La indignación de los gazmoños se ha convertido ya, como el Skynet de Terminator, en un ente autosuficiente con conciencia propia. Como buen populismo de la moral que es, la indignación de los santurrones se activa ya sin ofensa real a la que aferrarse, como Skynet siguió funcionando después de que sus creadores humanos lo desconectaran de su fuente de alimentación.
El lunes vi el nombre de Jorge Bustos repetirse más de lo habitual en Twitter y me puse a buscar de inmediato, casi como un acto reflejo, el tuit que había provocado esa petición masiva de sales entre gente alfabetizada. Alguno había por allí que cobra más que yo sin haber demostrado a día de hoy saber leer recto. Otros eran usuarios premium del meapilismo y lo suyo no es ya reincidencia, sino vicio.
«No puede ser esto», pensé. «Es un chiste demasiado blanco para haber provocado este carajal». La homosexualidad de Marlaska es conocida desde que él mismo la hizo pública y la broma de Bustos no tenía mucha más ciencia ni misterio que los que tendría un chiste sobre la masculinidad estereotipada de Julio Iglesias y Bertín Osborne y la improbabilidad de que ambos se ofrezcan voluntarios para un remake español de Brokeback Mountain.
Los indignados, como suele ocurrir por cierto con cualquier forma de espiritualidad trucha contemporánea, pretenden la cuadratura del círculo. Defienden la normalización absoluta de la homosexualidad –un debate al que llegan con décadas de retraso y que ya está superado por cualquier ciudadano mentalmente sano– y, al mismo tiempo, tratamiento de porcelana china para ella.
Como esos libros de texto en los que las minorías raciales y sexuales sólo son representadas como astronautas, científicos y generales de cinco estrellas, los beatos de Bustos pretenden que determinados aspectos de la realidad sean sepultados en beneficio de un hipócrita silencio de los corderos.
La obviedad de que es precisamente la irrelevancia total y absoluta de la sexualidad de Marlaska lo que permite que se puedan hacer chistes sobre ella no pareció hacer mella en los linchadores. ¿Cuál era la ofensa? ¿Decir que a un homosexual no le gustan las mujeres? ¿Decir que Marlaska no habría picado jamás con ese tipo de perfiles? ¡Pero si eso le dignifica!
No entiendo, de hecho, cuál es la realidad que los santurrones de turno están intentando proteger censurando ese chiste. ¿La idea de que un homosexual puede sentirse atraído por unos perfiles destinados, precisamente, a captar la atención de heterosexuales gañanes incapaces de distinguir un bot de una mujer real?
¡Pero si los insultados por los bots del Ministerio de Sanidad eran los socialistas heterosexuales! Esos a los que se pretendía convencer de que ese plantel de bellezas eslavas se sentían sinceramente fascinadas por la gestión de la epidemia realizada por el Gobierno líder mundial en muertes e infecciones.
Para una vez que Marlaska se lleva un halago merecido, van los beatos y lo censuran por ofensivo.