Joseba Arregi, ELPERIÓDICO, 21/9/11
El argumento de que solo la inmersión evita la segregación muestra la debilidad teórica del modelo
Sé que es muy comprometido, y hasta aventurado, escribir sobre el catalán en la escuela catalana desde fuera de Catalunya. Lo mismo vale para el esfuerzo por comentar algunas resoluciones judiciales al respecto. Quizá habría que comenzar por comentar las razones por las que resulta tan difícil reflexionar públicamente sobre estas cuestiones, siempre que se haga argumentando y con respeto. Algo pasa cuando algunos temas políticos tienden a convertirse en tabú. Algo nada bueno para la democracia, que vive del debate y de la deliberación.
Creo que es perfectamente defendible que el catalán necesita de una presencia fuerte en el sistema escolar catalán. No es necesario para ello recurrir ni a esencias, a espinas dorsales, ni a identidades milenarias. Basta con la referencia a una sociedad bilingüe en la que la posición social del catalán es más débil que la del castellano. Pero tengo la impresión de que no es de eso de lo que se discute realmente.
Todas las sociedades modernas se han convertido en plurilingües. No solo porque en cada una de ellas está presente más de una lengua, sino porque cada una de las lenguas modernas es portadora de una pluralidad de lenguajes al ser depositaria de variadas tradiciones, cada una de las cuales se dice en una lengua determinada, pero que, siendo a su vez cada una de ellas originariamente expresión de una lengua, modifican, condicionan y transforman la lengua en la que actualmente se dicen.
Las sociedades modernas son además plurilingües en otros sentidos: en su seno tienen validez las lenguas en sentido propio, pero también lenguajes que las marcan tanto como las lenguas. No hay sociedad moderna que no esté condicionada por el lenguaje de la ciencia y por el de la tecnología. Dentro de este último, los lenguajes de las telecomunicaciones, de la informática y de internet han adquirido un peso específico. Pero hay más: todas las sociedades modernas comparten el lenguaje de los mercados, el del dinero, el del consumo. Y todas las sociedades modernas están caracterizadas por el lenguaje de las leyes, del derecho, de los derechos humanos.
La sociedades constituidas como comunidades políticas en democracia lo hacen sobre el lenguaje propio del Estado de derecho, que no pretende exclusividad alguna, que es capaz de integrar todos los demás lenguajes y lenguas siempre que estén dispuestos a aceptar su limitación, su particularidad, su sumisión a las exigencias del derecho, que es la base de la convivencia democrática, la única que no se basa en la fuerza ilegítima, en la opresión de ninguna confesión obligatoria, sea religiosa, identitaria, cultural o lingüística.
El ciudadano lo es por ser sujeto de derechos y libertades, no por confesarse de una religión, ni por hablar una lengua, ni por declararse perteneciente a un colectivo identitario, ni gracias a su sentimiento de pertenencia. El Estado de derecho no denigra ninguno de esos elementos: los respeta y los reconoce como importantes en la constitución de los individuos, que solo llegan en la comunidad política a ser ciudadanos. Únicamente les señala cuál es su lugar en la convivencia política: el de ser particulares, concretos, limitados, sin derecho a imponerse como obligación a todos. En eso consiste precisamente el pluralismo cuya gestión define a la democracia.
Es de todo esto de lo que se debiera discutir, de la inconveniencia de que la Constitución declare la obligatoriedad del conocimiento del español, en lugar de limitarse a declarar su valor como lengua franca, de la inconveniencia de colocar una identidad milenaria por encima de derechos ciudadanos, sea en nombre de la cohesión social, la integración, la eficacia pedagógica o lo que sea.
Llama la atención el recurso al argumento de que solo la inmersión lingüística evita la segregación por razón de lengua. Este argumento que, a primera vista, parece definitivo, es muestra de la debilidad teórica del modelo de inmersión lingüística: ¿el hecho de que a lo largo del periplo escolar se enseñe una materia, además del propio castellano, en castellano obliga a segregar a los alumnos por lenguas? Esto es insostenible, pues al mismo tiempo se afirma que todos, incluyendo los niños, son bilingües en Catalunya, y que todas las pruebas ponen de manifiesto que los niños se manejan en castellano tan bien, y tan mal, como el resto de niños de España.
Se puede aceptar que por parte de quienes demandan que el español sea también lengua vehicular en la enseñanza catalana existe cierto fundamentalismo. Pero en ningún caso más que en la posición de quienes no admiten más que la inmersión radical, sin admitir la posibilidad de que alguna materia en algún momento cuente con el castellano como lengua vehicular. O para el caso, se niegan a cumplir el decreto que establece una tercera hora de español. Y todo en nombre de la esencia catalana. Nadie debiera olvidar que la eficacia de las políticas sociales de orden, cohesión e integración ha sido el argumento de todos los regímenes autoritarios.
Presidente de Aldaketa (Cambio para Euskadi).
Joseba Arregi, ELPERIÓDICO, 21/9/11