Miquel Giménez-Vozpópuli
De todas las repugnantes mentiras vomitadas en estos días de locura, la peor es la que achaca la violencia a grupos de infiltrados del Estado
Al carecer de visión crítica, las masas que siguen el procés lo hacen como si se tratase de un programa de TV3 de esos que produce Buenafuente, con Rahola escupiendo barbaridades; refocilados con tamaña miseria intelectual, desconectan el televisor y se van a soñar con su república racista en la que se puede perdonar a Pujol porque, al fin y al cabo, todos roban y, además, es de los nuestros.
Cuando en una sociedad existe una parte dispuesta a admitir la mayor de las enormidades, siempre que la diga uno de sus conmilitones, el guion es fácil. Por eso las redes sociales están plagadas de apologistas del odio estelado – a muchos les pagan por hacerlo – dispuestos a repetir como loros la última gilipollez que haya soltado la Patum de turno. Y si es el mismísimo presidente de la Generalitat, mucho mejor.
Ahora es el turno de repetir ad nauseam la consigna que tacha a los violentos como infiltrados del Estado, infiltrados fascistas, infiltrados del CNI, de la Policía, de la Guardia Civil, de Falange, de Ciudadanos o del PP, les da lo mismo que lo mismo les da cuando se trata de regurgitar de sus sucias tripas las mendacidades que desayunan a diario. Como saben que la cosa se les ha ido de las manos, y que a sus niñatos ya no les basta con ser militantes de su partido, porque ahora quieren hacerse selfies con hogueras de fondo y poder presumir así de terribles revolucionarios con casa en la Cerdaña, piscina y servicio, sus señores padres nos dicen que son otros los violentos.
Y no. Son sus vástagos, sanguíneos o políticos, son sus herederos, son los que tienen la vida tan resuelta que poco les importa destrozar la economía de un país a base de incendios. Al fin y al cabo, papá tiene su dinerito a salvo en Panamá, en Barbados o en Jersey, así que no hay problema, ¡a quemar contenedores, Betona, Oriol, Jan, Queralt, Guifré, Roger, fora les forces d’ocupació!
Vuestros son, también, los terroristas urbanos que tienen el Black Book como libro de cabecera en su mesilla de noche, los antisistema, los okupas, los mercenarios que ahora la lían aquí y mañana en Berlín
Nada de infiltrados, Torra. Son los tuyos, los CDR, los del Tsunami, son los chavales a los que habéis calentado la cabeza para que se creyeran superiores a la charnegada, la de la tara en el ADN, la bestial e insufrible gente españolaza a la que soportáis porque alguien tiene que limpiaros la mierda. Incluso aquellos que, en puridad, no parecen ser de los vuestros, lo son igualmente. Porque vuestros son los abertzales desplazados a Barcelona para dirigir la maniobra terrorista, esos entrañables amigos batasunos con los que tanta ilusión os hace aparecer en actos y fotografías. Vuestros son, también, los terroristas urbanos que tienen el Black Book como libro de cabecera en su mesilla de noche, los antisistema, los okupas, los mercenarios que ahora la lían aquí y mañana en Berlín. Vuestros son los gilletes jaunes, curtidos en la guerrilla callejera, procedentes de sectores ultra radicales franceses, que nos visitan como camaradas de la causa separatista.
Cualquier criminal capaz de arrojarle a la cabeza de un policía una piedra, un cojinete lazado con tirachinas de acero, un recipiente repleto de ácido o un cóctel molotov es de los vuestros. Qué paradoja. Los pìjitos alternando junto al lumpen catalán – porque de estos también hay unos cuantos – y la hez de la delincuencia europea. Al menos, el 18 de julio los burguesitos tuvieron la prudencia de esconderse detrás de los visillos de sus mansiones y enviar a la criada a la calle, a ver cómo iban las cosas. Una minyona no es nada comparado con un señorito. Máxime, si la minyona no es catalana y el señorito, sí.
Los infiltrados sois vosotros mismos, camuflados cobardemente detrás de los jóvenes para destrozar la democracia. Al menos, tened el coraje de poneros delante de las barricadas, plantando cara a la Policía, y dejad de hacer ese cobarde papel, lamentando los actos violentos para, a renglón seguido, achacárselos a unos seres misteriosos venidos de la malvada España. Al fin y a la postre, los infiltrados de verdad siempre habéis sido vosotros, que chupasteis de la ubre pública – aún lo seguís haciendo – mientras gritabais que España os robaba. Con la misma amoralidad con la que ahora decís que es España la que incendia las calles de Barcelona.