Francesc de Carreras-El Confidencial
- Pasará la pandemia, se empieza a notar el efecto benéfico de las vacunas, pero ahora comenzará la fase más dura de la crisis económica y social y durará unos años
Como en todos los medios, también en este, se hablaba tanto de las elecciones en la Comunidad de Madrid que pensé conveniente no olvidar la anomalía catalana: más de dos meses sin Gobierno porque allí ni los independentistas se entienden entre sí. Pero tras lo sucedido en el debate de la SER el viernes pasado por la mañana, el cuerpo me pide tratar de la grave tensión de la campaña electoral que se vive en Madrid, donde los populismos se retroalimentan y se corre el riesgo de que se contagien los demás partidos.
La atmósfera ya venía cargada tras estos últimos años de inestabilidad política y, sobre todo, de dividir el sistema de partidos en dos bloques separados por un muro fatal: la izquierda y la derecha sin admitir fisura alguna en el seno de ambas. Ello no es exactamente así, aunque los consultores políticos nos quieran fabricar esta imagen.
En la izquierda se han situado formaciones muy distintas, algunas de las cuales nada tienen que ver con la izquierda clásica (el PSOE o el PCE de otros tiempos) ni siquiera con las nuevas izquierdas ‘verdes’ europeas a las que hoy parece apuntar –y sería bueno que así fuera– el partido que lidera Íñigo Errejón. Me refiero, naturalmente, a Podemos, a los nacionalistas separatistas sobre todo catalanes pero también vascos y, como aspecto nuevo y extraño, a la misma imagen que está dando el actual PSOE que dirigen Pedro Sánchez e Iván Redondo.
Con populismo latinoamericano, nacionalismo y socialdemocracia es imposible constituir un bloque sólido con capacidad de gobernar, el cúmulo de sus contradicciones es excesivo. Esto es lo que sucede desde la malhadada moción de censura que en junio de 2018 elevó a Sánchez a la presidencia del Gobierno: confusión y desgobierno. No podía ser de otra manera.
Por otro lado, es evidente que, tras el desengaño con Rajoy y su mala gestión de la insurrección catalana, muchos votantes habituales del PP, y otros que se mantenían en la abstención, han dado alas a Vox, un partido nacionalista español antisistema constitucional de 1978, es decir, populismo barato como Podemos pero buscando los votos descontentos del otro lado del electorado.
Pablo Casado no quiso caer en la trampa que le tendió Abascal en la moción de censura de otoño y rechazó todo intento de futura alianza. A mi parecer hizo bien: demostró que el PP es un partido de gobierno y no un partido populista. Isabel Díaz Ayuso ha seguido estos pasos, es más, su éxito en los sondeos está basado en que ha demostrado ser un partido de gobierno en esta época tan difícil de la pandemia. Pero, a su vez, dada esta política tan polarizada en bloques antagónicos, puede encontrarse abocada a pactar con Vox para alcanzar una mayoría suficiente.
Y ahí encontramos a faltar el partido de centro capaz de hacer de puente entre unos y otros. El Ciudadanos de Rivera se escoró a la derecha en 2019, cambió de estrategia sin tener en cuenta la voluntad de sus votantes y perdió su función principal: evitar que el PSOE tuviera que pactar con Podemos y con el apoyo externo de los separatistas. Tarea que inesperadamente se convirtió en urgente poco después, por razones sanitarias, económicas y sociales, a partir de la pandemia.
Tras el desastre de las elecciones de diciembre de 2019, Inés Arrimadas intentó volver a cumplir con esta función de partido bisagra pero fue víctima del fuego cruzado dentro de su mismo partido y de su menguante electorado, de aquellos que no entienden que pactar no es traicionar sino hacer política en serio, la más difícil, la que contribuye a gobernar un país. Finalmente, su grave error en Murcia terminó, sondeos mediante, precipitando a su partido hacia el abismo de la desaparición tras las elecciones de Madrid. Sin embargo, ahora que empieza a conocerse el gran valor como político de Edmundo Bal, quizás se aprecie la necesidad de un partido como Ciudadanos en ese momento político y puedan salvar los muebles, es decir, obtener como mínimo los siete diputados que permitirían a Ayuso no tener que pactar con Vox para ser elegida presidenta.
Si los líderes políticos no pueden dialogar entre sí con educada pasión, el naufragio se acerca: trasmiten una inquietud enfermiza
Escenas como la de Vallecas, en las que se trató de impedir que Vox llevara a cabo un mitin, o como la del programa de la SER en que el comediante Iglesias lo tenía todo preparado para abandonar la escena y Rocío Monasterio exhibió una insoportable chulería antisistema, no pueden repetirse porque ponen a la democracia constitucional en cuestión. Si los líderes políticos no pueden dialogar entre sí, con educada pasión, el naufragio se acerca: trasmiten a los ciudadanos una inquietud enfermiza que puede conducir a cualquier desastre.
Estudiemos historia y aprendemos de ella, de la historia española y de la europea. Saber historia es la mejor manera de entender de política, de adquirir la perspectiva suficiente para ver con antelación los peligros que en determinados momentos amenazan un país. Pasará la pandemia, se empieza a notar el efecto benéfico de las vacunas, pero ahora comenzará la fase más dura de la crisis económica y social, durará unos años. Cuidado, cuidado: los populismos son peligrosos.
Al principio les he dicho que quería tratar de la hoy olvidada, pero no menos grave, cuestión catalana. La pluma –el teclado, naturalmente– se me ha deslizado hacia la situación en Madrid. No hay espacio, lo dejamos para otro día. Solo advertirles una cosa: si no hay acuerdo entre Junts (Puigdemont) y ERC para formar Gobierno porque están en juego alrededor de quinientos cargos muy bien remunerados. Así es de miserable la élite nacionalista catalana, en esta medida son patriotas los separatistas.