SANTIAGO GONZÁLEZ

No parece que la experiencia haya servido a Sánchez ni a Iceta para descubrir la naturaleza de sus socios catalanes. El primer secretario reprochó a los separatistas haber perdido la ocasión de tener a un catalán como presidente del Senado. El doctor Sánchez insistió como apaciguador. Si un Iceta al frente de una Cámara no había sido suficiente, colocó a dos: Meritxell, mi Meritxell Batet, de presidenta del Congreso, y el senador Manuel Cruz como presidente del Senado. Los socialistas han acreditado desde hace décadas un desconocimiento esencial de sus adversarios catalanes. Sólo así es posible explicar su doble y fallido intento seductor: proponer a Miquel Iceta como presidente del Senado. Y tras el fracaso insistir con Batet y Cruz.

Al mismo tiempo, Ábalos y Celaá piden a Cs y al PP que posibiliten la investidura de Sánchez con encantador cinismo: si no quieren que pactemos con los golpistas y los amigos de Ternera, ustedes verán. Absténganse y no tendremos que pedirles el voto a ellos. No saben ustedes lo que estamos dispuestos a hacer para no soltar la teta nutricia de los presupuestos. ¿No dicen amar tanto a España? Pues demuéstrenlo. A nosotros España nos la sopla; lo único que nos interesa es el poder.

La ministra portavoz, Isabel Celaá, invitó también a Ciudadanos y PP a que se abstuvieran en la investidura de Sánchez «igual que hizo el PSOE en su momento con Mariano Rajoy», como forma de hacer «un servicio a España», decía la olvidadiza, tras calificar de ultraderecha a los invocados. Batet y Cruz fueron dos de los 15 diputados socialistas que votaron no en contra de lo ordenado por la Gestora del PSOE. Lo que Sánchez desconoce de sus socios es que odian a España y a los españoles, aunque a ninguno tanto como a los que son vascos o catalanes y se consideran españoles en su condición de tales.

Un ejemplo acabado de xenófobo, Ramón Labayen, escribió una nota necrológica, supongo que sentida, en el Diario Vasco tras el asesinato por ETA de Fernando Múgica Herzog en febrero de 1996: «Quizá él y yo congeniábamos en lo que en Fernando era Herzog, unidos por el afecto hacia Israel, y discrepábamos, a veces no sin acritud, en lo que tenía de Múgica. Shalom Múgica Herzog jauna».

Es la clave del nacionalismo: amar como judío o como español a quien se odia como vasco. O como catalán. La distancia entre Madrid y Bilbao que los nacionalistas vascos invocan de manera metafórica no es tal. Los nacionalistas ponen más distancia entre Bilbao y Bilbao. O entre Barcelona y Barcelona. Los socialistas han acreditado durante décadas su arraigada vocación de morroi del caserío o de masover de la masía, según sus procedencias.

¿Por qué creerán estos pardillos que un catalán socialista iba a satisfacer a los separatistas como presidente del Senado? Nunca odiaron tanto a ningún español los nacionalistas vascos como a Jaime Mayor Oreja, vasco de San Sebastián. Los nacionalistas catalanes y el PSC prefieren al podemita montoneroPisarello que al barcelonés Boadella, que además, está alfabetizado. O precisamente por eso.