Cristian Campos-El Español
 

Dicen en La 1 que las protestas de los agricultores son de extrema derecha. Ahora los nazis, sépanlo ustedes, llevan tractores y gorra de Caja Rural en vez de dóberman y botas Dr. Martens.

Todo está inventado ya. En la Unión Soviética se llamó despectivamente kulaks a los presuntos terratenientes que habían explotado a las masas obreras durante el zarismo y que no eran en muchos casos más que miserables propietarios rurales a cargo de pequeñas parcelas de tierra que apenas daban para la subsistencia de una familia.

Los kulaks acabarían siendo asesinados en masa por el estalinismo en beneficio de los koljósy, inmensas extensiones de tierra colectivizada que pronto dieron el resultado habitual en una economía socialista: el abandono de tierras y granjas y la reducción de la producción agrícola y ganadera en un 50%.

Todavía hoy se debate si Stalin diseñó conscientemente el genocidio conocido como el Holodomor, la hambruna que provocó la muerte de entre siete y diez millones de ucranianos, o si este fue consecuencia del proceso de colectivización.

No es una duda pequeña. Para la izquierda de hoy es esencial determinar si la hambruna fue causada por un comunista o por el comunismo. Aparentemente, las diferencias entre una y otra opción son clave para el correcto análisis del fenómeno.

Así que los agricultores y los ganaderos son ahora según RTVE, es decir según el Gobierno, extrema derecha. Se unen así a los jueces, los fiscales, los periodistas, la oposición, los empresarios, los autónomos, las agencias demoscópicas, los policías, los guardias civiles, los judíos, los argentinos, los salvadoreños, Didier ReyndersPablo Motos y el 50% de los españoles, muchos de ellos antiguos votantes del PSOE.

«No voy a apoyar a un explotador que conduce un tractor de 500.000 euros» decía un tal en Twitter sin saber que la historia no se repite, pero rima con el sonido de un badajo golpeando en un cráneo vacío como la campana de una catedral de la estupidez.

«No son trabajadores, son empresarios del campo» decía por su lado Unai Sordo, secretario general de CCOO, y yo no podía quitarle la vista de encima a ese hilo invisible que une a los comunistas de todas las épocas en torno a la idea de la muerte de la racionalidad, del sentido común y de la prosperidad.

Mucha muerte es esa. ¡Pero será por muerte, que es el único producto que el comunismo ha sido capaz de producir en cantidades industriales!

Las medidas de la PAC contra las que se manifiestan hoy los agricultores y ganaderos de toda Europa no pretenden nada que no se haya intentado antes. Ahora lo llaman ecorregímenes y consiste en la implantación forzosa de la agricultura ecológica.

El objetivo es la conversión de la economía europea en un monocultivo de servicios y productos industriales, tecnológicos y financieros de alto valor añadido que externalice el sector primario y el energético, salvo por aquel pequeño porcentaje de producción propia que las autoridades de Bruselas consideren sostenible.

Un cínico diría que el objetivo es también ahorrarse ese 33% del presupuesto europeo que se come la PAC. ¿A cambio de nuestra dependencia de productores ajenos a la UE con estándares de producción tercermundistas? ¿Y eso en beneficio de quién?

Hay antecedentes. En Sri Lanka, en 2021, el presidente Gotabaya Rajapaksa intentó que el sector primario de su país se pasara en masa a la agricultura orgánica, que hoy representa menos del 2% de la superficie cultivada mundial, pero que, según politólogos, ecologistas y burócratas, es el futuro del agro. A los agricultores no les han preguntado.

[En Europa, y según la PAC, la agricultura ecológica debería ser el 25% del total en 2030].

Obedeciendo las órdenes de un grupo de «intelectuales y tecnócratas espirituales» llamado Viyath Maga, Rajapaksa prohibió el uso de pesticidas y fertilizantes no naturales.

En apenas siete meses, el cultivo de arroz, el alimento básico de la dieta de 22 millones de ciudadanos de Sri Lanka, se redujo en un 40%. Sri Lanka dejó de ser autosuficiente en menos de un año y el hambre empezó a aflorar. El 70% de los hogares de Sri Lanka se vio obligado a racionar la comida. Dos millones de niños cayeron en la malnutrición.

En apenas unos meses, las revueltas populares obligaron al presidente Rajapaksa a huir a las Maldivas junto a su familia para evitar un linchamiento.

Las excusas en Occidente para el fracaso de Rajapaksa fueron variadas.

1. Rajapaksa se había precipitado al querer acelerar el proceso en medio de una crisis económica.

2. Rajapaksa no era sincero, sólo quería ahorrarse los 400 millones de dólares que el Gobierno de Sri Lanka gastaba en fertilizantes.

3. Rajapaksa no planificó.

4. Rajapaksa no tuvo en cuenta que los suelos de Sri Lanka se habían acostumbrado a los productos químicos y que el periodo de adaptación debía ser mayor.

5. Rajapaksa no tuvo la culpa, los agricultores habían destrozado sus propios cultivos.

6. Rajapaksa es un populista del Tercer Mundo, un perfil muy alejado del burócrata medio europeo, que suele ser un intelectual leído y con una honda preocupación espiritual y holística por el planeta y las criaturas que lo habitan.

7. Rajapaksa se equivocó, porque la agricultura orgánica sólo tiene sentido en grandes extensiones de terreno, como las americanas.

8. Rajapaksa puso en práctica una teoría correcta, pero quiso resultados rápidos, intoxicado por el paradigma de consumo acelerado del capitalismo.

Esta última excusa es mi preferida. «Quiso resultados rápidos» dicen. Aparentemente, es el capitalismo el que fuerza a los seres humanos a comer cada día, cuando aquí lo que hace falta es paciencia.

Pero vayamos al fondo de la disociación cognitiva anterior para observar el patrón. Porque según sus creadores, la teoría no estaba equivocada. La teoría no era lunática. La teoría no era el producto de las fantasías de unos ignorantes que lo desconocen todo sobre producción agrícola. La teoría era perfecta.

Pero se aplicó mal. Como el comunismo en la Unión Soviética.

O se aplicó bien, pero la culpa del fracaso fue de aquellos kulaks sobre los que se aplicó la teoría.

O la culpa fue de Rajapaksa, que no era un ecologista verdadero, sino un memo que no comprendió las sutilezas de la teoría.

Esas sutilezas en las que hoy son expertos, a toro pasado, quienes no advirtieron de ellas antes de la implantación de la agricultura ecológica en Sri Lanka.

«Hombre, hombre», dicen, «es que Rajapaksa debería haber previsto que [y el mesías de turno procede aquí a enunciar las consecuencias en la práctica de la implantación de esa teoría que él defendía hasta hace dos telediarios gracias a su master de politología en la UCM]».

Para la izquierda de hoy es esencial determinar si la hambruna en Sri Lanka fue causada por un ecologista o por el ecologismo. Aparentemente, las diferencias entre una y otra opción son clave para el correcto análisis del fenómeno.