LUIS VENTOSO, ABC – 21/06/14
· Lo de Urkullu y Mas del jueves tiene una definición fácil: mala educación.
La foto se publicó ayer a doble página en el extraordinario número de ABC que contó la Proclamación de Felipe VI. La Reina Sofía, con una sonrisa de agradecimiento, saluda con los brazos abiertos desde la tribuna de invitados, en respuesta a los elogios (merecidos) que le prodiga su hijo. De pie, rodeando a la Reina saliente, políticos de todos los colores la distinguen con sus aplausos. Ahí están loa expresidentes González, Aznar y Zapatero, y todos los mandatarios autonómicos.
Pero en el centro de la foto puede detectarse una anomalía. Ajenos al sentir general, dos hombres cuchichean con rostros compungidos. Mantienen sus brazos bajos y sobre sus respectivos regazos sujetan sus manos entrelazadas, como quien teme que vayan a sumarse al aplauso. Su estampa resulta lastimera: una cápsula de autismo social en medio de una jornada grata. Son, por supuesto, Mas y Urkullu, y su estudiada displicencia durante la Proclamación de Felipe VI tiene un nombre antiguo: mala educación.
Una cosa es mantener unas ideas políticas, y otra distinta es ser un borde. Y llega la hora de reconocerlo: hay algo de lo segundo en los pellizcos altivos con que Artur Mas zahiere a sus compatriotas. Puyas casi diarias, siempre desde la insufrible infalibilidad de un profeta que está reprendiendo a unos seres inferiores, los españoles; es decir, los 47 millones de ciudadanos que vivimos aquí, catalanes incluidos. En un triste ejercicio de seguidismo, por aquello de no gallear menos que quien más alborota, Urkullu se sumó esta vez al mal tono, aunque suele guardar las formas. De nuevo ambos han hecho un pésimo servicio a catalanes y vascos, pues la antipatía que con tanto tesón cultivan en nada se parece a la naturaleza real de los pueblos que representan.
La escena de Mas y Urkullu en el Congreso se enmarca en una campaña implacable para resaltar un supuesto extrañamiento de catalanes y vascos respecto al resto de los españoles. Se trataría de dos pueblos míticos, cuyos albores se pierden casi en el Génesis, asociados a España por una fatal carambola del destino, pero que ninguna similitud guardan con sus montaraces vecinos ibéricos. Una mistificación fácilmente desmontable, y lo dice –y disculpen el personalismo– un coruñés que se casó con una chica de San Sebastián y notó desde el comienzo una familiaridad absoluta, la que se deriva de ser compatriotas. Aunque Urkullu no se lo crea, Bilbao se parece mucho más a Madrid que Lugo. Y aunque a Mas le cause una depresión, lo cierto es que en Sevilla se percibe mucho más hecho diferencial que en Barcelona.
Compartimos historia, religión, fisionomía, hábitos alimentarios, manera de vestir. Vemos las mismas series y nos dopamos con los mismos jorgejavieres. Salimos a tapear, arrasamos en Zara, nos infartamos con la misma Liga de fútbol. Escuchamos a Carlos Herrera y Luis del Val, soportamos a Bisbal y Almodóvar, leemos a Zafón y Gómez Jurado. Por eso es seguro que un número relevante de vascos y catalanes se habrán sentido ofendidos por el enfurruñamiento provinciano de Artur e Íñigo, rancio, soberbio, fuera de lugar.
LUIS VENTOSO, ABC – 21/06/14