Verónica Fumanal-Vozpópuli
La legislatura ha empezado marcada por dos polémicas que dividen a la sociedad española, una de carácter interno y otro externo. La primera tiene que ver con uno de los temas recurrentes de los últimos años, la cuestión catalana; y la segunda, con la política exterior en relación con Venezuela y cuál es el posicionamiento que debe mantener España y defender en la UE. Estas dos cuestiones se caracterizan por tener posicionamientos irreconciliables, de suma cero, que además de dividir la sociedad española, enfrentan las dos almas del partido socialista, un partido que parece hacerse oposición a sí mismo en un periodo de transición hacia el modelo del siglo XXI.
En el tema interno, más allá de la legitimidad de los anhelos independentistas y los medios para alcanzarlos, está la cuestión de cómo abordar el futuro del entendimiento entre las instituciones catalanas y las nacionales. Obviando al PP y su falta de solución para Cataluña, quienes mantienen un pulso político sobre cuál es la mejor vía para afrontar el desafío soberanista es el PSOE clásico, contra el PSOE nuevo. Los postulados de los socialistas refrendados por los comités federales de los años 2015 y 2016 defendían que el PSOE no podía gobernar con aquellos que querían romper España. Sin embargo, el Congreso federal del 2017 apoyó un nuevo posicionamiento más acorde con la corriente federalizante que apuesta por gobernar las diferencias y dialogar con aquellos que la derecha defenestra. Este PSOE es el que ahora sale en defensa de un gobierno de coalición que ha sabido sumar los apoyos o abstenciones necesarios para armar la mayoría más plural de la historia política reciente, frente a un PSOE que marca distancias de forma evidente o encubierta.
Si atendemos a la cuestión exterior, desde que Venezuela se convirtiera en la acusación estandarizada contra las políticas de Podemos, la actualidad española que suele desdeñar las cuestiones de política internacional ha nacionalizado el conflicto que mantienen las dos facciones de un país que ha colapsado a nivel institucional. En esta cuestión, la derecha también ha desacreditado su postura al elegir a Venezuela como la imagen del futuro de España en manos de Podemos, y vuelve a ser el PSOE quien se debate en cuál debe ser la postura del Gobierno. El PSOE clásico es beligerante con el régimen de Maduro y apuesta por la vía de sanciones negándole toda clase de legitimidad, incluso para convocar elecciones; al tiempo que reconoce a a Guaidó como líder de la nación. Sin embargo, el PSOE de la vía Zapatero apuesta por una mediación entre ambas facciones que de cómo resultado unas elecciones democráticas. De nuevo, son las dos almas del PSOE quienes debaten sobre la mejor manera de ayudar al país hermano, dos expresidentes de un mismo partido con soluciones opuestas e irreconciliables.
Si analizáramos otras cuestiones seguramente veríamos reflejadas las discrepancias de un partido que ha diseñado nuestro modelo democrático y que durante la mayor parte de nuestra historia reciente ha gobernado España y la mayoría de las Comunidades. Un partido que está afrontando una transición sumida en dos visiones de lo que es bueno y deseable para el país que diseñó y construyó. Porque en estos momentos, no deja de ser un fenómeno político extraordinariamente extraño, que la principal oposición al Gobierno sale de las filas del principal partido del Gobierno.