PEDRO CHACÓN-EL CORREO
- La mayoría vinieron al País Vasco en los 50 y 60, sobre todo de Castilla y León. El régimen franquista alimentó su discriminación
Es muy importante que alguien con el altavoz mediático de Rosa Díez publique, como ahora ha hecho, un libro titulado ‘Maquetos’. Yo mismo me atreví, allá por 2006, a sacar un ensayo titulado ‘La identidad maketa’, pero no pude conseguir hacerlo en una editorial como La Esfera de los Libros. Por las mismas fechas, en la editorial Txalaparta, que coloca mejor que nadie sus libros en el mercado vasco, salió otro titulado ‘Los nuevos vascones’, que tapó por completo al mío.
En ‘Los nuevos vascones’ se llamaba así eufemísticamente a los maquetos y se explicaba cómo esas gentes, llegadas aquí de otras partes de la España de posguerra, tenían que convertirse necesariamente en abertzales para no quedarse con la condición que traían de origen, la de fascistas sin remisión. Es la misma tesis que sostenía quien fue director de ‘Egin’, Jabier Salutregi Mentxaka, en un artículo del año 2000 titulado ‘Inmigrantes o invasores’. Rosa Díez, en cambio, dice que los maquetos eran malos españoles de partida y malos vascos de llegada. Perseguidos en su tierra de origen por el franquismo y estigmatizados aquí por el nacionalismo. Pero Rosa Díez solo habla de su familia, que era de Cantabria, provincia que fue -después de Madrid, del sureste español, de Cataluña y de Asturias, por este orden- donde más tardó en caer la Segunda República. Raúl Guerra Garrido tiene escrito que la Guerra Civil fue «la guerra más tonta del mundo, no fueron los ideales sino la geografía quien decidió de qué lado luchábamos». Ser republicano o nacional venía más marcado por la línea de frente que por convicciones personales. Lo cual no quiere decir que la familia de Rosa Díez no fuera, como ella misma la define, «una especie de oasis de librepensadores».
En cualquier caso, la mayoría de maquetos vinieron al País Vasco en los años cincuenta y sesenta, una vez terminada la Guerra Civil, de donde más, con diferencia, de Castilla y León, seguida de lejos por Extremadura, Galicia y Andalucía, territorios todos ocupados por Franco desde casi el principio de la guerra. Cantabria fue, pese a su proximidad, de donde menos maquetos llegaron en términos absolutos.
Nada de eso quita para que luego todos engrosaran aquí el colectivo maqueto, estigmatizado por el nacionalismo y por todos los maquetos nacionalistas. En un pasaje del libro se dice: «Cuántos centenares de miles de españoles que llegaron al País Vasco desde otras partes de España se convirtieron al nacionalismo para que los aceptaran en ‘la tribu’, para que sus hijos no fueran señalados, para que no les llamaran ‘maquetos’». En efecto, la preeminencia del nacionalismo en Euskadi se sustenta en dos pilares: el síndrome de Torquemada de la mayoría de maquetos y la cesión gratis por el Estado al nacionalismo del monopolio de ‘lo vasco’.
También habría que matizar la equiparación que se hace en el libro de antimaquetismo con nacionalismo. Porque el propio régimen franquista no solo no luchó para evitar que los nativos discriminaran a los sobrevenidos, sino que también alimentó esa dicotomía. Por ejemplo, la política de fichajes del Athletic, durante todo el periodo franquista, mantuvo el principio de fichar solo a los de aquí. Recordemos el caso del hermano mayor de Manolo Sarabia, Lázaro, que por haber nacido en Jaén no pudo fichar por el Athletic. Y estamos hablando de mediados de los sesenta.
Obviamente la discriminación nacionalista venía de atrás, desde el mismo origen de esa ideología, pero Rosa Díez se limita a contarnos su testimonio personal y familiar. Lo cual, como digo, está muy bien, para que se vaya conociendo algo de toda esta historia. Porque es que para muchos hoy en día ni siquiera hubo inmigración procedente de otras partes de España. Conozco a abertzales que, a pesar de tener apellidos inequívocamente castellanos, te dicen que no saben de dónde eran sus abuelos. Los libros que tratan del tema son mínimos, casi inexistentes o inencontrables. Y eso a pesar de que un trabajo de 1998 ya demostró que más del 50% de la población vasca actual no tiene ningún apellido vasco y solo menos del 20% tiene los dos primeros.
El régimen vasco en el que vivimos desde 1980 se sustenta, entre otras, en estas tres premisas falsas: los nativos vascos son mayoría; el nacionalismo es una ideología que existe desde siempre, como la nación vasca; y los maquetos no existieron o, en todo caso, si existieron fue de modo anecdótico o marginal. Los maquetos, en definitiva, son como la foralidad: una antigualla rancia con la que mejor no enredar ni marear a la gente. De modo que los dos elementos que mejor explican la historia política y social del País Vasco contemporáneo -la foralidad y los maquetos- están proscritos de la discusión pública y de la enseñanza oficial. La Euskadi actual es un país de pega.