Los mejores 52 minutos de Rajoy

EL CONFIDENCIAL 17/03/15
JOSé ANTONIO ZARZALEJOS

Muy bien preguntado por Carlos Herrera, que no se dejó cuestión alguna en el tintero, el presidente del Gobierno consiguió ayer en Onda Cero cincuenta y dos minutos de buena entrevista. Para él, para su interlocutor y para los oyentes. Pueden escucharla –depende de su humor– con reposo y atención en la página web de la emisora. Yo lo hice ayer y extraje algunas conclusiones que abonan mi creencia de que Mariano Rajoy ha sido pródigo en desaprovechar muchas oportunidades para ofrecer una buena percepción de sus capacidades. Por supuesto, el Rajoy que ayer entrevistó Carlos Herrera es el de siempre pero sin eufemismos ni subterfugios en los que tan irritantemente se ha venido atrincherando.

Rajoy admitió el término “rescate” para describir el “crédito” que saneó la mitad de nuestro sistema financiero; se refirió por su nombre al extesorero del PP –Luis Bárcenas–, mencionó abiertamente a Ana Mato y al problema –participación en delito a título lucrativo– que dio con ella fuera del Gobierno; reconoció que los casos Bárcenas y Correa han hecho daño al PP, no eludió explicar las dificultades de confeccionar listas electorales en referencia a las de la Comunidad de Madrid y no rehusó referirse a Ignacio González –descartado– ni a Cospedal –a la que quiere como secretaria general en el futuro–. Asumió el presidente que de gobernar lo hará sin mayoría absoluta, deshizo la confusión en torno al bipartidismo –que ha sido en España imperfecto– y renunció al “y tú más” tan propio de la dialéctica electoral. Habló con buen ritmo, sin arrastrar las palabras, abundando en datos y proyecciones, con un tono decidido y frontal, sin perderle la cara a un periodista que como Herrera utiliza puño de hierro en guante de terciopelo.

· No está mal alguna satisfacción para los que el 20-N de 2011 creímos que optábamos por un Rajoy que ayer entrevimos como suponíamos que podía ser

La entrevista, por eso, no se hace larga o tediosa, llega a tener buenos momentos de vibración porque se percibe a un interlocutor con ganas de hablar y de explicarse, entrando noblemente a las verónicas del periodista andaluz, que en un tono sosegado y nada campanudo, sin dramatismos pero con seriedad, fue planteándole al presidente del Gobierno todas las cuestiones que están en la mente del común de las gentes. Se produjeron así cincuenta y dos minutos de buena entrevista, de buena radio, de buen periodismo. Y en gran parte porque a Rajoy le dio la gana, demostrando que tiene dentro -en términos de comunicación y de capacidad de afrontar cuestiones complicadas- mucho más, muchísimo más de lo que ha demostrado a lo largo de estos tres años y cuatro meses de legislatura.

Creo que, seguramente, es ya tarde para cambiar una política de comunicación errónea, o más exactamente, es ya tarde para que el presidente y su entorno asesor rectifiquen sus sistemáticos desprecios hacia la comunicación, no tanto como un flujo de información, sino como un instrumento de convicción, persuasión, explicación y transparencia. También de valentía. Pero, aun siendo ya tarde para describir una ciaboga en el rumbo de la trainera gubernamental, no lo es para subrayar que Rajoy se ha dejado llevar por la soberbia de la displicencia y ha malbaratado sus propias capacidades tan escondidas que han hecho suponer que las tenía muy escasamente. La entrevista ayer con Carlos Herrera demostraría que querer es poder y que comunicar es poner en lo que se dice y en el cómo se dice los acentos de convicción que persuaden.

Una buena comunicación no consiste en recabar unanimidades, ni siquiera criterios favorables mayoritariamente. Consiste en infundir respeto, en transmitir coherencia y firmeza, en conducirse con una determinada personalidad, en dar a cada cosa su nombre, en describir las situaciones como se cree que son, dando la cara y la voz a los problemas. Comunicar bien no implica, en consecuencia, buscar adhesiones a la búlgara sino en articular un discurso que se corresponda con la responsabilidad de quien debe formularlo y con la gravedad de los problemas sobre lo que tiene que pronunciarse. En mi opinión –nada benevolente con un presidente del que, como tantos otros, siempre pensé que podía dar más de lo que ha dado– Rajoy lo consiguió ayer, dando un repaso competente –muy discutible en diversos aspectos pero bien construido– sobre los asuntos de su competencia y que preocupan a la opinión pública.

· Una buena comunicación no consiste en recabar unanimidades, ni siquiera criterios favorables mayoritariamente

Nada hay que convenza más que la sinceridad: esa según la cual se reconoce que la corrupción “nos ha hecho daño”; esa en la que se confiesa que se ha “incumplido el programa” y se han tomado decisiones “contra mi forma de pensar”, esa en la que se expresan las estrategias políticas como resultado de una reflexión y no de una improvisación. No sé si la buena entrevista del presidente fue sólo un fogonazo, una fugacidad brillante en un lunes de marzo a seis días de un previsible fracaso de sus siglas en Andalucía. Pero fuera lo que fuera, resultaron cincuenta dos minutos que hicieron que un presidente gris, aburrido, huidizo y eufemístico dejase de serlo. Dio la impresión de que, por primera vez en estos años, Rajoy no tenía miedo a las palabras. Dio la impresión de que esperaba las preguntas de Carlos Herrera a porta gayola.

No está mal alguna satisfacción para los que el 20-N de 2011 creímos que optábamos por un Rajoy que ayer entrevimos como suponíamos que podía ser. El problema es que cincuenta y dos minutos son algo menos de una hora: una gota en un océano. Salvo que Rajoy se destape y emprenda un sprint de aquí a noviembre. Cosa, desde luego, improbable, aunque ya se ha visto que no es imposible.