Los muertos que perdieron su identidad

J. M. RUIZ SOROA, EL CORREO 20/04/14

José María Ruiz Soroa
José María Ruiz Soroa

· Para los fusilados por Franco existe una concreta definición (‘fusilados’), para los fusilados por milicianos populares queda una vaporosa ‘otras circunstancias’.

Guadalupe tenía 12 años cuando murió de un balazo en la cara el 26 de septiembre de 1936. Los milicianos que habían sacado a su padre José María del caserío familiar, acusado de ser carlista, atendieron muy literalmente a sus súplicas de no separarse de su padre, y se la llevaron con él. A trescientos metros del caserío, al borde de la carretera de Ugarte, de noche, mataron a ambos a tiros y abandonaron allí sus cuerpos.

Durante muchos años se alzó en ese punto una sencilla cruz de piedra caliza de escasamente un metro de altura, con una placa metálica en la que se les recordaba a ambos con su nombre y apellido como dos personas «asesinadas vilmente durante la dominación marxista». El hecho recordado era cierto, muy cierto, por mucho que el lenguaje utilizado para describirlo fuera de típica inspiración martirológica franquista.

Ya desde 1980 el humilde monumento fue poco a poco cubierto por las zarzas y hierbajos de una cuneta sin cuidar. Sólo los que conocían el icono eran capaces de señalarlo. Más tarde, alrededor del 2000, un camión golpeó la cruz al pasar y ésta desapareció para siempre. Quedó la base con la placa, pero el año 2012 también placa y nombres desaparecieron. Las lenguas dicen que algún merodeador de elementos metálicos se la llevó por su valor intrínseco a peso.

Hoy no queda nada sino hierbajos y cascotes allí donde Jose María y su hija Guadalupe, de 12 años de edad, fueron asesinados por la justicia popular, durante unos meses en que decenas de personas inocentes murieron de igual manera en la Tierra de Ayala.

Será por ello que el Gobierno vasco no localizó en su catálogo de símbolos franquistas éste de José María y Guadalupe, aunque sin duda les hubiera considerado como «personas fagocitadas por el franquismo» que es como definió en el dictamen sobre retirada de símbolos franquistas de 2012 a aquellas personas sin participación alguna en el levantamiento «que fallecieron de forma violenta durante la guerra civil». Se ahorró recomendar la retirada de la placa porque ese mismo año había ya desaparecido.

Sin embargo, aunque no en el catálogo de símbolos, sí en la lista oficial que tiene publicada el Gobierno vasco de las personas desaparecidas en la guerra aparecen Jose María y Guadalupe. Aunque algo extraño les pasa a ambos en esta lista, algo que les transforma en muertos sin contexto. En efecto, allí se clasifica a los desaparecidos como «muertos en el frente», «en bombardeos» o «fusilados»; pero junto a los nombres del padre y su hija figura la escasa e intrigante explicación de su desaparición del mundo como «por otras circunstancias». Para los fusilados por Franco existe una concreta definición (’fusilados’), para los fusilados por los milicianos populares queda una vaporosa ‘otras circunstancias’. Un ejemplo de memoria histórica, esa que dicta que los milicianos no fusilaban, y menos a niñas de doce años. Violencia criminal sólo hubo en un lado.

Aunque para raro, lo que se dice raro, está lo que les pasa a Jose María y Guadalupe en la lista de «muertos en la lucha antifascista y fusilados por Franco» de Euskal Herria Izen Guztiak, o en la del prolífico escritor Iñaki Egaña ( ‘Los crímenes de Franco en Euskal Herria’), porque allí sí que aparecen como asesinados, claro que sí, aunque aparecen como masacrados por Franco y sus bombardeos. Esto sí que es ‘fagocitar’ memorias. ¿Quién les iba a decir a Jose María y Guadalupe que iban a pasar de «asesinados por la dominación marxista» a «asesinados por el fascismo»? La memoria de los vivos (¡y tanto que vivos!) hace regates sarcásticos a la historia de los muertos.

Aunque era hasta cierto punto previsible: es precisamente en las provincias vascongadas, en donde la represión franquista fue increíblemente más suave que en cualquier otra española (sólo en las provincias de Burgos o de Santander se fusiló a más gente que en toda la hoy comunidad autónoma, a pesar de la diferencia enorme de población), la construcción de una memoria de represión universal exige incluso acopiar a los muertos ajenos para engordar las magras cifras de los propios. Jose María y Guadalupe son hoy muertos sin cruz y sin historia. Su recuerdo carece de prestigio alguno. Nadie los quiere porque la categoría de la que forman parte no existe. La violencia que los mató no fue, según decreto político del presente.

Los milicianos asesinos no existieron, fueron todos heroicos luchadores por la democracia, luego su fallecimiento tuvo que ser por «otras circunstancias», como dice nuestro Gobierno. O fueron asesinados por el fascismo, como dice el abertzalismo, digno aprendiz del propio Franco que fue quien inauguró el sistema: Gernika la destruyeron los dinamiteros rojos y no su aviación.

Otros están todavía enterrados en fosas, muy cierto. Pero, ¿es que para desenterrar físicamente a unos es preciso enterrar simbólicamente a otros? ¿Por qué hoy todavía, en plena democracia, se dedica en España la memoria política a mutilar el pasado? ¿Cuándo hará este país las paces con su historia?.

J. M. RUIZ SOROA, EL CORREO 20/04/14