España se despertó el jueves sobresaltada: Mariano Rajoy Brey había publicado un artículo en un diario digital; el gran Mariano, vago de solemnidad, se había puesto a trabajar, increíble, y todo el país dio por hecho, ya era hora, que el ex presidente iba a ajustar cuentas con Pedro Sánchez a escasas horas de la fatídica madrugada del viernes 25 de noviembre, una fecha que pasará a la historia como una de las más negras de la reciente historia española. Y no, resultó que no, que Mariano escribía de fútbol, se había puesto el traje de cronista deportivo para comentar la victoria de Estaña sobre la modesta selección de Costa Rica. Bieito Rubido, director de El Debate, se había apuntado un tanto, y Mariano había perpetrado un sacrilegio periodístico y casi sintáctico con una pieza de veinte líneas infumable, lamentable hasta rozar lo ridículo, absurda pretensión de rizar el rizo del mito mostrenco que el personaje ha tejido de su figura como quintaesencia de la más fina ironía gallega. Mariano parodiándose a sí mismo.
Ese mismo viernes, cuando la nación se levantaba sobresaltada tras la aprobación en bloque de los PGE para 2023, del impuesto contra las grandes fortunas y de la supresión del delito de sedición, tres asuntos dispares que Sánchez y su banda nos han hecho tragar con el calzador de la nocturnidad y la alevosía, Mariano volvía a lucir palmito con una entrevista en El País, también deportiva y tan vacía de contenido como todo lo que rodea a este don nadie desde que José María Aznar cometiera el error de elegirlo como sucesor. En lugar destacado y con fotografía «cariñosa», Mariano respondía boludeces a preguntas inocuas de una entrevistadora para quien el gallego «sigue en forma, como demuestra en este cuestionario lleno de amagos y regates». Mariano tratado como un amigo, «uno de los nuestros», en el Boletín Oficial del Sanchismo; Mariano presentado como esa derecha que gusta a la izquierda radical; Mariano elevado a los altares el mismo día que el partido al que sirvió como concejal en Pontevedra, presidente de su Diputación, vicepresidente de la Xunta, miembro del Comité Ejecutivo nacional, ministro en hasta cinco ocasiones, vicepresidente primero, vicesecretario general, y finalmente presidente del Gobierno, que no hay español vivo que haya transitado más años por la vida pública con la escarapela del Partido Popular en la frente, el mismo día, repito, que su partido y el resto de formaciones constitucionalistas se oponían con denuedo a los designios de Sánchez y su banda, ese mismo día El País homenajeaba a Mariano, el hombre que regaló la presidencia del Gobierno a los enemigos de la nación, el hombre que colocó a Sánchez en Moncloa en la tarde/noche del 31 de mayo de 2018, mientras él se emborrachaba en un reservado del Arahy, calle Alcalá esquina Independencia.
Ese hombre carente de iniciativa y de toda ideología que implique compromiso y brega, es uno de los grandes responsables, sino el que más, de los males que hoy afligen a la nación
Ese hombre con vocación de gerente del Casino de Pontevedra, con alma de ameba y voluntad de junco de ribera, ese hombre negado para el esfuerzo, ese hombre carente de iniciativa y de toda ideología que implique compromiso y brega, es uno de los grandes responsables, sino el que más, de los males que hoy afligen a la nación. Se ha escrito poco de lo ocurrido en aquellos días, de por qué huye y se esconde en el reservado de un restaurante mientras en el Congreso se decidía el destino de España, por qué no quiso escuchar las ofertas del PNV, reiteradas llamadas, si dimites apoyaremos a la persona que nombres en tu lugar, y si convocas elecciones y te vuelves a presentar nos tendrás a tu lado, pero si no haces nada tendremos que votar a Sánchez. Prefirió no hacer nada y dejar el edificio constitucional en manos de sus enemigos. Hay quien sugiere que detrás de esta conducta subyace un pacto nefando, un acuerdo secreto cuya esencia, vista desde la escalinata de la Virgen Peregrina, no es otra que el «a mí me dejáis en paz; a mí no me tocáis». Y en paz le han dejado. Nunca la menor crítica contra quien lo fue todo en el PP. Mariano tiene bula por parte de este PSOE echado al monte. Ni siquiera ahora, en el XX aniversario de la tragedia del Prestige, le han rozado. Mientras a Aznar le caen hostias diarias como panes, Sánchez jamás le menciona desde la tribuna del Congreso. Mariano nos gusta. Mariano nos divierte. Es esa derecha bobalicona y fofa con la que nos juntamos en La Toja para que él y otra vieja gloria como Felipe desempolven recuerdos e intercambien bromas.
