Los periodistas que no temían a los políticos

DAVID JIMENEZ – EL MUNDO – 13/12/15

· Cuando Albert Rivera mostró el pasado lunes la portada de EL MUNDO con la exclusiva de los papeles de Bárcenas, ante los 10 millones de espectadores que seguían el debate electoral de Atresmedia, nuestra redacción reaccionó con un sonoro aplauso. No iba dirigido hacia el candidato de Ciudadanos, sino al reconocimiento, una vez más, de que la hemeroteca de este diario reúne las revelaciones periodísticas más importantes del último cuarto de siglo en España.

La respuesta ha sido la misma cada vez que hemos publicado una información comprometedora –«todo es una manipulación»–, ya fueran los fondos reservados de la etapa de Felipe González, la corrupción que tanto daño ha hecho al PP, el saqueo de los Pujol, el caso Urdangarin o los ERE de Andalucía. Por eso resultan tan previsibles las teorías conspirativas que han acompañado a nuestras investigaciones de esta última semana.

Fernando Lázaro ha contado las irregularidades que pesan sobre actuaciones de la juez estrella de Podemos, Victoria Rosell, que la incapacitarían para cualquier cargo público, más aún para el de ministra de Justicia. La respuesta de algunos de sus simpatizantes ha sido que estamos vendidos al Gobierno. También hemos revelado las comisiones millonarias cobradas en el extranjero por el embajador español en la India, Gustavo de Arístegui, y el diputado popular Pedro Gómez de la Serna, que habrían aprovechado sus cargos públicos para enriquecerse. «Estáis vendidos a Ciudadanos», fue la conclusión simplista que me trasladó un ministro.

No entienden que todo es más sencillo. No sé cómo funciona el proceso de decisión en otros periódicos –empecé de becario en EL MUNDO y no he trabajado para ningún otro–, pero puedo contarles cómo y por qué publicamos las historias en este periódico. Cuando nuestros reporteros de investigación Pablo Herraiz y Quico Alsedo me contaron la información que tenían sobre el embajador y el diputado del PP, las preguntas que nos hicimos no fueron si su publicación beneficiaba a uno u otro partido. ¿Es su contenido relevante para nuestros lectores? ¿Está bien contrastado? ¿Hemos hablado con todos los afectados para que puedan dar sus versiones y defenderse? ¿Hay algún riesgo de que nos pise la exclusiva otro medio? Porque eso sí: tenemos nuestro ego competitivo.

Habría preferido conocer esas informaciones fuera de la campaña electoral, porque sabía que se les iba a dar una intencionalidad de la que carecían. Pero, una vez estaban en nuestro poder, ¿qué debíamos hacer? ¿Ocultárselas a los lectores a quienes hemos prometido contarles la verdad? ¿Acaso no tienen derecho a saber si una juez que aspira a ser la próxima ministra de Justicia está moralmente legitimada para el cargo? ¿O si un diputado que vuelve a ir en las listas al Congreso por Segovia utilizará su posición para engordar su cuenta bancaria?

Si el periodismo es «el primer borrador de la historia», como decía el editor del Washington Post Philip Graham, no somos los periódicos quienes lo ensuciamos, sino aquellos que llegan a la política para servirse a sí mismos en vez de a los ciudadanos. Nuestra labor es poner el foco sobre ellos, sean del partido que sean, y hacerlo no debería ser un acto de coraje. No en un país como España.

Lo explica bien Arturo Pérez–Reverte al contar que, empezando en el oficio cuando era un adolescente, admitió ante el director de La Verdad, Pepe Monerri, que sentía miedo ante el encargo de entrevistar al alcalde de Cartagena. «¿Miedo?… Mira, chaval», le respondió Monerri. «Cuando lleves un bloc y un bolígrafo en la mano, quien debe tenerte miedo es el alcalde a ti». Dice con razón Pérez–Reverte que una de las cosas que han cambiado en España en estos años es que los políticos ya no respetan al periodista, ni por supuesto lo temen. Es fundamental que, de esta nueva etapa que comienza tras las elecciones, surja un país donde vuelvan a hacerlo.

