Juan Carlos Girauta-ABC
- Fíjense en la segunda de Ada Colau, que considera la pandemia una oportunidad para acabar con la industria del automóvil
El pandemita no es necesariamente podemita, aunque concurra una misma comunión con ruedas de molino. Ese molino tiene de quijotesco apenas el fantasmagórico gigante. Por lo demás, el Caballero de la Triste Figura se lo cree todo, mientras que el pandemita quiere que tú te lo creas todo.
Lo pandemita es, en lenguaje politiqués, transversal. Abarca todo un abanico de ingeniosos, adjetivo que, contra mi voluntad, vuelve a acusar una inmerecida querencia cervantina. Fíjense en la segunda de Ada Colau, que considera la pandemia una oportunidad para acabar con la industria del automóvil. «Evitar que se reactive», en sus palabras, para que «esos trabajadores se puedan trasladar a sectores más limpios». ¿No es maravilloso?
O sea, vamos a coger un sector industrial que pesa la décima parte del PIB, que emplea al 9% de la población activa y donde somos noveno productor mundial, por delante de Francia, y vamos a renunciar a él, por sucio, para poner a sus trabajadores a hacer cositas que les gusten a los socios de Sánchez, como dinamizar barrios o generar contenidos creativos para edificios okupados. Guau, tía.
En el pandemismo no solo hay amantes de la ingeniería social más descarnada. También hay señores muy serios, gente de orden, que postulan, con Soros, la emisión de una deuda perpetua para salir de la hecatombe. Para salir arrastrándonos, va de suyo, como corresponde a las circunstancias. ¿Quién la emite? No moleste, que usted no entiende de esto.
La deuda perpetua es una idea muy bonita porque ¡no se paga nunca! Es decir, se paga siempre más. El deudor, por supuesto, apoquinará los intereses. Y seguirá apoquinando, y seguirá. Y, como nunca se amortiza el capital, los países «auxiliados» contraen una obligación eterna. Es como una reproducción financiera del pecado original. Pero esta vez, ¿qué bautismo lo borrará? Está en la historia: no te pago más y punto.
Así que el pandemita puede ser un experto (noli me tangere) de derechas de toda la vida o un activista profesional, presto el adoquín contra la policía, con el moco colgando. Tampoco me toques, que soy un héroe, un elegido, y mi propia indignación, ya algo atenuada por el cargo y el coche oficial, me ungió cuando el 15-M.
La ventaja de los pandemitas de toda laya es que, como solo proponen, no están bajo el foco de la nueva censura. No me vas a verificar la validez de un proyecto, ¿no? Hombre, se puede evaluar la viabilidad. Verificar, sin ir más lejos, cómo todas las veces en que la autoridad ha fijado precios ha resultado en fiasco. Y sin embargo, el Gobierno socialcomunista ha ido a hacerlo con bienes escasos y de adquisición algo problemática, como ha comprobado Illa. Lo único que garantiza la fijación de precios es el desabastecimiento de los bienes afectados. Pero esos precedentes no los verifican los verificadores. Entre otras razones, porque forman parte del mismo magma que promueve las ideícas pandemitas.