El barón socialista es esa criatura mitológica que aparece, según narran las leyendas inmemoriales, cuando la soberanía nacional está en peligro. «¡No permitireeemooos, no permitireeemooos!» dicen que se les oye aullar las noches previas a la investidura de un nuevo presidente del Gobierno socialista por los montes y los bosques más viejos de la serranía de Cuenca, del parque de Cornalvo y de los cañones de Guara. Que nadie haya visto jamás a un barón socialista en su hábitat natural –la dignidad– o que no se haya documentado uno solo de sus ataques en cuarenta años de democracia no impide que medio país crea que se trata de los seres más fieros, pero también nobles, que jamás han hollado España.
El simple rumor de la existencia del barón socialista permite al 95% de los españoles conciliar el sueño sin mayores problemas frente a la investidura de un Gobierno formado y apoyado por populistas, comunistas, chavistas, malversadores, etarras, ultraderechistas, cantoneros, defraudadores, supremacistas, ágrafos, arribistas, carlistas y golpistas. De hecho, ese simple rumor permite a muchos ciudadanos españoles votar al PSOE con la tranquilidad que proporciona el creer que ninguna de las noticias que aparecen en las televisiones, incluidas las de estricta obediencia socialista, se hará jamás realidad. El barón socialista es el «detente bala» de los socialdemócratas. La estampita que protege de todo mal desde su búnker del bolsillo de la americana.
Tan poderoso es el mito del barón socialista que hasta los descreídos de la derecha suelen confiar en él. Generalmente, en privado, como una polución nocturna un tanto vergonzosa. Pero también, a veces, en público. En las fantasías de muchos españoles demócratas, el barón socialista aparece en el Congreso de los Diputados en el último minuto de la batalla, cuando ya todo parece perdido y las libertades constitucionales penden de un hilo, vestido con una armadura dorada capaz de eclipsar el mismo sol y flanqueado por dieciséis diputados valientes al grito de «libertad, igualdad y Estado de derecho». Cual Caballeros del Zodiaco, la simple irrupción de Lambán de Pegaso, Fernández Vara de Dragón y García Page de Cisne en las escaleras del Congreso hace huir despavoridos a Ximo de Andrómeda Negro, a Iceta de Hades y a la Diosa de la Discordia Mendia.
En realidad, el barón socialista no existe. Los zoólogos que estudian la fauna socialdemócrata creen que el mito pudo nacer cuando algunos lugareños confundieron a sencillos caciques regionales sin mayor mérito conocido que la sumisión con una criatura de proporciones prácticamente divinas a la que dotaron de todas aquellas características –firmeza, orgullo, autoestima, integridad, fortaleza– que ellos habrían deseado en sus líderes. En este sentido, el barón socialista no sería más que la representación caricaturesca del übersocialista ideal parido por la psique de esos españoles que se niegan a creer que el PSOE ya no es ni partido, ni socialista, ni obrero, ni español. Poco más, en definitiva, que una fantasía infantil para adultos inmaduros. El amigo imaginario de los socialdemócratas que se avergüenzan de sí mismos.
Cuando Inés Arrimadas llamó ayer por teléfono a los barones socialistas, al otro lado de la línea apenas compareció un trío de diminutos hombres asustados. El castañeteo de sus atemorizados dientecillos hacía temblar hasta los postes telefónicos, pero ellos juraban que eran salvajes dentelladas. Hasta el despacho de Arrimadas llegaba el olor a Fanta de limón.