DAVID JIMENEZ – EL MUNDO – 13/12/15

Cuando Albert Rivera mostró el pasado lunes la portada de EL MUNDO con la exclusiva de los papeles de Bárcenas, ante los 10 millones de espectadores que seguían el debate electoral de Atresmedia, nuestra redacción reaccionó con un sonoro aplauso. No iba dirigido hacia el candidato de Ciudadanos, sino al reconocimiento, una vez más, de que la hemeroteca de este diario reúne las revelaciones periodísticas más importantes del último cuarto de siglo en España.

La respuesta ha sido la misma cada vez que hemos publicado una información comprometedora –«todo es una manipulación»–, ya fueran los fondos reservados de la etapa de Felipe González, la corrupción que tanto daño ha hecho al PP, el saqueo de los Pujol, el caso Urdangarin o los ERE de Andalucía. Por eso resultan tan previsibles las teorías conspirativas que han acompañado a nuestras investigaciones de esta última semana.

Fernando Lázaro ha contado las irregularidades que pesan sobre actuaciones de la juez estrella de Podemos, Victoria Rosell, que la incapacitarían para cualquier cargo público, más aún para el de ministra de Justicia. La respuesta de algunos de sus simpatizantes ha sido que estamos vendidos al Gobierno. También hemos revelado las comisiones millonarias cobradas en el extranjero por el embajador español en la India, Gustavo de Arístegui, y el diputado popular Pedro Gómez de la Serna, que habrían aprovechado sus cargos públicos para enriquecerse. «Estáis vendidos a Ciudadanos», fue la conclusión simplista que me trasladó un ministro.

No entienden que todo es más sencillo. No sé cómo funciona el proceso de decisión en otros periódicos –empecé de becario en EL MUNDO y no he trabajado para ningún otro–, pero puedo contarles cómo y por qué publicamos las historias en este periódico. Cuando nuestros reporteros de investigación Pablo Herraiz y Quico Alsedo me contaron la información que tenían sobre el embajador y el diputado del PP, las preguntas que nos hicimos no fueron si su publicación beneficiaba a uno u otro partido. ¿Es su contenido relevante para nuestros lectores? ¿Está bien contrastado? ¿Hemos hablado con todos los afectados para que puedan dar sus versiones y defenderse? ¿Hay algún riesgo de que nos pise la exclusiva otro medio? Porque eso sí: tenemos nuestro ego competitivo.

Habría preferido conocer esas informaciones fuera de la campaña electoral, porque sabía que se les iba a dar una intencionalidad de la que carecían. Pero, una vez estaban en nuestro poder, ¿qué debíamos hacer? ¿Ocultárselas a los lectores a quienes hemos prometido contarles la verdad? ¿Acaso no tienen derecho a saber si una juez que aspira a ser la próxima ministra de Justicia está moralmente legitimada para el cargo? ¿O si un diputado que vuelve a ir en las listas al Congreso por Segovia utilizará su posición para engordar su cuenta bancaria?

Si el periodismo es «el primer borrador de la historia», como decía el editor del Washington Post Philip Graham, no somos los periódicos quienes lo ensuciamos, sino aquellos que llegan a la política para servirse a sí mismos en vez de a los ciudadanos. Nuestra labor es poner el foco sobre ellos, sean del partido que sean, y hacerlo no debería ser un acto de coraje. No en un país como España.

Lo explica bien Arturo Pérez–Reverte al contar que, empezando en el oficio cuando era un adolescente, admitió ante el director de La Verdad, Pepe Monerri, que sentía miedo ante el encargo de entrevistar al alcalde de Cartagena. «¿Miedo?… Mira, chaval», le respondió Monerri. «Cuando lleves un bloc y un bolígrafo en la mano, quien debe tenerte miedo es el alcalde a ti». Dice con razón Pérez–Reverte que una de las cosas que han cambiado en España en estos años es que los políticos ya no respetan al periodista, ni por supuesto lo temen. Es fundamental que, de esta nueva etapa que comienza tras las elecciones, surja un país donde vuelvan a hacerlo.