Ignacio Varela-El Confidencial
- Yolanda Díaz no será la próxima presidenta del Gobierno. Pero las circunstancias le ofrecen la posibilidad de encabezar un artefacto electoral que invierta la tendencia declinante de Unidas Podemos y fortalezca su estatus frente al PSOE
El 25 de julio de 2019, en los estertores de una negociación delirante, Pablo Iglesias se subió a la tribuna para formular públicamente una última propuesta que habría salvado la investidura de Pedro Sánchez. Reveló que lo hacía inducido por “alguien muy relevante de su partido, una persona con mucha autoridad moral en el Partido Socialista” (toda España supo en ese instante de quién se trataba). Previamente, Iglesias había aceptado quedarse fuera del Gobierno, cediendo la vicepresidencia a Irene Montero. En ese intento postrero, añadió: “Renunciamos al Ministerio de Trabajo si ustedes nos ceden las competencias para dirigir las políticas activas de empleo”. Iglesias ofrecía hacer presidente a Sánchez con Montero de vicepresidenta y tres ministerios más para Unidas Podemos, entre los que no estaría el de Trabajo (lo que, probablemente, habría dejado también fuera del Gobierno a Yolanda Díaz).
En ese momento, el PSOE tenía 123 diputados y Unidas Podemos 42. Solo les faltaban 10 para una mayoría absoluta que podrían completar fácilmente con el PNV y algunos partidos regionales, sin necesidad de echarse en manos de los independentistas catalanes ni de Bildu. Además, si la coalición hubiera fracasado durante la legislatura, podría intentar una mayoría alternativa con Ciudadanos, sustentada por 180 diputados.
Se ve que aquel relevante personaje del PSOE que aconsejaba a Iglesias no tenía por entonces el mismo ascendiente sobre Sánchez, porque este, increíblemente, rechazó una oferta que era un auténtico chollo. Que Iglesias formulara la propuesta habla de su ansia por que su partido tocara poder a cualquier precio. Que Sánchez la declinara, de su soberbia ciega. Hoy podría tener un Gobierno con una mayoría más confortable, con el PP hundido en la sima de los 66 escaños, sin Iglesias y sin Yolanda Díaz en el Consejo de Ministros y con el Ministerio de Trabajo en manos de un socialista. Pero prefirió creer a quienes le prometían una lluvia de escaños si repetía las elecciones, y ahora tiene un quilombo monumental en el que prolongar la legislatura es tan malo como interrumpirla y sostener la coalición tan peligroso como romperla.
“Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio”, podría haber cantado el presidente a su vicepresidenta segunda en la reciente conferencia de paz entre el Gobierno y el Gobierno sobre la contrarreforma laboral. No será la última, y en cada una de las siguientes el trago resultará más amargo.
Yolanda Díaz no será la próxima presidenta del Gobierno, por mucho que Iván Redondo lo augure para mortificar a su antiguo jefe. Pero las circunstancias le ofrecen la posibilidad de encabezar un artefacto electoral que invierta la tendencia declinante de Unidas Podemos y fortalezca su estatus frente al PSOE en cualquier escenario futuro: en la próxima coalición o en la próxima oposición.
Nos contó Iván Gil hace unos días que Enrique Santiago se dispone a tomar el control del grupo parlamentario de UP. Santiago es el secretario general del PCE, el mismo partido al que pertenece Yolanda Díaz. Si eso se consumara, el PCE tendría la dirección política efectiva del tinglado morado en los dos espacios decisivos, el gubernamental y el parlamentario. Recordemos que Garzón —del que en estos días nadie sabe a qué juega, si es que juega a algo— sigue siendo coordinador nacional de Izquierda Unida y también pertenece al PCE.
Mientras tanto, Podemos, el partido que fundó Iglesias para liquidar el PSOE, se deshilacha por días. Su relación con la nueva lideresa se ha desequilibrado por completo en favor de esta. Por un lado, Díaz es la única ministra que el presidente no puede cesar sin cesarse a sí mismo. Por otro, pese al método digital y evanescente de su designación, Podemos necesita mucho más a Yolanda que Yolanda a Podemos.
Si Díaz se retirara de la competición, ello provocaría una desbandada general de las pocas confluencias que aún permanecen en UP, empezando por la de Colau. Podemos se vería abocado a defender su suerte en solitario, con Montero, Belarra y Echenique como seductora cabecera de cartel. Con esa mercancía, cualquier resultado por encima del 5% sería un éxito clamoroso.
Por su parte, Yolanda Díaz puede contar con Podemos en su nueva singladura, pero previamente se asegurará de someterlo a un papel subalterno y lo menos visible que se pueda. Los votos que ella necesita son los que podrían suministrarle Ada Colau en Cataluña, Compromís en la Comunidad Valenciana, Teresa Rodríguez en Andalucía, Mónica García (y Manuela Carmena) en Madrid. Y quizás, en un momento posterior, el BNG en Galicia.
Esos son los territorios clave para Díaz, como la España interior lo es para Casado. Ahí es donde Unidas Podemos obtuvo sus escaños y donde una confluencia de confluencias podría crecer y aproximarse de nuevo al PSOE. Y podría hacerlo con o sin Podemos, que es ya un producto amortizado, más un lastre que un motor.
Aprovechando todas sus bazas, Díaz podría aspirar a situar su confluencia de confluencias por encima del 15%, quizá compitiendo con Vox por la tercera posición. Con la suma de la izquierda en el 40% (algo más de lo que hoy le otorga el consenso de las encuestas), ello supondría establecer una relación 60/40 con el PSOE. Una posición ventajosa para la líder emergente, especialmente si se trata de situarse en la oposición frente a un Gobierno del PP dependiente del apoyo de Vox y con los socialistas desfondados tras perder el poder. Algo parecido a lo que intentó Rivera con el PP, pero sin perder el oremus por el camino.
Para alcanzar ese umbral, Díaz necesitaría aglutinar cerca de cuatro millones de votos, aunque fuera mediante una muy elástica mezcla de candidaturas con denominaciones diferentes en cada territorio. Unidas Podemos obtuvo 3,1 millones, de los que más de medio millón corresponden a Colau y casi 200.000 a la confluencia gallega (ambas se sumarían sin vacilar a la nueva fórmula). Adivinen de dónde debería salir el resto de los votos para cumplir el objetivo: del partido de Sánchez. Mónica García puede explicar cómo se hace eso en pleno ascenso de la derecha.
La vicepresidenta está en esa ruta, y el presidente lo sabe. Así se explica que en los últimos días, en medio de la refriega en el seno del Gobierno, Sánchez haya lanzado toda clase de guiños al trío Montero-Belarra-Echenique para inyectarles algo de oxígeno frente a la ascensión rutilante de Díaz. A todos ellos puede ocurrirles lo que relataba el poeta austríaco Erich Fried:
Ocupado en combatir a mi enemigo principal,
me dio muerte por la espalda mi enemigo secundario.