El Español-Editorial
Año tras año, la realidad se encarga durante los Sanfermines de refutar ese mito interesado que dice que el nacionalismo vasco ha sido «normalizado», que la violencia es cosa del pasado y que la simpatía por ETA es marginal entre la sociedad vasca y aún más entre esa parte de la navarra que vota a EH Bildu.
La violencia desatada ayer por los proetarras en la calle Curia de Pamplona durante el tradicional recorrido de la procesión de San Fermín, formada por miembros del Ayuntamiento y del cabildo, demuestra que esa violencia no sólo no ha desaparecido, sino que sigue presente en Navarra y el País Vasco.
La imagen de docenas de radicales agrediendo, insultando y escupiendo al alcalde Enrique Maya, a los concejales de Navarra Suma y del PSN, incluidas María Echávarri y la socialista Maite Esporrín, que acabaron por los suelos, confirma que la violencia proterrorista goza de buena salud y, lo que es más grave, de una chocante impunidad.
Las agresiones dejaron tres policías heridos y varios contusionados. Uno de ellos recibió un botellazo en la cara. A otro le rompieron la nariz.
La prueba de que los incidentes habían sido preparados meticulosamente es la estrechez del pasillo que dejaron los violentos, una ratonera de la que resultaba imposible escapar y que convertía a las víctimas y a los policías encargados de protegerles en blanco fácil de los puñetazos y las patadas que recibían desde ambos lados de la calle.
El hecho de que ni los miembros de EH Bildu ni los de Geroa Bai (la marca blanca del PNV en Navarra) fueran agredidos ayer demuestra además que los violentos sabían perfectamente a quién agredían y cuál era el mensaje que estaban transmitiendo.
El de que Pamplona le pertenece a los nacionalistas vascos y no a los pamploneses, que los Sanfermines son su fiesta y que su futuro pasa por la asimilación al País Vasco.
No son una minoría
Las agresiones de la calle Curia son más significativas si cabe porque se producen durante el 25 aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco. De nuevo, el mensaje es claro. El proyecto iniciado por ETA continúa hoy en manos de los mismos que hace 10 o 15 años habrían muy probablemente ingresado en la banda terrorista. Los métodos son distintos y la violencia ha disminuido su intensidad. Pero sigue donde solía.
Los incidentes se producen apenas unos días después del pacto del Gobierno con EH Bildu para la aprobación de una Ley de Memoria Democrática que deslegitima la Transición, extiende el franquismo hasta 1983 y convierte a los terroristas etarras en víctimas merecedoras de indemnización «por su lucha por la consolidación de la democracia, los derechos fundamentales y los valores democráticos».
Por si fuera poco insulto que un partido como EH Bildu, una formación que no condena el terrorismo y que participa en los homenajes a los asesinos etarras que salen de la cárcel, sea uno de los encargados de reescribir la historia de España al gusto del independentismo vasco, ayer se añadió la injuria de las agresiones de la calle Curia.
No ayuda a solucionar el problema que sufre Navarra esa actitud contemporizadora de algunos ciudadanos navarros que suelen achacar la violencia a una minoría.
Y no ayuda porque, como la historia ha demostrado, no hace falta más que una pequeña minoría de radicales altamente movilizados (se habla en diferentes estudios de un escaso 10%) para reventar una sociedad si el 90% restante se paraliza frente a la violencia y cierra los ojos frente a ella como se hacía en el País Vasco de los años de plomo.
Y es que cuando una minoría radical actúa de forma concertada y está dispuesta a la violencia, acaba siendo más eficaz y eficiente en sus objetivos que muchas mayorías.
Es trabajo del Ayuntamiento y de la Delegación del Gobierno identificar a los violentos, investigar quién diseñó y organizó el linchamiento de la calle Curia y ejecutar las medidas que sean necesarias para que lo ocurrido ayer no se vuelva a repetir jamás.