Luis Haranburu Altuna-El Correo

Menos mal que todavía nos quedan González, el Rey y Europa

Hubo un tiempo en España en el que el socialismo era sinónimo de progresismo, justicia y modernidad. Eran los tiempos de Felipe González, en los que decir socialista equivalía a decir constitucionalismo e igualdad. Aquella fue la España que nos instaló en Europa y en la OTAN; era la España del AVE y de las olimpíadas en Barcelona y fue, también, la España de la Expo. El socialismo de Felipe se quitó el lastre del marxismo como el caparazón religioso en el que se había convertido. El marxismo era ya un cadáver, antes de que cayera el muro de Berlín y Felipe González lo supo y actúo en consecuencia. Carrillo quedó en evidencia, pese a su voluntariosa actitud en la Transición política, y el comunismo quedó reducido a la mínima expresión. Entre las dos almas históricas del PSOE, el de Prieto y el de Largo Caballero, Felipe González optó por el vasco Indalencio Prieto. Hubo, cómo no, errores en la acción del Gobierno de aquel PSOE, pero hubo muchísimos más aciertos que errores. Entre los errores hay que contabilizar las corruptelas de Filesa y también los GAL.

Los GAL fueron una organización criminal que si no fue organizada sí fue tolerada y financiada desde el Gobierno socialista de Felipe González. Fue una reacción equivocada al embate terrorista que tenía por objeto la destrucción de la democracia española. Aunque pusieron a ETA contra las cuerdas, los GAL fueron un error que puso una tacha indeleble a la ejemplar trayectoria de los gobiernos de González. Nunca se pudo demostrar la identidad de un supuesto ‘X’ que habría organizado e impulsado su existencia, pero muchos señalaron a González como el responsable último. Pero los GAL fueron juzgados en los tribunales y altos cargos del Ministerio de Interior fueron juzgados y encarcelados, con el ministro Barrionuevo a la cabeza. Hace casi cuarenta años que ocurrió lo de los GAL y el Partido Socialista pidió perdón por la parte de culpa que le pudiera corresponder. Resucitar, hoy, a los GAL es un brindis a la involución.

De aquel PSOE de Felipe González, Enrique Múgica, Nicolás Redondo y Ramón Jauregui apenas queda nada y de borrar su memoria se ocupó el peor presidente del Gobierno que ha habido en España desde 1976. El presidente Zapatero, además de llevar a España a la ruina económica con sus cinco millones de parados, se afanó en desenterrar el fantasma de las dos Españas y su personal resentimiento le llevó a auspiciar una memoria histórica que hacía tabla rasa del ‘abrazo’ democrático de la Transición política, hasta enterrar el espíritu de concordia que unió a los españoles en 1978. De aquel espíritu de concordia solo quedaron descolgados los nacionalistas y los ultras de derecha e izquierda que con Zapatero comenzaron a revivir.

De aquellos ramalazos alucinados de Zapatero quedó la cicatriz catalana que años más tarde habría de supurar el golpe de Estado frustrado de Puigdemont. Zapatero abrió el camino a la deriva reaccionaria del PSOE que Sánchez se ha ocupado de acentuar. El PSOE de Sánchez poco o nada tiene que ver con el de Felipe González y es por ello que hoy se ha abierto la veda contra él. El Gobierno «progresista» no ha movido un dedo para evitar que los españoles ‘regresemos’ cuarenta años atrás llevados del ronzal por HB-Bildu, ERC, PNV y otros ilustres secuaces, para avanzar hacia atrás como los cangrejos, como diría Félix Ovejero. Y es que ser reaccionario consiste precisamente en eso: en ‘progresar’ hacia atrás.

La pléyade de ‘progresistas’ que sustentan al actual Gobierno de Sánchez tienen en común su odio visceral a otro Felipe, que se empeña en jugar su carta constitucional y hacer valer la autoestima y la honorabilidad de España. Es normal que quienes odian a España odien, también, al principal representante institucional del país. El socio principal de Sánchez se estrenó en el Gobierno con una cacerolada contra el Rey de España. Fue al comienzo de los tiempos del coronavirus, cuando el miedo nos tenía a todos atenazados y el presidente ‘progresista’ ni se inmutó. Alguien desde la Moncloa habló de la libre expresión de las opiniones. Opiniones que se han visto alteradas por las graves acusaciones que pesan sobre el Rey emérito al que alguien, con mala leche, acaba de llamar Juan Carlos I de Arabia.

Quienes apoyan al Gobierno Frankenstein se la tienen jurada a nuestro Rey Felipe. Aquella intervención de octubre de 2017, que llamando a las cosas por su nombre denunció el golpe de Estado del secesionismo catalán, bien le valió una corona. Hoy tanto el Rey Felipe como la institución monárquica han sido puestos en la picota por las irresponsables acciones de su padre, pero sobre todo por el proyecto republicano que anima al principal apoyo de Sánchez y al conjunto de los que desean la quiebra de nuestro marco constitucional. Es conocida la ambición de poder que anima a nuestro actual presidente y no sería de extrañar que en el fondo de su hiperbólica ambición estuviera la de ser presidente de la república bolivariana española. Menos mal que todavía nos quedan los dos Felipes y la Europa en la que González nos coló.