Jorge Bustos-El Mundo
- Lo que atestiguamos ayer, entre pellizcos de incredulidad, no fue la agonía de un político que parecía crónico, tan identificado con el tiempo que parecía gobernar como nos gobiernan las estaciones: por imperativo cósmico. Lo que vimos ayer no fue la derrota de un orador tan experimentado que podía batir con el florete de su sarcasmo la descarga de artillería dispuesta frente a él por todos sus enemigos. Lo que vimos ayer no fue la traición del viejo muñidor de pactos imposibles, que confiaba en la lealtad comprada con dinero público sin sospechar que siempre hay alguien dispuesto a elevar la suma destinada al bolsillo de tu efímero aliado. Lo que vimos ayer no fue el garbo terminal, ciertamente admirable, con que un presidente apuñalado seguía dibujando molinetes retóricos en el aire antes de retirarse a morir oscuramente en su despacho. Lo que vimos ayer no fue la muerte política de un mineral, con toda la cobardía de los minerales que pesan pero no sienten, que caen pero no se arrojan.
No. Lo que vimos ayer fue el operístico estertor de un sistema –de una república dirían los franceses, de un régimen dirán los populistas– que ha consistido básicamente en que durante 40 años dos fuerzas antagónicas se alternaban en el poder español al arbitrio de un partido antiespañol. La coherencia narrativa en que a veces se complacen las historias de los pueblos exigía un final quintaesenciado: el de un firmante de la intervención de Cataluña pidiendo perdón a Joan Tardà por ser español y parecerlo. A su lado, efectivamente, Rajoy será siempre un español, vicio del que Sánchez se está quitando a toda velocidad por orden de sus nuevos dietistas de etnia mejorada.
Lo que vimos ayer no fue ganar a Pedro Sánchez y perder a Mariano Rajoy, sino perder a los dos una vez más a manos del nacionalismo. Lo advirtió, casi reprimiendo la risa, el astuto referí designado para el último combate, Aitor Esteban, del colegio vasco: «Vaya con la nación española: no es capaz de buscar acuerdos para no quedar en manos del PNV». Efectivamente, no es capaz. El hábito cainita, más o menos impostado para deleite de las parroquias respectivas, no ha permitido otros entendimientos que una abstención traumática para el PSOE y un 155 que quemaba en las manos de los dos socios históricos del nacionalismo catalán.
Lo que vimos ayer fue a un animal en peligro de extinción (Sánchez) comiéndose una planta en peligro de extinción (Rajoy). ¿Qué debe hacer un guarda forestal del ecosistema del 78 ante semejante dilema? Seguramente nada. Esperar un año y medio a que ambos terminen de consumirse. Es el plan de Albert Rivera, contra quien se dirigía ayer la censura de fondo. Una vez más fue Ciudadanos el partido más atacado por todas las siglas de la Cámara, desde Bildu hasta el PP, porque todos, desde ERC al PSOE, han desarrollado el olfato suficiente para adivinar por dónde vendrá la refundación del sistema una vez que la euforia por haber echado a Rajoy –las yemas tiemblan al teclear tal imposible metafísico: Rajoy acabado– degenere en la diaria escamaruza de tantos rencores incompatibles.
Lo que vimos ayer fue el abrazo sonado de los dos púgiles del 78, ambos corruptos pero ambos resistentes, ambos campeones pero ambos decadentes. Lo que vimos ayer fue al señor azul del tiempo contra el amo rojo del espacio. A Rajoy se le pararon sus fieles relojes: se los dejó olvidados en un tribunal. A Sánchez, el pícaro móvil, el ambicioso cuántico, un tipo de convicciones tan fluidas que cuando abandona una posición corre el riesgo de estar defendiéndola sin enterarse, caerá más pronto que tarde víctima del imposible físico de su amalgama de gobierno: será el tomate cherry en la gran ensalada césar de la Ley D’Hondt.
Lo que vimos ayer no fue el inicio de una legislatura, sino el desenlace de todas las anteriores. Pedro Sánchez, amante del baloncesto, ha saltado a la cancha para jugar los minutos de la basura del 78.