Ignacio Camacho-ABC
- En el conflicto de la justicia ya sólo puede haber vencedores y vencidos. La opinión de la judicatura cae en el vacío
A Bruselas se fueron el lunes los representantes de las asociaciones españolas de jueces a buscar soluciones para el bloqueo y volvieron con la constatación de que el comisario europeo de Justicia, el belga Reynders, está ‘deeply concerned’, profundamente preocupado según el estribillo clásico con que los gerifaltes de la UE anuncian su intención de cruzarse de brazos. Cuando un eurócrata utiliza esa expresión quiere decir que tu problema le interesa lo justo para poner cara de pesadumbre infinita, prometer gestiones que no hará y dejar que te busques solo la vida. En cualquier caso, en materia judicial no conviene cifrar demasiada esperanza en un señor de Bélgica, paraíso de prófugos donde los magistrados tienen probada tendencia a considerar refugiados políticos a independentistas en rebeldía y hasta a terroristas de ETA. Y la Unión ya ha hecho bastante con presionar a Sánchez para que abandonase el proyecto de asaltar por las bravas el Consejo; a partir de ahí, la forma de resolver la disputa pasa a ser un asunto interno.
Y va para largo. En primer lugar porque los partidos han comprobado que no es un tema que provoque inquietud excesiva en los ciudadanos y cabe por tanto estirar el pulso hasta que ceda el adversario. En segundo término porque el Gobierno cree que los jueces son su verdadera oposición y pretende someterla para conquistar la última institución con cierta autonomía que queda. Y por último porque el historial del presidente en cumplimiento de promesas impide que el PP firme cualquier pacto sin la garantía previa de una reforma legal a la que la izquierda se niega. Pero aunque la aceptase para salvar el atasco siempre tiene a su alcance tumbarla durante la tramitación parlamentaria. Es lo que sucede cuando un gobernante pierde el crédito de su palabra, que ni siquiera sus actos pueden restaurar la confianza.
Así las cosas el único desenlace posible es la derrota de una de las dos partes, por lo que ambas están decididas a persistir en la estrategia de desgaste. Ni siquiera Europa tiene ya capacidad de arbitraje. Y si la conserva es dudoso que utilice los fondos de recuperación como recurso conminatorio; su prioridad es que la economía despegue pronto. La desventaja de Sánchez radica en que es a él a quien se nota más incómodo porque en cada sentencia o actuación procesal que afecta al Ejecutivo -ayer, otra exministra imputada- recibe un rapapolvo, lo que suscita muchas dudas sobre su énfasis en cambiar la cúpula que controla los nombramientos de la judicatura. Como resultado de esa tensión mutua ya resulta imposible un acuerdo sin vencedores ni vencidos. No ha lugar a un empate o un armisticio. Y lo más triste del conflicto es que la opinión de los jueces cae en el vacío. Triste destino el de un poder constitucional cuya independencia supone para los políticos un principio subordinado a su propio beneficio.