José Luis Gómez Llanos-El Correo

  • Las instituciones judiciales pueden ser integradoras si estos individuos se reincorporan sinceramente a la familia democrática

Ha sido necesario que un remero de Urdaibai, la trainera ganadora de la prestigiosa regata de La Concha, dedicase su flamante victoria a los presos de ETA para que esta espinosa cuestión volviese a un primer plano. Pero todo habría podido quedar en anecdótico si este gesto indecente no hubiese sido aplaudido por Arnaldo Otegi, coordinador de EH Bildu, que ha revelado su verdadera cara al alabar las insultantes palabras de un deportista vasco que se acuerda de un asesino de ETA tras su victoria.

Para agravar aún más si cabe la dramaturgia de la situación, se daba la circunstancia de que un hijo de Ramón Díaz, cocinero de la Comandancia de Marina de San Sebastián asesinado por ETA en enero de 2001, es el patrón de la Donostiarra Arraun Elkartea, que también participaba en la competición.

Qué lejos estamos hoy de aquel comunicado de hace dos años en el que los presos de ETA pedían que se acaben los homenajes públicos a los exreclusos de la banda porque causan «dolor» a las víctimas. En aquel entonces el colectivo de internos de ETA afirmaba que, en lo sucesivo, los recibimientos serían «en un espacio privado entre allegados». Por analogía cabe suponer que censuraron también lo ocurrido tras la regata de Donostia.

Varias cosas llaman la atención. Primero que la organización de este importante evento deportivo no haya tomado cartas en el asunto velando por el prestigio de esta competición, que determinadas actitudes, dichos o actos podrían alterar negativamente. Segundo, que el equipo Urdaibai no haya censurado a su remero, y se haya limitado a decir que sus declaraciones eran a título individual. Faltaría más.

Es evidente que la cuestión de los presos arrastra la historia de la organización a la que pertenecieron tras más de una década desde su disolución. Las leyes que les condenaron no se abolieron entonces y los autores aún sin juzgar deberán responder por sus actos ante la Justicia. Sobre esta cuestión un demócrata no debe albergar duda alguna.

Pero no es menos cierto también que si los que tanto dolor han infligido a la sociedad adoptaran una actitud sinceramente de compasión con sus numerosas víctimas, si los presos puestos en libertad adoptaran comportamientos de arrepentimiento personal por sus actos delictivos (sin tener que delatar a nadie), la sociedad española adoptaría una mirada de perdón y de acogida superior a lo que se observa hoy. Las instituciones judiciales pueden ser reparadoras, pueden ser integradoras, incluso hasta generosas si se percatan de que estos individuos se han reincorporado al fin, y sinceramente, a la familia democrática. Lo que excluye demasiados comportamientos provocadores e insultantes para con las víctimas como los que hemos podido observar estupefactos estos últimos años.

Nos olvidamos demasiado pronto de que, en su letal carrera, ETA actuó mucho más en periodo democrático que durante el franquismo y sus numerosos y variados atentados simbolizaron trágicamente la entrada de nuestro país en un ciclo terrorista infernal caracterizado por la omnipresencia de una amenaza exponencial a la sociedad española en su conjunto. Las ‘víctimas psicológicas’ fueron, por tanto, infinitamente más numerosas que las personas asesinadas o heridas.

El terrorismo de ETA afectó en un registro muy profundo, fue un terror que despertó la pulsión de vida, por eso provocó una especie de pánico moral, porque fue el resultado de un intercambio violento entre hombres que parecían no temer a la muerte y una población que reprimió la muerte y para la que el sacrificio había perdido todo sentido.

España es el único país occidental de la era moderna en el que, tras el fin de un sangriento episodio de terrorismo que produjo casi mil víctimas mortales, a los líderes de la correa de transmisión política de la banda disuelta se les ha permitido tener semejante representación institucional e integración en el juego democrático.

¿Cómo debe ser interpretado ese hecho objetivo? ¿Como debilidad de los demócratas y cobarde permisividad ante los inductores de los asesinos, o como un gesto de apertura, de voluntad de volver la página, de tender la mano a individuos descarriados?

Más allá de tal o cual acontecimiento puntual, lo que está en juego es, qué duda cabe, cuál de estas dos respuestas se terminará imponiendo en nuestra memoria colectiva como país y cuál de estas dos interpretaciones podremos legar a las generaciones futuras.

Seamos optimistas, no armemos la verdad de piadosas mentiras y dejemos a los presos de ETA, al fin, en paz.