Los lemas que nos rodean

EL CORREO 05/10/14
MANUEL MONTERO

· El ‘derecho a decidir’ ibarretxiano ha ido conquistando corazones. Pero el tiempo no le ha dado más enjundia, sólo más fieles

Un rasgo de la marca Euskadi es el gusto por acuñar lemas y contralemas como resumen de un propósito político. En cualquier manifestación o manifiesto la discusión del lema es lo que más lleva. No habrá acuerdo sobre el significado de las palabras –se dice paz y a veces significa victoria–, pero se negocia cuál va en la pancarta. Al vasco le gusta condensar pensamientos completos en dos o tres términos; o bien concede a estos el valor de aquellos (con lo que ahorra fárragos) o les imagina una especie de poder telúrico: dices «independencia y territorialidad» y sientes que los estás creando.

Esta vocación por los lemas viene de atrás. De fines del XVIII es el ‘Irurak bat’ de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País que, pese a proceder de una empresa cultural, tuvo sus resonancias políticas, al evocar una unidad entre Vizcaya, Guipúzcoa y Álava. Con el tiempo el lema daría lugar otros, como el ‘Laurak bat’ del primer Gobierno vasco o el ‘Zazpiak bat’ que desde fines del XIX resume la ambición a la unidad política de las siete circunscripciones vascas. Al condensar las expectativas en un par de palabras confirman la capacidad vasca por abreviarse.

El primer lema carlista fue ‘Dios, patria, rey’, para resumir la visión tradicionalista del mundo. Después llegó el ‘Dios, patria, fueros, rey’ sugiriendo el mundo del Antiguo Régimen y de las libertades locales. La evocación definía en un trazo toda una ideología. ‘Paz y fueros’ fue el lema al que recurrió Muñagorri para desactivar la causa carlista, proponiendo el abandono de la causa de Don Carlos por el mantenimiento de los fueros. Fascina simplificar las posiciones en una breve jaculatoria.

Hubo otros lemas decimonónicos que representaban proyectos políticos completos. Entre ellos, el ‘Dios y fueros’ que quería desgajar la política del liberalismo y carlismo que se habían enfrentado. Fracasó casi sin estrenarse.

Por entonces, la afición por los lemas adquiría una nueva dimensión. Sabino Arana creó el ‘Jaungoikoa eta Lagizarra’, Dios y la Ley Vieja, cuyo acrónimo, JEL, sigue figurando en el nombre en euskera del PNV: la proclama se convertía en seña de identidad y designación del movimiento jeltzale. Frente al sabiniano JEL, ‘Patria y Libertad’. Lo lanzó el Partido Republicano Nacionalista Vasco, de corta vida pero antecedente de ANV, la alternativa nacionalista al PNV durante la II República.

No desapareció luego el gusto por los slogans. El nombre de ETA, ‘Euskadi ta Askatasuna’, Euskadi y Libertad, adoptaba la forma de un lema. En el País Vasco los distintos movimientos han buscado definirse con un par de trazos más o menos sonoros: ya entendería el espectador qué querrá decir.

Desde la transición nuestra historia recorre un camino jalonado por lemas de distinto calado, pero que la representan bien, aunque llevan a preguntarse si eso fue todo. ¿El ‘que se vayan’, que marcó una época, conllevaba un programa o era sólo un grito airado? Lo mismo cabe decir de los ‘Amnistia’, ‘Amnistia orokorra’ o ‘Amnistia osoa’, según los momentos, que no significó amnistía en el sentido de ‘olvido de los delitos’ sino olvido de que eran delitos y reconocimiento de quienes los cometieron. El primer ‘Presoak kalera’ ha adoptado distintas formas, según la coyuntura política: ‘presoak etxera’, ‘presoak Euskal Herrira’. Resulta improbable que los creyentes hayan adaptado también los matices. Seguramente mantienen la fe en la primera versión, de cuando eran ‘alegres y combativos’, otro lema histórico, sin las sofisticaciones estratégicas de los nuevos tiempos.

Las posiciones ante el terrorismo pueden seguirse también a través de los lemas que se acuñaron. Muchos resultaron ambiguos, por asociar el fin de ETA con cambios políticos. En 1978 el PNV convocó la primera gran manifestación contra el terrorismo y, visto desde aquí, nadie diría que el lema, ‘Euskadi libre y en paz’, se dirigía específicamente contra ETA. Pero en la época se entendió así –y generó broncas en el nacionalismo–. La libertad de Euskadi, en tales términos una reivindicación nacionalista, antecedía a ‘en paz’.

Desde entonces los lemas han seguido los tumbos que ha ido dando la cuestión vasca. Desde este punto de vista el acontecimiento más importante fue el triunfo del ‘diálogo y negociación’, de origen batasuno. Hacia 19982000 lo asumió todo el nacionalismo, para pasar después al lenguaje habitual, primero en el País Vasco, después en toda España. Dio lugar a una nueva familia de lemas, que asocian paz y propósitos políticos desde el ‘Por la paz y el diálogo’ del periodo soberanista al posterior ‘Diálogo y acercamiento de presos’. O el más reciente, ‘Derechos humanos, acuerdos y paz’.

Otros lemas jalonan nuestra evolución, como cuando se dijo ‘Paz y normalización’, también asociando el fin del terrorismo con cambios políticos. Y el que ha tenido más éxito, sorprendentemente, pues en su día no pareció un gran hallazgo: ‘el derecho a decidir’ ibarretxiano, convertido en el mantra en torno al cual gira nuestra vida desde hace una docena de años. Ha ido conquistando corazones por doquier. Desgraciadamente, el paso del tiempo no le da más enjundia, sólo más fieles.

Aquí los lemas lo son todo. No expresan su contenido sino que lo sustituyen. De ahí su éxito, que justifica adhesiones inquebrantables a la expresión de identidades. Ya veremos qué pasa con el ‘nuevo estatus’, hoy en estado intermedio entre nonato y neonato. Con el tiempo generará pasiones, que no dependen de qué significan los lemas, sino de quién los diga y para qué.