Como consecuencia de sus errores estratégicos, sus sucesivos varapalos electorales y, sobre todo, sus reducidas expectativas de voto, continúa el carrusel de afiliados e incluso de cargos públicos de Ciudadanos que rompen el carnet y nos informan a todos de ello a través de las redes sociales. De repente, donde no había divergencias, surgen diferencias irreconciliables y donde había principios que se defendían a mucha honra, hay líneas rojas imposibles de traspasar y que a uno le impiden seguir militando en el partido en el que creía. Y, por coherencia personal y sintiéndolo mucho, nos dicen, abandonan Ciudadanos. Obviamente, cada cual se afilia al partido político que quiere y causa baja en él cuando considera, pero, puesto que exponen públicamente sus motivos, conviene exigirles que, si quieren decirnos algo, sea la verdad lo que nos digan.
Cuando UPyD se creó, me afilié el primer día en el que uno podía hacerlo; es cierto que, ingenuo de mí, pensaba que nos íbamos a comer el mundo, pero jamás imaginé que fuera a ser mucho más que un militante de base y mucho menos que llegara a ser diputado. O sea, me uní al proyecto por sus ideas. Cuando nueve años después me di de baja, se lo expliqué de manera privada al portavoz nacional y nunca maniobré para que tal decisión perjudicara a la nueva dirección ni al partido en su conjunto sino para todo lo contrario. Para entender todo lo que ocurrió desde que algunos de los fundadores defendieron la disolución de UPyD hasta mi marcha es mejor leer No apto para fanáticos, mi biografía política. Fueron años durante los cuales pude conocer lo mejor y lo peor del ser humano, años que me curtieron y cambiaron mi vida. Además, rechacé lo que pocos habrían rechazado mientras los mismos que me atacaban de querer continuar a toda costa mi carrera política abandonaban el barco para embarcarse en otro más pujante y vigoroso. Conste, en todo caso, que no me arrepiento, por muy rara avis que haya sido.
Al parecer, algunos militantes de Ciudadanos han descubierto ahora que son contrarios a la gestación subrogada, la ley del aborto o la ley de eutanasia, incluso de la legalización del consumo de drogas, todo lo cual los obliga a dejar las filas naranjas. Otros han dejado repentinamente de ser liberales, no confían en Inés Arrimadas o critican su falta de democracia interna. Si quieren irse, tienen todo el derecho del mundo a hacerlo, obviamente, pero es preferible decir la verdad o mantenerse en silencio que buscar excusas poco creíbles: no puede ser que lo que hasta ahora no te molestaba, hacía que te sintieras orgulloso o incluso constituían tus principios fundamentales, de pronto sean cuestiones que impidan mantener tu militancia.
Comprendo que haya quien opte por darse de baja cuando un partido no da para más y, por lo tanto, ha dejado quizás de ser un instrumento útil para hacer política en España
Comprendería haberse ido de Ciudadanos cuando abandonó el centro izquierda o la socialdemocracia siendo uno socialdemócrata, o cuando decidió ocupar el espacio del PP siendo de izquierdas. Al fin y al cabo, Ciudadanos nació en ese espacio, y es lógico que parte de su afiliación pudiera sentirse traicionada. Razones puede haber decenas y cada cual tiene la suya, tanto para irse como para quedarse, y todas pueden llegar a entenderse. Comprendo que haya quien opte por darse de baja cuando un partido no da para más y, por lo tanto, ha dejado quizás de ser un instrumento útil para hacer política en España (al fin y al cabo, cada cual tiene su vida, su profesión o su familia) o porque ha decidido superar esa etapa y dedicarse a otra cosa; pero en ese caso basta con decir la verdad y que cada palo aguante su vela, en lugar de aducir excusas que no cuelan, cuando el verdadero objetivo es habilitar una pista de aterrizaje a otro partido que te coloque en puestos de salida en próximas elecciones, aunque sea el partido que hasta hace tres días era, no ya tu adversario político, sino tu enemigo e incluso la reencarnación del mal en la política española.
Cambiar de partido
Entiendo la evolución personal de cada cual (que casi siempre es inevitable y muchas veces muy recomendable), que uno cambie de ideas e incluso de partido (sin transfuguismo de por medio); pero en este caso se dice y punto, y allá si los demás lo entienden o lo comparten. Lo otro es ser un interesado sin principios y sin vergüenza.
Cuando un partido está al alza, cualquier excusa vale para afiliarse; y cuando está en horas bajas, todo vale para borrarse. Lo meritorio es hacer lo contrario: mantener los principios en cualquier circunstancia, sea para entrar, para quedarse o para irse. Incluso para unirse cuando la batalla está perdida y hay que empezar de cero. Eso también es regeneración democrática.