Si Miguel Sanz quiso alejarse del PP para «no romper Navarra», mucho menos le interesará dejar la comunidad en manos de otros gobierno controlados por fuerzas nacionalistas. Algo que podría ocurrir si los partidos del centro derecha no vuelven a recorrer el camino juntos. Un reto más plausible si la alcaldesa Yolanda Barcina se lo toma en serio.
Poner en marcha una comisión constitucional, y no una gestora, como tiene que hacer ahora el PP en Navarra es algo mucho más complicado que buscar piso en Pamplona, como se ha llegado a frivolizar en algunos titulares. El Partido Popular, al que se han afiliado 286 personas para echar una mano a Jaime Ignacio del Burgo y al ex parlamentario de UPN Santiago Cervera, tiene que empezar de cero. Construir la casa, de nuevo, desde los cimientos, aunque para ello cuente con valores en alza de representantes políticos del partido de Miguel Sanz que han decidido mudarse de casa, no es tarea fácil.
Desde que UPN en Navarra ganó las elecciones forales con una mayoría insuficiente (42%) y necesitó el apoyo de la tercera fuerza política de la comunidad (el partido socialista), empezó a perfilarse la operación de distanciamiento del partido de obediencia nacional para reafirmarse en su perfil autónomo y superar la imagen de sucursal del PP. Era una cuestión de supervivencia en el poder. Miguel Sanz necesitaba asegurarse la estabilidad en el Gobierno de Navarra y, por eso, no le interesó enfrentarse al partido socialista. Un cálculo tan pragmático que ha terminado provocando una ruptura de incalculables consecuencias electorales.
Consumada la ruptura, es el momento de los desahogos y los agravios. Otros partidos vecinos ya pasaron por una experiencia similar. El PNV y EA también se tiraron los platos a la cabeza y terminaron con la vajilla rota y disputándose la herencia de las sedes para acabar reconociendo que, a la hora de presentarse ante el electorado, se veían obligados a sumar fuerzas. Y el PNV ha terminado gobernando con su escisión durante muchos años; una alianza que, por cierto, se pone en crisis cíclicamente y que, en su día, fue justificada por el ex lehendakari Garaikoetxea con una frase tan rotunda como lacónica: «A grandes males, grandes remedios».
Todavía tienen mucho tiempo en Navarra hasta que se convoquen las próximas elecciones autonómicas pero, hoy por hoy, sin duda, los partidos de centro derecha están con la vajilla hecha añicos. «UPN no tiene que dar lecciones de nada al PP», dice Basagoiti. «Los que se han dado de baja son unos tránsfugas», protestan en UPN, que reclaman la devolución de los escaños. Pero los platos rotos, cuando pase un tiempo y vuelvan a poner sobre una balanza los males y los remedios, deberán recomponerse.
Si Miguel Sanz quiso alejarse del PP para «no romper Navarra», mucho menos le interesará dejar la comunidad en manos de otros gobiernos dirigidos o controlados por fuerzas nacionalistas. Y ésa es una posibilidad que podría ocurrir si el centro derecha no es capaz de volver a unir sus fuerzas. Los votantes huyen de los partidos divididos. PP y UPN tendrán que volver a recorrer el camino juntos. Un reto más plausible si la alcaldesa Yolanda Barcina se lo toma en serio.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 5/11/2008