Me dirijo a usted, que apenas tiene tiempo de pensar más allá de trabajar y trabajar como un mulo sin esperanza, sin apoyos del estado, sin que nadie le proteja de los impagados, los sinvergüenzas, los ladrones o la administración. Y, total, para malvivir porque los impuestos se llevan casi todo lo que no hacen los gastos, que han aumentado una monstruosidad. Usted, que creyó que tenía un amigo en la sucursal de su entidad bancaria y ahora ni tiene amigo ni tiene a nadie salvo una señorita fría y nada empática que lo deriva a un cajero que, puestos a comparar, incluso parece más cariñoso. Usted, que logró comprar un piso para vivir con su familia al que ahora ha tenido que dotar de un sistema de alarma, que ni que fuese el Banco de España para que no le entren. Ah, y una pequeña casita en el pueblo que ahora tiene ocupada por unos desalmados a los que no hay manera de expulsar porque la ley los protege.
Usted, que mantiene a unos hijos que ni estudian ni trabajan porque están esperando paguitas salvadoras y, además, papá, yo no quiero trabajar en nada que no sea de lo mío – generalmente alguna oscura afición artística de difícil desempeño si tenemos en cuenta el escasísimo talento de los interfectos y su reluctancia a hincar el lomo -, que mantuvo a sus padres hasta que Dios se los llevó, que ve a su mujer trabajar como una jabata a pesar de su estado de salud no tan bueno como ella quiere hacerle creer.
Usted que pensó que el mundo, España, el gobierno, los políticos, eran como usted, formales y serios, ahora es convocado a votar
A usted, que se pasó la vida creyendo que bastaba con ser honrado, respetar la ley, usted, que creía en la metafísica del trabajo bien hecho, usted, que nunca se ocupó de política más que de cuando de votar se trataba, usted, que no es de derechas ni de izquierdas porque tuvo que abandonar sus estudios a los catorce años para colocarse de aprendiz dado que en su casa había necesidad y las urgencias del plato en la mesa podían más que los libros de Marx o Proudhon. Usted, que lleva los últimos cuarenta años levantándose a las cuatro de la mañana para acudir a su taller y vuelve a su casa pasadas las diez de la noche, que come cada día lo que le pone en la fiambrera su señora cuando no sucede que es ella la que come lo que le pone usted; usted, que lleva a su lado toda la vida sin un pero y que la quiere como a nadie en el mundo, usted, que imaginaba que a sus años se habría podido jubilar pero comprueba que con lo que le dan de paga no tiene ni para comer – “No te quejes, hombre, otros habrá peor que al menos nosotros tenemos la casa pagada”, le dice su señora -, usted, que nunca ha hecho huelga, nunca ha pedido una baja por enfermedad, nunca ha faltado un solo día al trabajo, usted, que hizo la mili con los ojos como platos porque era la primera vez que veía el mar y más desde un buque porque le tocó servir en la Armada, usted, que no mira informativos ni lee los diarios ni escucha la radio porque lo que ve le abruma, le pesa, le mata.
Usted, que no debe un duro a nadie y menos al Estado, usted que siempre ha preferido esperar a tener el dinero y pagar a toca teja porque no se fía de los plazos, usted que tiene un pequeñito plan de pensiones que no le dará ni para dos años, usted que pensó que el mundo, España, el gobierno, los políticos, eran como usted, formales y serios, ahora es convocado a votar. Y mira por la ventana que, por cierto, habría que arreglar porque tiene la persiana descompuesta, madre mía, más gastos, y ve un mar de azoteas y balcones y ventanas iguales a la suya con gentes que se están preguntando lo mismo. ¿Por qué no nos dejan en paz? ¿Por qué no se van a hacer puñetas? ¿Por qué todo está organizado para que siempre gane la trampa, lo falso, la estafa? ¿Por qué los malos siempre salen de rositas?
Ya que pagamos su fiesta lo mínimo es ir, votar y decir que reservamos el derecho de admisión. Esto ya no va de politiquerías. Va de supervivencia. La suya, la mía
Créame que lo entiendo, amigo mío. Pero ya que pagamos su fiesta lo mínimo es ir, votar y decir que reservamos el derecho de admisión. Esto ya no va de politiquerías. Va de supervivencia. La suya, la mía. La de todos.