JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS-EL CONFIDENCIAL

Almeida empleará un lenguaje diferente, Cuca Gamarra no se atrincherará y Ana Pastor evitará la agresividad. Acierten más o menos, lo seguro en que no meterán goles en la portería del PP

Para entender la razón por la que Pablo Casado ha prescindido de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz del grupo parlamentario popular en el Congreso es aconsejable la lectura del artículo del exministro con Rajoy José Ignacio Wert, publicado en el diario “El Mundo” el pasado día 15, bajo el título “El desconcierto”.

El ministro de Educación entre los años 2011 y 2015, fue durante su gestión un político controvertido, de discurso brillante y políticamente incorrecto. A muchos, Wert les parecía más valioso como sociólogo y analista que como parlamentario y gestor público porque la paciencia se le agotaba con una facilidad incompatible con el ejercicio de sus funciones.

Ahora está volviendo por sus fueros con unos textos periodísticos interesantes después de publicar un revelador libro titulado “Los años de Rajoy. La política de la crisis y la crisis de la política” (Editorial Almuzara 2020). Su distribución coincidió con el drástico confinamiento por la pandemia y por eso el ensayo no ha alcanzado la notoriedad que merecía. En cualquier caso, José Ignacio Wert regresa a la orteguiana “plazuela pública” y será muy útil atender a sus reflexiones para decodificar los acontecimientos políticos.

Cayetana Álvarez de Toledo se mueve en política con fuertes descargas de adrenalina que le hacen insoportable e innecesariamente agresiva, emplea las palabras como puños y defiende sus posiciones como lo hacían los soldados en las trincheras durante la Gran Guerra. Todo ello ha resultado tan efectista como inútil, aunque haya satisfecho las pasiones de sus partidarios (que ya lo eran) y afirmado a sus detractores (a los que nunca ha persuadido).

Cada vez que Cayetana Álvarez de Toledo nos hacía una demostración de oratoria propia del mejor Demóstenes; se indignaba al modo de Cicerón en sus catilinarias o reflexionaba como un Sócrates redivivo, tanto ella triunfaba como perdía el PP. Sus aplaudidores celebraban el requiebro, mientras el resto del auditorio observaba como el marcador del Congreso registraba un autogol para su grupo parlamentario.

Ese es el “desconcierto” al que el pasado día 15 se refería José Ignacio Wert. Según el exministro, el PSOE juega con ventajas posicionales e instrumentales y “disfruta de una posición de privilegio en el manejo tanto de los recursos materiales como de los simbólicos”, estimando como especialmente importantes los “comunicativos”. Y añade: “Aquí el Gobierno y en particular su presidente gozan de una potencia de juego escandalosamente superior a la oposición y Sánchez la utiliza sin complejo alguno. La pandemia, además, ha reforzado ese desequilibrio: durante meses apenas se ha oído otra voz que la suya.”

La consecuencia ha sido, según el sociólogo, que se ha establecido “un cuasi monopolio del relato que esconde fallos, magnifica aciertos (reales y a menudo inventados) y descalifica despiadadamente al adversario y… eso ha sido suficiente para mantener cohesionada a su base electoral e incluso para conceder verosimilitud a lo inverosímil.”

Planteada así la cuestión –muy correctamente- la capacidad de Cayetana Álvarez de Toledo para contrarrestar tal relato desde la tribuna del Congreso o en sus muchas declaraciones públicas era nula porque en vez de ofrecer otro alternativo realimentaba el de Sánchez al manejar las palabras como “puños”, al incurrir en la agresividad que, con cinismo, el presidente del Gobierno denunciaba en la oposición, y que hacía creíble su afirmación de que el PP estaba en la “trinchera” que es el lugar de acomodo de Vox pero no el propio de un partido de Estado. Confrontar con ella siempre le salía a cuenta a la izquierda.

La despedida a la destituida portavoz popular, un tanto jeremíaca en un sector de la derecha y los medios, no ha tenido en cuenta que toda la cancha que la izquierda ha dado a Cayetana Álvarez de Toledo –y ha sido mucha- ha resultado una sagaz estrategia para que la política conservadora siguiese marcando goles en propia puerta.

Pablo Casado dijo el jueves que el PP “no es la muleta del Gobierno”. Una aseveración que, por obvia, debió evitar. Y sostuvo que no iba a compartir gobernabilidad con Sánchez. Igualmente otra obviedad. Porque no se trata de exponer lo que no se hará, sino lo que sí se intentará. Y sobre todo, en qué tono, con qué lenguaje, como se aproximará el discurso popular a la ciudadanía exhausta, por una parte, y asustada, por otra. Este es el problema de la derecha: competir y cooperar con Sánchez construyendo una alternativa pero haciéndolo con una perspicacia que hasta ahora ha faltado.

Algo se ha avanzado: el presidente del PP prefiere que las palabras no sean como “puños” y Martínez Almeida manejará un vocabulario diferente; aspira a no hacer política en la trinchera y es posible que una pragmática de la escuela de Rajoy como Cuca Gamarra lo consiga, y descree de la agresividad como la promocionada Ana Pastor, otra fidelísima seguidora de la escuela gallega del expresidente del Gobierno. Los tres, acierten más o menos, y aun sin albergar los conocimientos, sabidurías, capacidades oratorias y hallazgos argumentales de Cayetana Álvarez de Toledo, garantizan que no meterán goles en la portería de su propio equipo. De momento, no es poco, aunque tampoco sea suficiente.