EL CORREO 21/04/14
TONIA ETXARRI
· El PNV pretende que el Gobierno de Rajoy se preocupe tanto por Euskadi como por Cataluña
El lehendakari quiere la soberanía «plena». Y habla de soberanías compartidas. El presidente de su partido, Andoni Ortuzar, dice que si el Gobierno de Rajoy sólo les deja dos caminos, «sumisión o desafío», el PNV optaría por lo segundo. Con estos mimbres los nacionalistas celebraron ayer su Aberri Eguna que, como suele ocurrir, discurrió entre la nebulosa de Europa, la proclama del reconocimiento de la nación vasca, emplazando al Gobierno de España, y una crítica a los herederos de Batasuna. Y victimismo. Mucho victimismo.
Pero la reclamación soberanista iba maquillada de eufemismos para no asustar; queriendo distanciarse del proceso de Cataluña, pero al mismo tiempo dejando claro que los nacionalistas vascos también tienen su hoja de ruta. Y que pueden convertirse en un problema. No se vaya a distraer el presidente Rajoy deshojando la margarita con el desafío que le ha planteado Artur Mas porque Euskadi, cuando le toque el turno, también dirá lo suyo. Y también podría condicionar la política de este país, aunque su representación en el Congreso de los Diputados no tenga la importancia numérica que ostentan los nacionalistas catalanes.
Desde que llegó Urkullu a Ajuria Enea, quiso marcar su impronta en el debate sobre el derecho a decidir. No es que persiga fines distintos a los señalados por su antecesor Ibarretxe. Su meta está fijada en el reconocimiento de Euskadi como nación. Y, a partir de ahí, mucha negociación salpicada de conceptos de soberanía compartida y nación sin Estado que deberán ser ratificados en alguna consulta a la ciudadanía, cuando llegue el momento. Pero quiere hacer el recorrido de otra manera. Por eso va a un ritmo tan pausado. Por etapas. Sin que le empujen. Ni los errores del pasado cometidos por los suyos. Ni la presión de la izquierda abertzale. Ni la comparación con el Parlamento catalán. Este lehendakari ha tomado sus distancias con CiU, a pesar de que comparten coalición en los próximos comicios europeos. Porque no le interesa las comparaciones con un gobierno como el catalán, que ha tensado tanto a la sociedad hasta conducirla al borde de la fractura.
El PNV apoyó al grupo que dirige Duran Lleida en el Congreso de los Diputados, el pasado 8 de abril, en la proposición de ley del Parlamento catalán en la que se reclamaba la cesión de la competencia para celebrar su consulta soberanista. Porque ese es un proceso con el que se identifica. Pero el derecho a decidir, que figura en su proyecto, no forma parte de sus prioridades en este momento.
Tampoco quiere hacer las cosas como las hizo Ibarretxe, porque parece preocuparle que un planteamiento descaradamente independentista provoque una fractura social como la que consiguió su antecesor. Aprendió la lección de las consecuencias que acarreó el rechazo del ‘plan Ibarretxe’ en el Congreso y la impugnación de la ley de consulta aprobada por el Parlamento vasco. Pero el lehendakari tiene un problema de ubicación. Sabe que si no fuerza la escenificación, el debate político vasco no se verá como un problema. Una condición indispensable para que el Ejecutivo de Madrid de turno atienda las exigencias que, por otra parte, no acaba de formular abiertamente.
Para eso está la celebración del Día de la Patria Vasca. El Aberri Eguna. Para marcar territorio nacionalista frente al Gobierno central. Pero el lehendakari sigue sin hablar claro. Emplazando a Rajoy a «reconocer la realidad nacional vasca». ¿Cuál es esa realidad? La que se debata y negocie en la ponencia de reforma del Estatuto en el Parlamento vasco, que se tomará más de un año en llegar a sus propias conclusiones. Muy poco combustible para el Aberri Eguna de 2014. Por eso, el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, recurrió al manual de estilo del veterano Arzalluz para dar un «brochazo» a la idea de que «nos quieren meter miedo» y «nos niegan el pan y la sal» que tantos momentos de exaltación provocaban en otros tiempos tan pasados, aunque ahora la preocupación principal de la ciudadanía está enfocada en el paro y en la crisis que también ha hecho mella en Euskadi.
Tanto el lehendakari como el presidente del PNV sueñan con una celebración del Aberri Eguna de todos los ciudadanos vascos. Y se adornan con la anuencia de todas las sensibilidades. No es de extrañar. Porque el ritual de este festejo ha terminado pareciéndose mucho al del Alderdi Eguna (Día del Partido), en donde sólo se implican los convencidos. Una fiesta oficial e institucionalizada. Esos son los mensajes. Pero los hechos no acompañan a las palabras. Existía una fiesta común que, hasta ahora, era la que aglutinaba el sentir mayoritario de quienes votaron a favor del Estatuto del 79, que era el 25 de octubre. Una fiesta oficial e institucionalizada. Ubicada en el calendario por obra y gracia del Gobierno de Patxi López, duró menos que la única legislatura de Ejecutivo constitucionalista que ha tenido Euskadi. Porque en cuanto pudo el PNV de Egibar la tachó de la lista de días festivos.
Ayer, Ortuzar aprovechó para arremeter contra la izquierda abertzale, a la que recriminaba haber socializado y extendido el dolor entre la sociedad vasca. Ese reproche está ya amortizado (todos los demás partidos democráticos se lo hacen constantemente) si no va acompañado de gestos. Los demás se negaron a participar en la ponencia de paz del Parlamento mientras EH Bildu no deslegitimara la violencia de ETA. El PNV es el único que se quedó con los herederos de Batasuna a quienes tanto criticó ayer.