Después del nuevo triunfo del ‘no’ en otro referéndum de autodeterminación convocado por los separatistas quebequeses, el PNV y sus hermanos abertzales se han quedado sin el modelo corso. Los corsos también se han opuesto a la descentralización propuesta. Ahora, ¿qué vía buscarán?, ¿una de Renfe?
Autonomías a la española, no gracias
Los pueblos europeos no quieren la regionalización de sus Estados, no desean fronteras internas, ni nuevos fueros, ni barreras lingüísticas. El domingo pasado, los corsos se opusieron al proyecto de autonomía que les presentaron de consuno el Gobierno francés y los separatistas. Éstos, pese al deseo popular, han descargado su ira con bombas y amenazas.
Como podemos comprobar cuando viajamos a Europa o hablamos con europeos, la experiencia española con las comunidades autónomas es conocida, y suele causar sentimientos como la sorpresa, la preocupación, o la hilaridad, pero nunca la admiración ni la emulación. En noviembre de 1998 los portugueses también rechazaron el proyecto de regionalización que les presentó un Gobierno socialista. La participación no alcanzó la mitad del censo necesaria para su validez. El caos y la selva burocrática españolas se adujeron como argumentos en Portugal en contra de la creación de regiones con gobierno, legislativo y funcionariado propios.
Cuando en los años 90 la presión de los vasquistas, tan escasos como bien organizados, llevó a la Asamblea Nacional francesa la propuesta para establecer un departamento exclusivamente vasco, desgajado del departamento de los Pirineos Atlánticos, con capital en Pau, ésta fue rechazada. Uno de los oponentes, el diputado Alain Peyreffite, advirtió a la cámara que Francia podía alimentar un foco de inestabilidad, delincuencia y separatismo como el que padecía España desde 1980.
Otra experiencia que influye en los franceses es la de Bélgica. Este país se ha dividido en tres pedazos: Flandes, Valonia y Bruselas. Cada entidad ha montado un enorme armazón burocrático y derrocha los recursos en ser diferente. A los muchachos que viven en Flandes se les fuerza a aprender una lengua tan útil como el flamenco. Las razones de los franceses para mantener su �desfasada� organización estatal radican más que en la tradición jacobina (un tópico similar al de atribuir a todos los gallegos el dolor de la �morriña�) en los apuros que ven pasar a sus vecinos.
El eco de la consulta corsa no debe limitarse a Francia, sino que tiene que llegar a España. El separatismo vasco esperaba celebrar el sí como una victoria suya. Batasuna envió una delegación a Córcega, alojada por otros etnicistas amigos de las pistolas. Deia, diario vinculado al PNV, envió a un corresponsal a seguir el referéndum y lo presentó como un hermoso triunfo del diálogo frente al inmovilismo, del que Madrid debía tomar nota. Al día siguiente al referéndum, Deia dedicó su portada a los resultados y explicó la desilusión de esta manera: �Los extremos frenan por un mínimo margen la reforma corsa�. Estatalistas y violentos, como en España, impedían el acuerdo y la paz. Ahora, los nacionalistas moderados difunden las consignas de sus correligionarios isleños: ha habido un pucherazo; los funcionarios, ajenos a la esencia corsa, han votado en masa por mantenerse vinculados a París…
Por un lado, esta actitud indica cómo reaccionaría el PNV de concedérsele el referéndum sobre el plan de Juan José Ibarretxe y perderlo. Por otro lado, uno más de los modelos que mostraban los peneuvistas como vía de solución se ha esfumado. Tras Irlanda, donde se suspende la autonomía cuando el IRA pretende imponer condiciones, y Quebec, que se ha opuesto a la independencia, ahora es Córcega. La isla renuncia al paraíso de la descentralización, la soberanía compartida, el autogobierno y otras maravillas jurídico-administrativas sin las cuales la vida deja de ser digna. Arzallus y los suyos están más solos que nunca.
Pedro Fernández Barbadillo, LIBERTAD DIGITAL, 9/7/2003