Luis Ventoso-ABC

  • Un problema para la democracia que su supuesto líder sea un ignorante

Donald Trump es el presidente número 45 de Estados Unidos. Alcanzar tan alta magistratura solo está al alcance de hombres excepcionales, con enorme capacidad de persuasión, tenacidad de hormigón y extraordinaria habilidad para conseguir las toneladas de dinero que requieren las campañas. Por eso dibujar a Trump como un imbécil que solo sabe tuitear hasta gastarse el dedo es una caricatura burda. El calificativo correcto es otro: ignorante. Un populista muy habilidoso, a veces con intuiciones acertadas, pero sin la preparación que demanda el cargo (y más ante la crisis que sufrimos). Además, se trata de un presidente de mentalidad analógica en un mundo que ya es digital.

El progresismo mundial desata su ira justiciera contra Estados Unidos. Pero el desafío no es Washington, aunque haya lacras que corregir. Tampoco las estatuas de Colón, ignoradas en el olvido por siglos. El problema real, y que nada preocupa a la izquierda flamígera, es la opción autoritaria que postulan con creciente arrogancia los regímenes de China y Rusia. Ambos mantienen una campaña sorda para minar a las democracias liberales y empiezan a considerar que la tiranía puede ser un modelo exportable y ganador. En ese frente, por desgracia, a Trump le queda holgado el cargo. No puede liderar el mundo libre un presidente que charlando con la premier Theresa May se sorprendió al enterarse de que el Reino Unido era una potencia atómica, como acaba de revelar el libro de su despechado exministro Bolton. Escribe desde el resentimiento, cierto. Pero el retrato que pinta, muy verosímil, no es el de un estadista.

EE.UU. ha tenido presidentes buenos, malos, indigeribles. Pero el nivel medio de preparación es altísimo. El tercero, Thomas Jefferson, era un auténtico erudito ilustrado. Ideó el armazón de derechos y leyes que todavía sostiene la República (amén de ser músico, arquitecto, inventor, filósofo, paleontólogo…). En 1962, JFK recibió a 49 premios Nobel en la Casa Blanca: «Estamos ante el más extraordinario conjunto de talento humano que haya visto esta residencia. Excepto cuando Jefferson cenaba aquí solo», bromeó Kennedy (o tal vez no). El propio JFK llegó a la presidencia con un mochila intelectual repleta: cum laude por Harvard, conocimiento máximo de las relaciones internacionales, interpretadas desde el saber clásico, y hasta un premio Pulitzer por un ensayo.

Tomarse a chufla a Reagan era un lugar común: el cowboy de cabeza hueca. Un actor que comunicaba bien, nada más. Falso. Antes del cine se había graduado en Económicas y Sociología y toda su vida fue un lector compulsivo (en los descansos de los rodajes daba la chapa con sus lecturas a sus compañeros de reparto). El vaquero montó su Revolución Conservadora y derrotó al comunismo con sus neuronas nutridas por Edmund Burke, Adam Smith, Hayek, Soltzhenitsyn, Frank Meyer, Friedman… Hoy el puesto de campeón de la democracia liberal está vacante, porque quien debe ocuparlo es un ignorante orgulloso de serlo y de comportamiento errático. Y como advierte el dicho labriego: «Donde no hay mata, no hay patata». Una lástima.