MANUEL MONTERO-El Correo

La realidad, tozuda, recuerda a veces su poso siniestro. Lo evidencian las vergonzosas bienvenidas a terroristas que salen de la cárcel en pueblos que despreciaron a sus víctimas

Hannah Arendt observó las dificultades que había para distinguir entre el hecho y la opinión en la Alemania en que había imperado el nazismo. Las opiniones se trataban como hechos fehacientes y viceversa. Alemania había invadido Polonia, pero las conversaciones lo trataban como si fuese una opinión, una alternativa interpretativa, no como un hecho. Un observador ironizaba: «confío en que al menos no se diga que la Primera Guerra Mundial estalló porque Bélgica atacó Alemania». No se había inventado el término «posverdad», que hoy bendice las mentiras de siempre, pero la opinión fabuladora hacía ya estragos.

En el País Vasco del terror sucedió algo parecido. Por ejemplo, al terrorismo se le llamó lucha armada para ennoblecerlo o quitarle la carga. Era una opinión, pero se trató como una circunstancia objetiva; una lucha diferente, pero otra cara de una misma moneda colectiva. Así, todo consistía en hablar, dialogar, tratar al asesino como si fuese un político algo ofuscado pero bienintencionado. La opinión negaba el hecho, pero se convirtió en un argumento de la política vasca, cuyo tema central no era cómo terminar con los terroristas sino cómo contentar a la ‘organización armada’, otra opinión que daba gato por liebre: mejor no llamar a la bicha por su nombre.

De aquellos polvos vinieron estos lodos. «Lo que ellos llaman terrorismo, la lucha armada, eso no lo vamos a condenar». La opinión del paranoico resulta una de las pocas certezas de nuestro panorama posterrorista y, pese al odio que emana, se habla de reconciliación. Gana la interpretación buenista, según la cual los antiguos ‘luchadores’ ansían convivir, una suerte de perdón general y aquí no ha pasado nada. Y eso pese a que «no lamentamos lo que hemos hecho en el pasado» y a que se muestran orgullosos de su historial de asesinatos y extorsiones.

Así, el «proceso de reconciliación» –desde hace tiempo en Euskadi lo que no se llama proceso no existe políticamente– debe de consistir en el perdón de las víctimas a los terroristas y sus secuaces, diciéndoles pelillos a la mar, mientras estos siguen pavoneándose de las agresiones que perpetraron. Lo han dejado porque se les ha acabado la mecha, pero siguen en el machito en lo que pueden.

«La opinión tiene más fuerza que la verdad»: la apreciación de Estobeo tiene ya 1.500 años de antigüedad y aquí estamos nosotros para probarlo. La opinión reguló la vida de los años de plomo, en su doble dimensión, la manipulación batasuna –«zuek fascistak, zarete terroristak»– y la equidistancia entre la democracia y sus agresores, que se mostraba solidaria con «todas las víctimas de la violencia y el terrorismo y con todas las personas que sienten el dolor de la enfermedad y la separación de sus familiares y seres más queridos», como pudo oírse alguna vez de infausto recuerdo: todo a la vez y sin grados. La interpretación ideologizada quitaba hierro al terror y opinaba que todos tenían su sufrimiento. Así te ahorrabas resquemores éticos.

Podía la opinión de que todo era fruto de un conflicto etéreo, conflicto político de origen histórico, conflicto histórico de origen político, pues la añagaza argumental permite cualquier combinación que resulte reconfortante. Si no distingues entre opinión y hecho, aquella se impone. Y, al final, resultaba que el terrorista asesinó porque le habían dicho que en 1839 abolieron los fueros. «¿O es que la actual confrontación armada no prendió de los rescoldos que dejó el bombardeo de Gernika?»: La opinión dejada al albur de la fantasía vuela a sus anchas.

Entonces y ahora. El País Vasco de la nueva época se está construyendo sobre opiniones del mismo pelaje, que niegan u ocultan los hechos. No hace mucho se homenajeó a ertzainas asesinados por ETA y todo quedó en señalar que habían «muerto cumpliendo con su deber», ocultando circunstancias. ¿Fue por no molestar? ¿O porque creen que llamar asesinato al asesinato es una opinión? ¿Resulta irrelevante que fuesen asesinados por ETA? Quizás manda la idea de que debe ocultarse, olvidarse. Al final resultará que todo es una opinión y que es posible cambiar el pasado. George Orwell llamó «doblepensar» (‘1984’) a la posibilidad de tener a la vez dos opiniones contradictorias. Aquí hemos dado un paso adelante y prescindimos de los hechos. Así concebida, la realidad es una ficción. Conclusión: no estuvo mal mirar para otro lado.

Pero la realidad, tozuda, recuerda a veces su poso siniestro. Lo evidencian los vergonzosos ‘ongi etorris’, las bienvenidas a terroristas que salen de la cárcel, en pueblos que despreciaron a sus víctimas. Se han permitido decenas de recibimientos como héroes a quienes acosaron a la convivencia. No es una cuestión secundaria ni episódica sino central en los problemas que está planteando el fin de ETA. Por lo que se ve, los presos están dispuestos a cualquier sacrificio por tener el homenaje de su pueblo, para sentirse justificados y enaltecidos: les importa más que la convivencia democrática y la libertad. Y, ante la estulticia, somos capaces de discutir si es sólo recibir vecinos que no estaban, si tiene otra carga, si no es enaltecimiento… La táctica del avestruz como fundamento de la nueva política.

La opinión que rige nuestras vidas consiste en el arte de no llamar a las cosas por su nombre. Va avanzando. Puede más que los hechos. Manda la opinión de que ya hemos sobrepasado la violencia: no la habrá aunque la haya, por tanto. No sólo eso. Nunca hubo violencia, nunca hubo terrorismo, esa es la opinión sobre la que quiere construirse el futuro.

Nunca pasó lo que pasó.