Los ejecutores

GABRIEL ALBIAC – ABC – 15/10/15

· Un vicario «ejecutor» externo. O, más bien, dos: Rusia en el aire, Irán en tierra. Falta ahora saber cuál es el precio.

La política internacional aborrece el vacío. A una hegemonía sucede otra. Y un imperio no cede ante los poderes menores por él constrictos; es desplazado por otro imperio. No hay excepción a esa seca combinatoria. Desde la lejanísima Grecia en la cual Heráclito sabe que «la guerra de todo es padre y señor es de todo».

El tablero del Cercano Oriente es, a partir de la llegada de Barack Obama, un enigma. Que recubre otros enigmas más oscuros. Reducida a su esquema aparente, la diagnosis mediterránea de la Casa Blanca se formulaba en términos sencillos. El Mediterráneo, tanto al norte como al sur, ha perdido rentabilidad estratégica. Europa es arqueología: en lo económico como en lo militar. Está llamada a extinguirse en dos o tres generaciones.

En el mejor de los casos, a quedar en un agradable y pedagógico parque temático, a la disposición de turistas provenientes de horizontes económicos que hayan sabido salir de la gran crisis renovados. En el sur, el Mediterráneo marca la frontera de una sociedad fósil: un islam, en diversas medidas de empecinamiento, incapaz de adaptarse a la economía capitalista; forzado, pues, a permanecer anclado en una anacronía medieval sin alteración histórica, y sin más motor que el rencor al otro y, aún más, al otro interno: yihadismo contra el infiel y guerra entre suníes y chiíes definen la insoslayable tentación de matanza en la cual viven las sociedades de matriz coránica.

Sobre esa diagnosis, Obama hizo una apuesta, en primer abordaje ingeniosa: pero lo ingenioso, en política internacional, fácilmente bascula a lo peor de todo. La idea era brillante: apostar por los más corruptos frente a los puritanos religiosos. Porque un corrupto siempre tiene precio y es, pues, controlable; un loco de Alá, no. Se disponía en la zona del régimen más corrupto, con enorme diferencia, de los tiempos modernos: Arabia Saudí y los Emiratos. Cuyo control económico sobre el sunismo se sabía absoluto. Bastaba con desplazar las viejas dictaduras de base chiita y ponerlas bajo control del clero suní, a opulento sueldo de Riad y Doha. Se hizo. Se llamó a eso «primaveras árabes».

Y la tomadura de pelo coló, como siempre cuelan las grandes mentiras en política: a golpe de altavoz mediático… Y, al poco, todo se vino abajo. Alguien había olvidado un pequeño detalle. Se llama Corán. Y el salafismo más estrictamente yihadista se hizo cargo del terreno cedido. Un golpe militar en Egipto –al modo y manera de lo que fuera en Argelia– salvó in extremis la caída completa de la zona. Y, entre Siria y el Irak abandonado por el ejército estadounidense, comenzó la guerra.

Al cabo ya de cuatro años, lo asombroso en esa guerra es la impotencia exhibida por los aliados occidentales. No cabe en cabeza racional que la potencia de fuego aéreo estadounidense y europea apenas haya erosionado las fuerzas militares de Estado Islámico. Y que hayan bastado, sin embargo, dos semanas de intervención aérea rusa para hacer en EI un destrozo crítico, que incluye la liquidación de su número dos y el jaque permanente al uno.

Todo parece otra cosa. Como si un Barack Obama preso de su retórica humanitaria no tuviera ya fuerza para hacer lo inevitable ante una situación límite: bombardear con método y poner en tierra fuerzas efectivas. Y como si hubiera delegado eso en un vicario «ejecutor» externo. O, más bien, dos: Rusia en el aire, Irán en tierra. Falta ahora saber cuál es el precio. La hegemonía imperial se escora. Putin mueve ficha. ¿Y gana?

GABRIEL ALBIAC – ABC – 15/10/15