A Mariano no lo llamaron a declarar en la comisión parlamentaria que investigó los atentados del 11-M, la tragedia que cambió para siempre el destino de este país, aunque el PSOE hizo desfilar por allí a la plana mayor del PP, Aznar, Acebes, Zaplana et al. Nadie lo citó, aunque había sido ministro del Interior. Hay quien sostiene que el pacto viene de lejos, nada menos que de la segunda derrota electoral a manos de Zapatero, marzo de 2008, tras la cual el ínclito realizó un viaje a México donde se vio con representantes de Prisa (Antonio Navalón, viejo conocido de la afición, se desempeñaba allí como representante del grupo) y en México alcanza un acuerdo para que El País y la SER le protejan y le ayuden a llegar al poder en caso de debacle zapaterista. Y cuando, tras el 20-N de 2011, los españoles le obsequian con una mayoría absoluta que el mostrenco dilapida lastimosamente, Prisa pasa a cobro la factura y Mariano, con Soraya Sáenz de Santamaría en funciones de ama de llaves, paga gustoso la cuenta haciendo que la banca acreedora, con el grupo en quiebra, capitalice buena parte de los créditos vencidos y no pagados, y además evita el cierre de dos canales de televisión igualmente quebrados, haciendo posible que AtresMedia compre La Sexta y Mediaset (Telecinco) haga lo propio con la Cuatro. Dos canales, clarividente Mariano, que desde entonces se han dedicado a dar palos de forma inmisericorde a cualquier cosa que suene a la extinta España liberal.
El «marianismo» es el cáncer que desde 2004 corroe al PP, lo desactiva y lo convierte en una carcasa vacía de ideología
De modo que aquel Rajoy que tras la derrota de 2008 lució durante unas semanas la geta triste de quien, fracasado, está a punto de tirar la toalla, regresa a la vida, gana resuello y decide aguantar, echa del partido a conservadores y liberales y vuelve a maniobrar, vuelve a hacer putadas a diestro y siniestro, porque, como sostienen quienes le han sufrido, el sujeto no es buena persona, divide el poder y enfrenta a los suyos, Soraya contra Cospedal y viceversa, y utiliza a discreción al célebre Villarejo para espiar los movimientos de aquellos que cree conspiran contra él, pide favores y los hace, llama a Zapatero y le dice que en la presidencia de Caja Madrid hay que colocar a Rodrigo Rato, buen amigo también de Prisa, y se dedica a sestear, Marca en mano, gozando de estatus de jefe de la oposición y acumulando sueldos, algunos en B («Luis, sé fuerte»), mientras la economía se derrumba y el final de ZP le coge a la luna de Valencia, sin un papel hecho, con la carpeta de las «things to do» vacía, sin idea de cómo hacer frente al desastre que heredaba a pesar de que hacía un año que todo el mundo sabía que le iba a tocar, muy a su pesar, ser presidente del Gobierno. Él había nacido para disfrutar apenas las mieles de una oposición tranquila.
