El Correo-MARÍA TERESA BAZO Catedrática de Sociología
Cuando los políticos no quieren oír cosas que les contradicen o desagradan, contando con personas o grupos que les halagan los oídos, llegan a creerse reyes natos de un país o región
Los resultados de las elecciones de Andalucía se han vivido en un ambiente de gran emocionalidad. La debacle del PSOE después de 36 años de Gobierno inininterrumpido en la comunidad autónoma, junto con la irrupción inesperada de un partido que era desconocido y sin disponer de los altavoces mediáticos ni los medios con los que cuentan las formaciones parlamentarias, ha causado una gran sorpresa. Personalmente, con los resultados algo que me ha impactado es ver la cara de la presidenta en funciones, Susana Díaz. Ahí no engañaba, no simulaba, era auténtica en su devastación. Yo creía que tendrían en secreto algún sondeo correctamente elaborado. Me preguntaba y lo sigo haciendo si es que les han mentido sobre los resultados. El CIS «de Tezanos», como se dice ahora, le llegó a dar entre 45-47 escaños en el Parlamento andaluz, es decir como en 2015, cuando solo ha llegado a conservar 33 asientos.
Se buscan las causas de tal descenso y se cita que su electorado no se ha movilizado. Pero esto es consecuencia de algo, que luego contribuye al desastre. Se cita así como una causa la baja participación en la cita electoral, cuatro puntos menos que en los comicios de 2015, pero curiosamente la participación más baja se obtuvo en 1990 (55%), año en que el PSOE obtuvo 62 escaños y la mayoría absoluta, y según el ‘ABC’ de Sevilla del día 3, históricamente la menor participación suele dar mejores resultado al partido. No así en 2018. Algo ha sucedido, la conjunción de varios factores, sin duda, que ha cambiado el sino del partido más votado en Andalucía.
Se observa coincidencia en los medios sobre que las políticas del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, han podido contribuir al desastre. La territorial, como son sus intentos de apaciguar a los líderes independentistas catalanes, cuando está comprobado ya con el Ejecutivo anterior que es perder el tiempo; fiscal con la subida de impuestos y el susto a fabricantes, distribuidores y consumidores con la prohibición del diésel; quizá ha asustado más su ‘co-gobierno’ con Podemos y el apoyo de sus otros socios. Y, sin duda, la corrupción prolongada con los casos de los ERE o los cursos de formación en la comunidad autónoma andaluza, acompañados además de algunos hechos personales deleznables. Cuando se ha ido conociendo y asumiendo todo eso muchos de sus votantes, aunque avergonzados y decepcionados por su partido, no han querido votar a otro por lealtad, afecto, tradición familiar, y han optado por no acudir a las urnas, algunos miles habrán decidido depositar una papeleta en blanco en las urnas. Otros han votado a otras opciones.
Mucho se ha lamentado la caída de un partido nacional respetuoso de la Constitución de 1978, declive que se ve por algunos imparable como ya ha sucedido en otros países europeos. Y debe decirse que algo podría haberse entrevisto y quizá corregido su deriva. En el caso de Andalucía al menos ya desde hace tres años, cuando fueron las anteriores elecciones. He revisado los datos del CIS sobre esos comicios autonómicos, que tuvieron lugar el 22 de marzo de 2015, y resulta interesante observar en el electorado andaluz algunas tendencias cuyo análisis se ha despreciado. Por ejemplo, la falta de afección entre el electorado por la presidenta que sustituyó al Sr. Griñán cuando dimitió en 2013 por el caso de los ERE. Sólo el 33% de los encuestados manifestó que le gustaría que la Sra. Díaz renovase como máxima presidenta de la Junta de Andalucía. En la pregunta que se formulaba sobre si «en elecciones autonómicas lo más importante es el candidato/a con independencia del partido al que pertenezca», la proporción que se muestra más bien en desacuerdo era el 55%. Parece que el partido importaba más que el candidato/a, pues la valoración que se hacía de la gestión de la presidenta en los dos años y medio que llevaba al frente del Ejecutivo con sede en Sevilla sólo el 21% la consideraba muy buena o buena, mientras que mala o muy mala la veía el 30%. Eran más quienes creían que esa gestión era regular, el 35%, y el 14% no sabía. En cuanto a la pregunta de si votarían en las elecciones, el 67% declaraba que «con toda seguridad acudirá a votar», y el 15% que «probablemente sí». La participación en 2015 finalmente fue del 62%. Y ya entonces destacaba algo que nunca se debió pasar por alto: en la pregunta: «¿Es usted partidario/a de que tras las elecciones gobierne en Andalucía un partido o partidos distintos al actual?», el 53% contestó que sí, que deseaba un cambio, y sólo el 25% decía apoyar la continuidad. El resto, el 21%, manifestaba indiferencia o desconocimiento.
Cuando los políticos se ensoberbecen y no quieren oír cosas que les contradicen o desagradan, contando con personas y grupos que por conveniencia procuran halagar sus oídos, llegan a creerse reyes natos de un país o región, y se van alejando irremediablemente de la realidad sin querer saber de nada más que de su situación personal. Nublado el conocimiento y la razón acaban creyéndose dioses tocando la lira en su particular Olimpo. Hasta que les hacen despertar.