Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Esta semana se anunció la creación de un clúster vasco dedicado a las finanzas. En el acto de presentación el lehendakari dijo cosas muy sensatas y puso el dedo en la llaga por la que supuran nuestras carencias, al asegurar que nos faltan inversiones que aseguren el futuro de nuestra industria. Dijo también que la actividad de emprender no estaba suficientemente valorada en nuestro entorno y no recibía el reconocimiento social que merece. Por eso, la iniciativa presentada se dirige principalmente a aunar fuerzas para mejorar el ‘ecosistema financiero’ que las soportan y por ello reúne a bancos importantes, a fondos de inversión privados -tan meritorios como escasos- y a aquellas sociedades públicas que tienen responsabilidades en la materia.
Un breve repaso por nuestra historia nos demuestra que no hace demasiado tiempo tuvimos ese ecosistema que sirvió para generar primero y apuntalar después nuestra potente industria. Cuando empecé a trabajar, en los primeros años de los 70, 23 de las 100 primeras sociedades españolas no financieras tenían su sede social y/o su principal centro de actividad en el País Vasco. Para contarlas hoy le bastará con los dedos de una sola mano.
¿Cómo ha sido posible esa deriva? Pues porque aquí entran en juego otros ‘ecosistemas’ además del financiero. Por ejemplo, el sindical. Nuestro sindicato más numeroso no tiene en su frontispicio de actuación temas como la creación de riqueza, algo imprescindible para poder repartirla después o la generación de empleo, para que nadie se vea forzado a marcharse para ganarse la vida y cosas así. No, su lema es la confrontación y su mayor gloria el número de huelgas y conflictos generados y sostenidos. Además de grande es muy eficaz y con la ayuda de otros ha conseguido que seamos la comunidad con el mayor número de huelgas, los salarios más elevados, el menor número de horas trabajadas, las mayores cifras de absentismo, las pensiones más elevadas y la edad más temprana de jubilación. Un ‘ecosistema’ delicado que se sostiene porque también disponemos de la mayor productividad. Eso está muy bien, pero es peligroso porque todo el edifico cuelga de ese fino hilo y el día que falle se nos derrumba. No olvidemos que la productividad depende en muy buena medida de la inversión, una variable de cuya endeblez se quejaba el lehendakari.
Hay más. Tenemos el ‘ecosistema’ social que se mencionó de pasada en la presentación. Aquí no ha habido una guerra, pero sí balas y bombas, asesinatos, secuestros y extorsiones. Sin duda han sido las fuerzas de seguridad las más afectadas, pero el estamento empresarial le sigue de cerca en esa macabra relación. Quienes más han estudiado el asunto cifran el deterioro en un 20% del PIB y en decenas de miles a los desplazados, miembros del ‘ecosistema’ financiero-industrial. Es cierto que ETA se rindió en 2011, pero también lo es que ha dejado tras de sí un ‘ecosistema’ difuso e imperceptible pero real, hostil y poderoso que impregna la vida de los pueblos, la actuación de las administraciones locales y condiciona a las instancias superiores, siempre en lucha entre lo que quieren hacer y lo que deben hacer para no irritar a ese ‘ecosistema residual’ y verse perjudicado en las elecciones.
Entonces, ¿no existe ya ese potencial inversor que tuvimos? Claro que sí, no ha desaparecido, simplemente se ha trasladado. Es muy curioso, pero si se fija bien, los vascos somos el único pueblo oprimido del mundo que en cuanto dispone de dos días de vacaciones se va a disfrutarlas al territorio de los opresores. Si ha estado alguna vez en Málaga, Cádiz, Alicante, La Rioja o en las islas sabrá bien de qué le hablo. Pero no solo han salido turistas. Si se pasea por los polígonos industriales de Burgos o de Logroño o por las oficinas de Madrid comprobará donde están las inversiones. Y con los profesionales sucede lo mismo. Hable con las asociaciones de alumnos de nuestras universidades y pregúnteles donde están trabajando los mejores de sus últimas promociones.
También entran en juego otros ecosistemas. Algunos favorables, como la red de centros tecnológicos o la formación profesional, que son excelentes y traccionan en positivo, o el político, que a mí me parece que resta. Pero bueno, aquí hay muchas opiniones y reconozco que la mía es minoritaria. Otro día hablamos de ellos.