JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC
- «Por raro que parezca, la verdadera tendencia occidental (ciñéndome al concepto de Occidente que incluye a Japón, pionero en esto) es la de hurtarle la esencia a todas las actividades humanas, empezando por las más divertidas, como el sexo. Y por esa vía alcanzar la utopía –que siempre es distopía– del hombre imperturbable»
Me disponía a escribir sobre algo serio, dudaba entre la ‘ley trans’ y la brevedad de la vida, cuando he reparado en la pieza de Javier Ansorena sobre la moda neoyorquina de salir de bares sin beber alcohol. Siendo abstemio, reconozco que la gracia en las juergas la ponen los que pimplan. Me he imaginado las fiestas del futuro, pues todo lo que es ‘trendy’ en la ciudad que nunca duerme acaba imponiéndose. He vislumbrado botellones de Fanta con nada. He visto las terrazas de los sábados tan animadas como las reuniones de Alcohólicos Anónimos que se ven en las películas americanas. Y me he dicho que no, que no puede ser. Y luego he pensado que sí, que, por raro que parezca, la verdadera tendencia occidental (ciñéndome al concepto de Occidente que incluye a Japón, pionero en esto) es la de hurtarle la esencia a todas las actividades humanas, empezando por las más divertidas, como el sexo. Y por esa vía alcanzar la utopía –que siempre es distopía– del hombre imperturbable. Los budistas y los seguidores de Demócrito estarán encantados, pero una vida sin pasiones no es una vida, no te engañes.
Hay un tipo humano al que se toma, no sé por qué, como modelo de plenitud, como ejemplo de la felicidad posible. Ese tipo no tiene altibajos, ya no anhela nada y se le ve con una calma admirable, un esbozo apenas perceptible de sonrisa esculpido en el rostro. Sonríe mientras duerme, sonríe cuando el hijo se pone pesado, cuando los demás exhiben sus humores porque no han alcanzado su estado. ¿Es la ataraxia de los griegos, el «nada te turbe» de Santa Teresa? No sé, al ver esa meta existencial consumada comprendemos que ya no estamos ante un ser humano normal sino ante un psiquiatra sueco, ante un lama dispuesto a levitar, ante un santo. Es aquí donde hay que detenerse y pensarlo dos veces. Los lamas y los santos son pocos; los psiquiatras suecos no digamos. Por no mencionar las hagiografías que nos hablan de santos apasionados. Lo que te quiero decir es que la ataraxia es un fin ideal para sujetar nuestros azoramientos cuando nos sobrepasan; que la mística castellana puede mostrar una sola cara teresiana cuando las facetas de la Doctora de la Iglesia son múltiples. Por no hablar del arrebatamiento sublime de San Juan de la Cruz, de la relación entre el alma y Dios como una historia erótica. El autor del ‘Cántico Espiritual’ toca el cielo y lo pone a nuestro alcance precisamente por no abandonar lo humano en un solo verso durante la búsqueda ardorosa del Amado. Lo sensorial como vehículo hacia Dios. Esa dimensión aparece con intención inversa en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola: «Oír con las orejas llantos, alaridos […] Oler con el olfato humo, piedra azufre […] Gustar con el gusto cosas amargas…», etc. Y también «castigar la carne», algo más sabido.
El mundo que viene anuncia existencias sin dolor, pero también sin placer. Acabaremos todos como esos personajes jubilados, contentos y robóticos que pueblan los anuncios de seguros de vida. Canos, imperturbables, se diría que drogados, nadie permanece así sin una ayudita. La imperturbabilidad es un imposible al que miramos cuando estamos demasiado perturbados. Sin embargo, en la utopía que nos prepara la ingeniería social –poderosa como nunca gracias a las tecnologías más parecidas a la magia que han existido jamás– un dichoso estado de no-deseo parece posible. Ya saben, «no tendrás nada y serás feliz», la más famosa de las ocho predicciones de los expertos del Foro Económico Mundial para 2030. Otra es que comeremos mucha menos carne, supongo que como parte de un proceso cuyo objetivo es no comerla en absoluto.
De algún modo, los hegemones culturales, los guías autoproclamados, prevén valerse de mecanismos autoritarios blandos para que deseemos ese futuro sin intereses y sin interés. Por supuesto, las elecciones vitales que tomaremos de forma aparentemente voluntaria, una vez nos hayan convencido de las bondades de su utopía, no son las que tomarán los guías y sus grupos operativos, consagrados a la construcción del nuevo imaginario. Salvo que crea usted que todos esos poderosos –los nuevos emperadores del capitalismo que denuestan tal sistema y promueven a sus detractores intelectuales de todas las formas imaginables– van a renunciar a su fortuna, a sus acciones, a sus aviones y a sus caras excentricidades para ser ellos felices también. ¡Quia! Ellos son felices ahora, con su complejo de Dios, examinando a la humanidad como quien observa una colonia de hormigas que se puede encauzar, redirigir y, eventualmente, enterrar. Pero eso no hará falta con los estímulos adecuados.
Seguirá habiendo individuos, innumerables individuos, que no traguen. Es posible que la mayoría de ellos actúen por un espontáneo mecanismo de reacción. Así como hay gente que siempre está con el poder (síndrome Mayor Zaragoza) y les va de maravilla, otros estamos por lo general contra el poder, con los problemas que ello acarrea, y otros aun están contra el poder siempre y en todo caso. Ojo, no son pocos. Para ellos se buscarán soluciones equivalentes a enterrar a las hormigas, pero sin violencia. Una posible es el Metaverso, si Zuckerberg no se arruina del todo. El joven tiene pulmón financiero, no lo vamos a negar, pero solo un pulmón, y tocado: este año lleva perdidos más de 70.000 millones de dólares con el Metaverso. No se preocupen por él, le quedan aún 55.000 millones y es el vigésimo tipo más rico del mundo. Si acabara triunfando, los renuentes a la ingeniería social serán cuerpos abatidos por la inactividad, ahogados en la ilusión de una vida feliz y virtual.