Alberto Lardiés-Vozpopuli
María Chivite y los suyos están poniendo en manos de Bildu todas las decisiones políticas en Navarra, sin atreverse a mostrar sus verdaderas cartas, como si engañasen a los ciudadanos de la comunidad
Tomar una decisión importante supone riesgos y entraña responsabilidades. Pero para decidir primero hay que asumir la realidad, partir de ella, no moldearla o deformarla a conveniencia propia. María Chivite, aspirante a presidenta del Gobierno foral, y sus compañeros del Partido Socialista de Navarra (PSN) simulan la actitud opuesta. Eluden toda responsabilidad y esperan que otros decidan su suerte (y la del futuro de Navarra), pero solo en apariencia. Porque en su estrategia hay un engaño tan palmario como el que utilizan los trileros, que siempre hacen trampas a la vista de todos.
El PSOE navarro fue la segunda fuerza más votada el 26-M. Tiene 11 de los 50 escaños del Parlamento foral. Por difícil que parezca conseguirlo, está en su derecho de intentar gobernar, por supuesto. Pero no debe tomar por tontos a los ciudadanos navarros, tanto a los que les han votado como a los que no. Vivir tiempos líquidos y frenéticos como los actuales no oculta la verdad.
Los apoyos necesarios no mienten
Y esa verdad, cristalina y tozuda, es que los socialistas navarros, por más que jueguen al trile, solo pueden gobernar gracias a los nacionalistas vascos de los que dicen estar en las antípodas ideológicas: necesitan los votos y/o la abstención de Geroa Bai (9) y de Bildu (7). Solo mediante una alianza con los nacionalistas, amén de con Podemos (2) e IU (1), pueden gobernar frente a la opción más votada, Navarra Suma (20), coalición que engloba a UPN, PP y Cs. Por ello, esa alianza no admitida se vislumbró este martes en el Parlamento.
Pactar a la vez con Geroa Bai, Podemos e IU puede parecer arriesgado, erróneo y, sobre todo, incoherente, después de una legislatura entera clamando contra el cuatripartito gobernante (de Geroa Bai, Podemos, IU y Bildu), pero es legítimo. ¿Suena extraño aliarse con el partido de Uxue Barkos, a la que el PSN ha hecho una oposición feroz en los cuatro años precedentes? ¿Suena raro censurar permanentemente la existencia de un cuatripartito para a renglón seguido montar otro? Sí, ambas cosas suenan extrañas. Pero son legítimas, insisto.
También pactar con Bildu es legítimo. El PSOE navarro sabe muy bien que solo logrará gobernar si consigue el apoyo, vía abstención, de los bildutarras. Así lo dice la aritmética parlamentaria. ¿Por qué no admitirlo de una vez y obrar en consecuencia? ¿Por qué Chivite no aparece públicamente y dice: «Pedimos a Bildu que se abstenga para dejarnos gobernar por este y este otro argumento»? ¿Por qué no asumir esa decisión? ¿Por qué no decir y admitir la verdad? ¿Por qué, en suma, no partir de la realidad objetiva? ¿Por temor a que ese pacto reste votos en otras partes de España? ¿Por miedo a Ferraz? ¿Por adicción al engaño?
Obviar lo obvio
Lo que no es legítimo ni ético ni honrado ni serio, sino propio de un trilero, es simular o imaginar que no vas a gobernar gracias a Bildu cuando sabes que es así. ¿Cómo es posible que el PSOE navarro vaya a presentarse a una investidura en la que solo puede salir victorioso si Bildu se abstiene al mismo tiempo que veta cualquier acuerdo, diálogo o reunión con Bildu? ¿Cómo se puede aspirar a gobernar gracias a aquellos que marginas y ninguneas porque no te parecen dignos ni para sentarte a la misma mesa? ¿Cómo pretende Chivite legislar y marcar un rumbo político con solo 23 escaños frente a los 27 que suman Navarra Suma y Bildu?
El PSOE navarro pretende que los 7 parlamentarios de Bildu les permitan gobernar gratis, que les regalen el poder como opción menos mala. ‘Te odio pero dame tu apoyo’. Es ‘hacerse un Pedro Sánchez’. Es decir, imitar lo que el presidente del Gobierno hizo en la moción de censura para tumbar a Mariano Rajoy: poner al resto ante la disyuntiva de elegir. Al final, los cinco diputados del PNV desnivelaron la balanza. En este caso, la disyuntiva será solo para Bildu. O, dicho de otro modo, los diputados abertzales decidirán quién gobierna Navarra. Los juegos de trilero del PSOE otorgarán a la cuarta fuerza política, esa con la que no se quieren ni sentar, la capacidad de decidir.
Pareciera que lo que que está haciendo el PSN es, en el fondo, seguir el manual de instrucciones de Iván Redondo, que consiste en camuflar con eslóganes y tretas la irresponsabilidad y la ambición propias. Pero ni siquiera es algo tan sofisticado. Es mucho más burdo, más obvio, más torpe. No engaña a nadie con dos dedos de frente. Es una actitud muy parecida, dicho sea de paso, a la misma que los socialistas afean a Ciudadanos respecto a Vox. No se puede decir, al menos sin sentir vergüenza ajena, que aíslas o vetas a un partido cuando luego necesitas sus votos o su abstención activa para lograr tus propósitos.
Un veto presunto
Decir que se veta a Bildu para luego lograr el Gobierno gracias a Bildu es una engañifa tan inequívoca que provoca sonrojo. Pero Chivite y compañía siguen erre que erre, como situándose fuera de la realidad y de las cifras que están a la vista de todos, repitiendo sus argumentos como si los navarros fuéramos idiotas, como si no viéramos que el trilero ha escondido la piedra lejos de las opciones que nos muestra para elegir: «No llegamos a acuerdos con Bildu ni con Navarra Suma». Con un par. Bien, entonces no dan los números para gobernar.
Los sueños de la imaginación producen monstruos aún más horrendos que los de la razón. Hacerse trampas al solitario tiene consecuencias tan inesperadas como devastadoras. Así, el pasado fin de semana la portavoz del PSN en el Ayuntamiento de Pamplona, Maite Esporrín, abandonaba el consistorio entre gritos de «PSN kanpora», «traidora» y «con Chivite no». Así, cuatro días después, el PSN acababa aliado con Bildu en el Parlamento sin pretenderlo o, mejor dicho, sin reconocerlo. ¿No sería más fácil y razonable que los socialistas navarros decidieran de una vez por todas qué relación quieren tener con Bildu? ¿Normalizarla, sea la que sea?
La estrategia de los trileros es tan simple, tan primaria y tan evidente que solo creen en ella los crédulos o los ciegos, pero no los votantes. Un trilero, al cabo, solo se engaña a sí mismo. Y, al final, acaba pagando por ello.