que hay que cambiar la Constitución. Sin cortarse un pelo, se dedican al juego de prueba y error con la estructura constitucional de un Estado ya de por sí complejo, como si todo fuera gratis. Hace unos años fue el Estatuto catalán que volvió del revés los consensos básicos en torno al modelo de Estado y tuvo que ser desactivado por el Tribunal Constitucional, para más señas, de mayoría ‘progresista’. Como aquello no salió, ahora invitan a seguir el juego con la Constitución.
La Constitución que dicen proponer la definen como federal; alegan que significaría una ‘tercera vía’ para Cataluña y permitiría encajar las reivindicaciones de esa comunidad en un marco jurídico-político sostenible. Produce un cierto hastío seguir escuchando esas profesiones de fe en el federalismo con propuestas que poco se corresponden con estructuras federales reales. Sostener que un modelo federal se adecua mejor al encaje de los nacionalismos o es una tergiversación deliberada y muy poco respetuosa con la verdad o es una muestra de ignorancia.
Intentar remediarlo con alusiones a un supuesto ‘federalismo asimétrico’ es confundir asimetría con diferencia y avalar esa peligrosa confusión recurriendo a un tipo de federalismo que, como tal, no existe en ningún sitio. Tampoco en Canadá, por cierto.
La pretendida Constitución federal por la que parecería que abogan los socialistas se presenta como ‘la tercera vía’ para satisfacer sin rupturas las pretensiones de los nacionalistas catalanes. Con las terceras vías –cuestión distinta es la búsqueda de consensos– ocurren dos cosas. La primera es que suelen gozar de buena prensa y suenan bien. La segunda consiste en que el valor de una tercera vía depende de dónde se coloquen las otras dos. Cuanto más indeseables sean los términos de referencia, más atractivo resulta ese imaginario punto de equidistancia. Una vez más, los socialistas han tomado prestadas de los nacionalistas las peores constr ucciones semánticas de éstos, haciendo suya para justificar sus posiciones esa artimaña que retrata a Cataluña forzada a elegir ante una supuesta alternativa entre «la independencia o la sumisión a España». Es cierto que ha sido Duran i Lleida el que ha puesto en circulación esta fórmula, recogiéndola a su vez del repertorio de Esquerra Republicana. Pero hay sonoros precedentes, como el de aquel dirigente del PSC que afirmó que su partido estaba en la opción intermedia «entre la independencia y la Guardia Civil». Pues bien, decir que, en defecto de una ‘tercera vía’, la alternativa a la independencia de Cataluña es «la sumisión a España» es un acto de obscenidad política y de falta de honradez intelectual que sólo es posible si se acepta la mentira como categoría de análisis. Sumisión ¿a qué o a quién? Naturalmente que si la alternativa fuera esa, la ‘tercera vía’ se impondría como evidente. Pero no lo es.
Si de lo que se trata es de dar satisfacción a las pretensiones nacionalistas que necesitan iniciar un nuevo ciclo reivindicativo una vez amortizado para ellos el régimen autonómico constitucional, entonces la ‘tercera vía’ –que no es otra cosa que una deconstrucción confederal del Estado– tiene recorrido. Pero lejos de significar el encaje de Cataluña en España, rehabilitaría la estrategia de desestabilización que alienta el nacionalismo. Demostraría las ventajas insuperables de no sentirse nunca ‘encajados’ ni ‘cómodos’ y acreditaría una vez más que, a diferencia de sus contrapartes, para los nacionalistas el pacto nunca significa renuncia sino anticipo.
Según se ha explicado, la ‘tercera vía’ consistiría en una Constitución pactada con las fuerzas políticas catalanas, desde el reconocimiento de un derecho de veto al cuerpo electoral en Cataluña. Pero esa vía sólo puede abrirse rompiendo el sujeto de soberanía en favor de un dualismo constitucional insostenible, en el que habría que asumir el relato identitario estupefaciente que se sirve hoy en Cataluña. Y si se rompe el sujeto de soberanía, aun con apariencia de mantener su integridad, y la manipulación identitaria se impone a la legitimidad democrática como título de derechos, no habrá Constitución; ni ésta, ni ninguna.
Lo que se propone desde el socialismo (habrá que ver si lo propone también el socialismo) no es una reforma constitucional sino algo bien distinto: un nuevo periodo constituyente en el que estaría en juego no tanto el ‘encaje’ de algunos como la ciudadanía de todos.