EL MUNDO – 30/04/17
· Los jefes de Estado y de Gobierno de la UE aprueban en cuatro minutos las directrices de su ‘divorcio’ con Reino Unido Endurecen su posición ante una May que ha tenido que convocar elecciones para fortalecerse.
«Ha habido algo inusual: nos hemos puesto de acuerdo en cuatro minutos». Lo que no ha logrado nunca la integración lo ha conseguido la ruptura. Los líderes de los 27 aprobaron ayer en Bruselas, en cuestión de segundos, como reconocía divertido Donald Tusk, la hoja de directrices para la negociación con Reino Unido. Que había consenso en los términos generales era bien sabido. Pero el calado y que de verdad, por primera vez en mucho tiempo, se percibe la sintonía, es algo que ha sorprendido hasta a los más optimistas.
El mensaje que sale del primer Consejo Europeo oficial sin Reino Unido en la mesa es contundente: hay unidad, coordinación y sabemos hacer las cosas. Si el referéndum de junio partió el continente, las negociaciones para el divorcio han traído la reunificación. Una ocasión propicia, tras el alivio del fenómeno Macron en Francia, para empezar a recomponer lo que dos lustros de crisis se han llevado por delante.
Los jefes de Estado y de Gobierno validaron un documento de 28 puntos con las claves para la negociación, incluyendo la cláusula de Gibraltar que tanto daño ha hecho en la isla, y que establece que ninguno de los términos del acuerdo de divorcio podrá ser aplicado en el Peñón si España no da su visto bueno.
Entre las capitales hay una mal disimulada satisfacción. Hace semanas el miedo era que la formidable diplomacia británica lograra hacer fisuras en la posición común, poner a los unos contra los otros. Hoy, el resultado es más bien lo contrario. La otra parte muestra debilidad. Los 27 han olido sangre y esa posición de poder, tan extraña, resulta placentera.
El Parlamento británico está fragmentado. Los partidos de la oposición, casi descabezados. El PIB da los primeros avisos. Theresa May ha tenido que convocar elecciones anticipadas para fortalecer su posición, el tema de Gibraltar se ha enquistado y, por si fuera poco, la UE está haciendo lobby para una posible unificación de Irlanda. «El Gobierno británico puede querer intentar de todo para dividir a la UE. Es una trampa en la que no deberíamos caer», aseguró el belga Charles Michel. «May ha convocado elecciones no porque quiera un Brexitduro o uno blando, sino porque quiere un Brexit a la May», añadió con sorna el luxemburgués Xavier Bettel.
Los líderes llegaron a Bruselas con un argumentario consensuado: unidad, respeto a los derechos de los ciudadanos y no habrá discusiones sobre el marco futuro para las relaciones con Reino Unido hasta que se formalicen los términos del divorcio. Además, un bonus puesto por escrito: si Irlanda e Irlanda del Norte se unifican, aprovechando el paraguas del Acuerdo del Viernes Santo, todo el territorio resultante será plenamente miembro de la UE. Una posibilidad perfectamente legal pero que en Londres escuece, pues supone más incentivos para la fragmentación, tras el anuncio escocés de que pedirán un nuevo referéndum de independencia.
El plan inicial de la Unión Europea era buscar un acuerdo por las buenas, lo más rápido y amistoso posible. La tesis es la del presidente del Consejo, Donald Tusk: «Todos perdemos; no puede haber ganadores. Es sólo un control de daños».
Pero con el paso de los meses, y la sucesión de errores y debilidades de Londres, han reforzado la confianza comunitaria. Y endurecido su propuesta. Las consignas se repiten: no puede haber un acuerdo a medida. Reino Unido tiene que quedar forzosamente peor que antes. No puede haber incentivos para otros países. Nadie puede negociar por su cuenta, todo pasa por Michel Barnier. Y los derechos de los ciudadanos son intocables. Así lo dice el punto ocho del documento firmado y publicado: «Acordar garantías recíprocas para salvaguardar el estatus y los derechos derivados de la ley europea en la fecha de la salida de la UE, tanto de los ciudadanos europeos como los británicos, será la primera prioridad de las negociaciones».
EL MUNDO – 30/04/17