- En España hay 10,8 millones de votantes para los que todo vale con tal de que no gobierne la derecha, incluido jugarse la unidad de su país con un aventurero
Dado que el ser humano es falible en todas sus facetas, la derecha no puede tener la razón en todo, y la izquierda, tampoco. Pero al margen de los importantísimos debates económicos y morales, hoy en España ha sucedido algo que lo cambia todo: la traición de socialistas y comunistas en la cuestión nacional ha resultado tan grave y estruendosa que todo español con un mínimo aprecio por su país debería retirarles su apoyo. Sin embargo, no es así para nada. PSOE y Sumar, que compiten con la ventaja de su plus televisivo, han logrado en las últimas generales 10,8 millones de papeletas, muy cerca de PP y Vox, que consiguieron 11 millones.
España está partida en dos, como casi siempre. Es una falla que el PSOE ha ahondado a conciencia. El rubalcabismo sabía que el Partido Socialista, torpón y sin ideas en lo económico, necesitaba plantear el debate político como una especie de derbi futbolero entre hinchadas encarnizadas, donde lo racional importa poco e imperan los sentimientos, los eslóganes y los clichés. De ahí el interés del PSOE en reabrir las heridas de la Guerra Civil, perfecto drama para azuzar la vehemencia sectaria. La polarización se incrementó con Zapatero, que susurraba aquello de «nos conviene mantener la tensión». Y ya con Sánchez se ha alcanzado el cénit del odio ideológico.
Para muchísimos españoles, hoy la política es como ser forofo de un equipo de fútbol: da igual lo que pase y lo que hagan, son los míos. Es la misma mentalidad de la vieja mafia: la familia es lo primero, ocurra lo que ocurra. El resultado es que casi once millones de votantes se muestran impermeables a las barrabasadas de Sánchez y su coalición antiespañola. Son los «me da igual» y los «no es para tanto». En estos días de charletas navideñas todos nos hemos topado con alguno de ellos.
A continuación algunos ejemplos, que seguro que han vivido en primera persona, de cómo operan los «me da igual» y los «no es para tanto»:
-El PSOE, en contra de lo que había asegurado siempre, se alía con Bildu, el partido de ETA que lleva asesinos en sus filas, y le regala la alcaldía de Pamplona sin haber sido siquiera la formación más votada. ¿Reacción? «No es para tanto. ETA ya no mata, ¿no?, y se disolvió hace muchísimo tiempo. La gente les vota y no se los puede ignorar».
-En contra de lo que había prometido en las campañas electorales de 2019 y 2023, Sánchez concede unas mercedes inauditas a los separatistas antiespañoles, incluida una amnistía inconstitucional que él mismo negaba tres días antes del 23-J . ¿Reacción? «A mi me da igual. Y además no podemos estar siempre con la misma matraca. Lo del procés ya queda muy atrás. Hay que pasar página».
-Sánchez inicia una reforma encubierta de la Constitución, al dictado de sus socios separatistas y golpistas y gracias a haber controlado el TC con magistrados que venían de trabajar para el PSOE. ¿Reacción? «No es para tanto. Eso lo dices tú, pero habría que verlo. Además, ¿el PP no hacía lo mismo?».
-Sánchez ha subido enormemente la carga fiscal de la clase media y las empresas y desde su llegada a la presidencia en 2018 el poder adquisitivo de los españoles ha caído, mientras sube el de muchos de nuestros vecinos. Los españoles soportamos la mayor carga fiscal de la UE en relación a nuestros ingresos y somos líderes en desempleo y paro juvenil. ¿Reacción? «No es para tanto. ¿Era mejor el PP, que desmontó la sanidad pública? Por lo menos ahora se ayuda a la gente que lo pasa mal y se suben las pensiones. ¿Qué quieres? ¿Qué venga Vox?».
-Sánchez miente con desparpajo, incumpliendo su palabra una y otra vez. ¿Reacción? «A mi me da igual. Todos mienten».
-La unidad de España y la igualdad de los españoles están comprometidas por los pactos con los separatistas y ya se ve venir una consulta. ¿Reacción? «No es para tanto. La derecha franquista lleva años y años diciendo eso y al final no ha pasado nada».
Y con estos bueyes hay que arar. El PSOE, a diferencia de una derecha abúlica en las decisivas parcelas de la cultura y la educación, sí ha trabajado la batalla ideológica (y la de la propaganda). Ha convencido a la mitad de los votantes de que la razón está de su parte. Para darle la vuelta a ese panorama, que es muy difícil, hacen falta otras televisiones; y tal vez otros carismas y pesos intelectuales en lo que hay enfrente.
El discurso de «Sánchez es malísimo» es veraz y necesario. Hay que mantenerlo. Pero no basta. Se necesita proyectar una ilusión y proponer otra forma de ver el mundo que no sea la del «consenso progresista» y la economía asistencial socialista.