Ignacio Camacho-ABC
- Este presidente sólo cumple los compromisos secretos que ha contraído con ERC, Bildu y sus cuerdas de presos
Una de las características sobresalientes del sanchismo es la de alterar la esencia de las instituciones, el sentido de las palabras o hasta el contenido de las ceremonias, como corresponde a la lógica de un estilo impregnado por la falsedad -vulgo mentira- en todas sus formas. A la justicia la llama revancha, por ejemplo, y el sometimiento a un chantaje pasa a ser en el lenguaje gubernamental una generosa demostración de magnanimidad y de espíritu de concordia. Desentenderse de la pandemia era cogobernar, y sobrevivir al virus, un acto de resiliencia. Una cumbre bilateral consiste en medio minuto de charla pasillera. El Consejo de Transparencia se ha convertido en un organismo de obstrucción hermética. La cuestión catalana no se debate en el Parlamento sino en una mesa paralela. Las proclamas sobre el respeto a la Constitución camuflan su desestructuración encubierta. Las tácticas de propaganda adquieren el rango de estrategia. Y así todo: la realidad es un fenómeno maleable en el laboratorio monclovita de narrativas superpuestas.
Estos últimos días, los del posindulto, han sido un continuo ejercicio de ilusionismo, que no de magia porque los trucos ya no engañan. El Rey ha sido paseado por Barcelona como si no hubiera sucedido nada, obligado a disimular los desplantes, guillotina incluida, de Aragonès y sus patotas callejeras mientras el presidente celebraba la flamante ‘normalidad’ de la política catalana. Y el Congreso ha tributado un homenaje a las víctimas del terrorismo…sin las víctimas del terrorismo, autoexcluidas para protestar por los beneficios penitenciarios a los asesinos y no verse obligadas a compartir la humillante compañía de Bildu. Los familiares de los muertos fuera y los testaferros de los verdugos dentro; ése el concepto de la reconciliación de un mandatario que sólo cumple las promesas que formula en secreto, los compromisos suscritos sin reconocerlo con los aliados que sustentan en precario su Gobierno. A unos les condona las penas, a otros les alivia su cumplimiento. La alianza Frankenstein no era en el fondo más que un pacto con una cuerda de presos.
«Diréis y haréis cosas que nos helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son», vaticinó hace tres lustros Pilar Ruiz, la madre de Joseba Pagaza. Se refería entonces a Patxi López y a Zapatero pero la profecía sigue intacta con toda su carga jeremíaca. Otegi era un hombre de paz como ahora Junqueras es un bien de Estado, un relevante ciudadano cuya «utilidad pública» -el precio de la permanencia de Sánchez en el cargo- justifica un perdón arbitrario. Sediciosos en la calle, etarras trasladados a prisiones vascas como preludio de la concesión del tercer grado. Víctimas preteridas, empujadas a un desconsuelo dramático, aferradas a la dignidad como ‘ultima ratio’ de su sufrimiento solitario. La rendición es el nuevo nombre del diálogo.