Luis Ventoso, ABC, 10/3/12
LA resaca de cuarenta años de dictadura provocó ciertas pudibundeces ridículas en el arranque de la democracia. Una de las más nocivas, cuyas secuelas estamos pagando como nunca, fue una asunción vergonzante del legítimo nacionalismo español. Dado que el dictador se había envuelto en la bandera de España, cuando por fin el país se abrió a la libertad se procedió a bajar el volumen del sentimiento nacional. Sentirse español, proclamarlo en alto, pasó a considerarse fuera de lugar. En los primeros ochenta, no había personaje que se pretendiese in y pronunciase la palabra España, sustituida por «el Estado español», un eufemismo tontolaba. Fue un repliegue absurdo, y más en una de las naciones más antiguas del mundo, con una historia asombrosa a sus espaldas.
Estados Unidos es la mayor democracia del planeta y además su federalismo es extremo. Sin embargo, el afecto a la nación que los une resulta omnipresente. Aquí, como somos dados a confundir el culo con las témporas y la gimnasia con la magnesia, decidimos guardar en el cajón el concepto España y cedimos a los nacionalistas periféricos todo el campo de juego dialéctico sobre el modelo de Estado. El resultado de esa técnica del avestruz ha sido demoledor. Los nacionalismos filoseparatistas, que en el fondo atienden a una idea de superioridad retrógrada y un pelín xenófoba, lograron investirse de una falaz etiqueta de modernidad. Mientras, el sentimiento español era caricaturizado como opresivo y retrógrado, cuando en realidad la idea de España es mucho más solidaria, avanzada y beneficiosa económicamente que la de la taifa replegada sobre su ombligo excluyente.
El comportamiento acomplejado ante Cataluña y el País Vasco de los inquilinos de La Moncloa, que cayeron en el error de cuadrar sus mayorías recurriendo a los nacionalistas, provocó cesiones onerosas. La más gravosa ha sido la miope entrega de las competencias en educación. Los gobiernos autonómicos más desleales han aprovechado esa palanca para convertir las aulas en centros de adoctrinamiento victimista. Si un escolar se pasa años escuchando que su tierra es la quinta maravilla, si se le inculca desde niño una versión deformada de la historia, si se le da a entender que su región sería Dinamarca de no ser por la bota española, cuando acabe el bachillerato sumaremos otro adepto al credo soberanista.
Esta semana se ha producido un hecho aberrante contra la justicia y el sentido común. Un tribunal catalán de menor rango se ha fumado una sentencia del Supremo para mantener la inmersión escolar en catalán. Es decir: la lengua de uso mayoritario en Cataluña, que —¡pásmense!— es el español, está prohibida de facto en la escuela. ¿Qué opinión le ha merecido al Gobierno? Paños calientes. No se puede importunar al presidente Mas, que sí tiene venia para ofender a los españoles semana tras semana. Mientras quienes creen en España callan y se resisten a difundir sus valores, ellos trabajan a tiempo completo para cuartear el país donde vivimos.
Luis Ventoso, ABC, 10/3/12