EL CONFIDENCIAL 17/01/16
· Los principales dirigentes del Ibex guardan en público un perfil bajo para no exponerse ante la crítica situación política, pero en privado admiten que es necesaria una vuelta y rápida a las urnas
Las vacaciones navideñas han sido utilizadas este año por los grandes empresarios del país como una especie de analgésico para calmar el dolor producido tras el desenlace de las pasadas elecciones generales. Quien más y quién menos aprovechó el efecto calendario para poner distancia con los problemas y recuperar el ánimo con un reconfortante descanso que ha servido para clarificar la posición del mundo de los negocios ante lo que consideran el más confuso panorama político generado en España desde la muerte de Franco. El cisco que se está montando en el país conlleva de modo inexorable a una segunda transición y para que ésta sea lo menos dramática los principales gestores del Ibex 35 entienden que lo mejor sería unas segundas elecciones.
El pragmatismo se ha apoderado de los primeros espadas empresariales que hace tiempo vienen actuando de manera tribal acomodados en los delirios de grandeza que procuran sus exquisitas cuentas de resultados; las de sus empresas y las suyas propias. Antes de conocer el dictado de las urnas se habían proclamado desde el púlpito que ofrece el índice selectivo de la Bolsa las más sofisticadas arengas en defensa de un bipartidismo ilustre y respetado, capaz de asegurar un marco de estabilidad con carácter preventivo frente a cualquier tentación involucionista. De regreso a la cuesta de enero más empinada que se recuerda en años son muy pocos los que abundan en este mismo esfuerzo que, tras los resultados del 20-D, se antoja inútil y por tanto sólo puede conducir a la melancolía.
Los empresarios se han dejado de aspavientos y se han confabulado para empezar una vida nueva en el nuevo año, dando pábulo a una atmósfera de desengaño dentro de los cenáculos donde se ventilan los grandes poderes fácticos del país. A estas alturas del desastre, y visto cómo las gastan los representantes del pueblo soberano, son contados los ingenuos del Ibex que todavía se hacen cruces con la esperanza de esa gran coalición entre el Partido Popular y el PSOE. La conciencia dormida de los más incautos se ha sobresaltado tras recibir la consabida ducha de agua fría y la mayoría de los dirigentes corporativos admiten que las diferencias entre los dos primeros grupos parlamentarias impiden la formación de un gobierno estable a partir de una cohabitación de emergencia.
La desconfianza de los empresarios ante lo que algunos califican como un estado de excepción cara a la galería tiene también su caldo de cultivo en medios internacionales, sobre todo después de escuchar los primeros avisos a navegantes que llegan desde Bruselas. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ha abandonado de manera repentina su carácter risueño para exigir en España un gobierno firme y, lo que más importa en medios comunitarios, un presupuesto realista que incorpore medidas adicionales de ajuste. Un escenario que desmonta el optimismo forzoso del actual Gobierno en funciones de Mariano Rajoy y que casi supone una recriminación para el ideario de gasto social que alimenta el instinto de supervivencia de Pedro Sánchez.
Las presiones de Bruselas no se van a relajar por el hecho de que en España exista un Gobierno lisiado y en funciones durante casi medio año
Las autoridades de Bruselas no van a consentir que el alumno más aventado de la clase pueda dormirse ahora en los laureles y no tardarán en exigir nuevos recortes en nuestro país para terminar de cuadrar unas cuentas que al cierre de 2015 presentarán un déficit cercano al 5%. Al presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsseelbloem y al comisario francés de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici, los dos eternos rivales del ministro Luis de Guindos, les ha faltado tiempo para recordar que la austeridad no es negociable en España. Uno y otro han actuado esta semana a coro para advertir al Gobierno en funciones de que se olvide de escuchar los cantos de sirena que anuncian una relajación de la política fiscal en otros Estados miembros de la Unión.
Bajos estas perspectivas, la posibilidad de una coalición de gobierno tampoco es de recibo para los dirigentes comunitarios que observan con gran incredulidad la capacidad de entendimiento entre dos formaciones políticas históricamente enfrentadas. La responsable europea de Competencia, Margrethe Vestager, ha echado el primer jarro de agua fría sobre la supuesta alianza entre el PP y el PSOE señalando que este tipo de pactos estructurales no surgen de un día para otro, sino que dependen de una serie de razones culturales que tardan muchos años en germinar. En Dinamarca, país de origen de la comisaria, existe una arraigada experiencia de coaliciones pero en España el experimento no parece que tenga mayores visos de funcionar.
Lo que verdaderamente preocupa al otro lado de los Pirineos es que el futuro Gobierno que puede resultar de las últimas elecciones sea capaz de ejercer con plenos poderes su acción política y responda a los requerimientos de Bruselas con la misma disciplina que ha mostrado a lo largo de toda la pasada legislatura. Una petición que se antoja insufrible ante la fragmentación del actual arco parlamentario y que, al margen de cualquier conjetura, va a exigir un tiempo de maduración inevitable que hace prácticamente imposible la formación de un Ejecutivo fiable antes de finales de abril o incluso de mediados de mayo.
Los empresarios consideran que en España el anterior consenso ha sido sustituido por un chalaneo que sólo puede dar lugar a un multipartito de izquierda radical
Como ya ocurrió con la convocatoria electoral, la consigna oficial en el seno del PP pasa por exprimir el calendario como un limón evitando las prisas de los que aspiran a desbancar del poder a Rajoy. Para eso se aceleró la aprobación de los Presupuestos como bálsamo para soportar la levedad de un Gobierno en funciones y que sólo está en condiciones de ejecutar la hoja de ruta que fue diseñada para el peor de los escenarios posibles. La incapacidad de plantear iniciativas legislativas podría resultar un drama a poco que se desvíe el rumbo de un crecimiento que podría quedar muy por debajo del previsto 3% en 2016. El año económico se pierde con cada día que pasa y los más suspicaces observadores estiman que el PIB no superará ni de lejos el 2% porque el Gobierno se va a tirar seis meses parado con la única consigna de mantener el timón de un barco cada vez más alejado del puerto comunitario.
Con este panorama, los prebostes del Ibex y sus organismos colaterales han decidido que los hechos tienen una interpretación mucho más sabia que las palabras y han comprendido que el mensaje cifrado del partido en el poder difiere claramente del discurso oficialista de Rajoy y su oferta de coalición con el PSOE y Ciudadanos. La sensatez de Albert Rivera se diluye con la inflexibilidad de Pedro Sánchez para frustrar ese bunker constitucionalista que tanto critica Pablo Iglesias. En definitiva, y como dijo Alfonso Guerra, lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. Los empresarios se han convencido de que en España el consenso no existe, si acaso el chalaneo y éste lo único que puede producir es un frente de izquierda radical y separatista en el futuro Gobierno de la nación.
El virus del cambio por el cambio alarma a los dirigentes del mundo de los negocios ante lo que se considera la hora de la verdad para España. Hay demasiado en juego, empezando por la conservación del cargo, de modo que los experimentos gaseosos mejor dejarlos para otras épocas de bonanza. La economía cogida con alfileres no permite aquelarres para aprendices de brujo y de ahí que la prudencia aconseje el perfil más bajo, cuando menos desde un punto de vista público e institucional. Otra cosa son las cenas privadas y los sentimientos revelados a los más íntimos. Ahí cada cual se desahoga como puede y casi todos con el mismo ideario, que se traduce en una clara consigna: pasar página y buscar una segunda oportunidad en las urnas. A poder ser, cuanto antes.