Que es lo que le jodió sobremanera cuando, en el XV Congreso, 2 de octubre de 2004, meses después de la carnicería del 11-M, Aznar sube a la tribuna y lanza a la militancia un vibrante mensaje de esperanza, una enérgica reivindicación de su labor de Gobierno, y acusa al PSOE de haber utilizado la tragedia de forma torticera y la gente, el ánimo alicaído tras la derrota, responde entusiasmada ante semejante inyección de vitaminas verbal. Y a continuación le llega el turno a Mariano y lee el discurso que le ha pedido a Ruiz-Gallardón que redacte hablando de pasar página, de no mirar al pasado y centrarse en el futuro para atender sobre todo a la economía, y el gentío se mira desconcertado. Le acaban de echar del Gobierno, le han abierto una comisión de investigación en el Congreso y él quiere esconder la realidad, quiere rendirse y vivir la descansada vida del que huye del mundanal ruido. Pero Aznar le estropea la apuesta. Y de vuelta a Génova, Mariano, hecho una auténtica furia, pide a su amigo Alberto que le eche una mano, que le ayude, que llame a los medios amigos y les ruegue que ensalcen su discurso y oculten en lo posible el de Aznar, «porque este hijo de puta se ha cargado mi congreso» (sic).
Las peleas de gallos entre los dos grandes de la derecha española se antojan más que un error un suicidio. Esto ya no va de PP o de Vox. Esto va de libertad o tiranía
Es el «marianismo», el cáncer que desde 2004 corroe al PP, lo desactiva, lo convierte en carcasa vacía de ideología, volcado en una pretendida gestión aseada de la economía por toda doctrina, presto al pacto cuando no hay nada que pactar con un partido que ha traspasado las líneas rojas que de forma implícita compartían quienes hasta ahora defendían la Constitución, no transar con los enemigos de la nación, y este PSOE ha roto la baraja, ha salido del sistema, es lo que hay, del viejo bipartidismo no quedan ni las raspas, y dentro de un año veremos a Sánchez encabezando las listas de ese Frente Amplio formado por socialistas, comunistas, independentistas y bildutarras, con el único objetivo de impedir un Gobierno de la derecha. Es el «marianismo» o las consecuencias de las malas políticas que han conducido al país al callejón sin salida en que se encuentra. Es el «marianismo» y un PP que no sabe qué hacer con él, no sabe cómo soltar ese lastre, y lo sigue exhibiendo en romerías y concentraciones como si de un noble prócer se tratara. Una jueza andorrana le imputó el pasado julio por supuestas presiones a la Banca Privada d’Andorra para obtener información de políticos catalanes implicados en el procés (cosa rara, porque a él siempre le importó una higa Cataluña y su circunstancia), sin que se haya vuelto a saber nada del asunto, Mariano siempre protegido, siempre a socaire de las tormentas que agitan la derecha política.
La militancia del PP, que en 2004 había contemplado asustada la manipulación de la tragedia del 11-M («España no se merece un Gobierno que miente»), quería entonces revancha, quería respuesta a las provocaciones socialistas. Como ahora. Como ahora mismo. Por eso producen desconcierto los prolongados silencios de Núñez Feijóo y los inexplicables «guadianas» de Santiago Abascal. Tras la desactivación del delito de sedición, el edificio constitucional ha quedado al pairo y a merced de sus enemigos. «El objetivo sigue siendo la independencia, pero ahora se trata de ir dando pequeños pasos. Con el fin de la sedición baja el precio de volver a intentarlo» (Oriol Junqueras). «Sin vascos independentistas de izquierda y catalanes independentistas de izquierdas no hay Gobierno PSOE-Podemos en el Estado. Eso es lo que nos ofrece la posibilidad de negociar con Sánchez» (Arnaldo Otegui). A Sánchez esas negociaciones le salen gratis; el precio lo paga España. La riada que propició Mariano regalándole el Gobierno en 2018 amenaza ya a la Monarquía, la institución convertida en objetivo a demoler en caso de victoria de ese Frente Popular a finales de 2023. Y entonces ya no quedará nada que defender. Un horizonte a la vuelta de la esquina, ante el cual las peleas de gallos entre los dos grandes de la derecha española se antojan más que un error un suicidio. ¿Les animará el patriotismo lo bastante para dejar de picotearse y ponerse a trabajar en serio con el único objetivo de desalojar del poder a Sánchez y su mafia? Esto ya no va de PP o de Vox. Esto va de libertad o tiranía.