Iñaki Ezkerra-El Correo

La supuesta desdicha de los españoles es desmentida por innumerables informes

España es el país más infeliz de Europa. Leo esa noticia y lo primero que sospecho es que los autores de ese estudio no son españoles y no nos conocen. Los autores de ese estudio son los empleados de Ipsos Global Advisor, una firma consultora con sede en París. No nos conocen porque si nos conocieran sabrían que nuestra felicidad reside en una buena medida en quejarnos de todo. La tesis de nuestra infelicidad que defiende esa empresa se contradice con todos los informes que nos sitúan a la cabeza de la longevidad del continente, el último de ellos el que publicó el año pasado la Comisión Europea y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico en la UE. ¿Cómo se explica esa contradicción? ¿Queremos seguir gozando de nuestra infelicidad el mayor número de años?

El propio lenguaje rebate significativamente esa tesis de nuestra infelicidad patria. Las palabras que definen ese concepto en nuestro idioma se diluyen en cuanto se aplican al individuo como adjetivos. Los españoles no llamamos desgraciado a un tipo caído en desgracia, sino a una mala persona. No juzgamos que ha estado desafortunado alguien que carece de fortuna, sino que mete la pata en una conversación. No decimos que es un infeliz quien carece de felicidad, sino un ser cándido al que se le puede engañar fácilmente. La nuestra es una lengua que no contempla la concreción de la desdicha en el hombre de carne y hueso. Desdichado es un chiste patoso, un mueble feo, un mal recuerdo…

La verdad es que los informes que desmienten ése que han elaborado los franceses son interminables: España es el mejor país para nacer por su alto nivel de bienestar y salud, según un estudio de Deloitte y Social Progress de junio de 2017; España lidera el ranking mundial de bares por habitante, según datos de la web de comparación de seguros Acierto.com en junio de 2018; España será el país con mayor esperanza de vida en 2040 según un estudio de la Universidad de Washington de octubre de ese mismo año…

Quizá la culpa de nuestra falsa desdicha viene de un tópico que han convertido en superstición nuestros políticos -el del supuesto derecho a la felicidad-, que está inspirado en una mala lectura de la declaración deiIndependencia americana. Entre los derechos inalienables que señala ese texto fechado en 1776, no está «el derecho a la felicidad», como se ha repetido hasta la saciedad, sino «el derecho a la búsqueda de la felicidad», que es otra cosa. El matiz es importante porque exculpa al Estado de la infelicidad del ciudadano y descarga toda la responsabilidad en la suerte o la habilidad que éste tenga en esa búsqueda. Yo creo que nuestra manía de quejarnos viene de no haber entendido lo que entendió Jefferson: que la felicidad es una cuestión privada. Como creo también que el secreto de nuestra felicidad nacional está precisamente en que no depende del Gobierno.