JAVIER ZARZALEJOS-EL CORREO

  • Cuando Grande-Marlaska dijo que Otegi debería abandonar la política tal vez pedía a Bildu un improbable acto de decencia

Aún se puede escuchar aquello de que donde hubo fuego siempre quedan rescoldos. Esta imagen de la persistencia de los amores frustrados puede aplicarse a otras situaciones, a otros avatares biográficos y no solo a lo que a veces ocurre con el amor contrariado, que diría García Márquez. Podría aplicarse, por ejemplo, al pasado de un juez. Hace unos días el actual ministro del Interior y exmagistrado de la Audiencia Nacional, Fernando Grande-Marlaska, preguntado por Bildu, terminó saliendo de las generalidades en su respuesta y sostuvo que Arnaldo Otegi debería abandonar la política. Tal vez el ministro pedía a Bildu un improbable acto de decencia, ya que el propio Gobierno al que pertenece no ha sido capaz de hacerlo al abrazar como socio en la «dirección del Estado» a quien hizo todo lo que pudo por destruirlo y lo volverá a hacer si puede.

Pero es posible que también a Grande-Marlaska se le avivara por un momento el rescoldo que dejó su vida de juez, conocedor de primera mano de lo que son personas como Otegi. Pudo ocurrir que en esa entrevista de hace unos días a Grande-Marlaska le viniera el recuerdo de aquel 26 de mayo de 2006 en el que amplió los cargos contra ocho dirigentes de Batasuna, entre ellos Otegi, después de que uno de ellos, Joseba Permach, advirtiera de que no habría paz si alguno de ellos entraba en prisión. Fue entonces cuando, para demostrar que no tenían nada que ver con la decisión de Grande-Marlaska, los socialistas vascos liderados por Patxi López anunciaron que se reunirían públicamente con la dirección de Batasuna, que era un partido ilegal y disuelto.

Tal vez al ministro le viniera a la memoria la carta que Pilar Ruiz Albizu, matriarca de los Pagaza, había dirigido un año antes a López. Una carta abierta, entre grito y plegaria, que mantiene íntegra su fuerza moral y su acierto histórico: «Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son. A tus pasos los llamarán valientes. ¡Qué solos se han quedado nuestros muertos, Patxi! ¡Qué solos estamos los que no hemos cerrado los ojos!».

Seguro que Grande-Marlaska recordaba el 7 de junio de ese año, cuando prohibió una rueda de prensa que Otegi pretendía dar en Navarra o cuando, días después, se llevó a cabo la redada en el bar Faisán de Hendaya, o, más grave aún, cuando devolvió a la cárcel al sangriento Iñaki de Juana. Los socialistas no fueron precisamente amables con su hoy ministro. Entre un Otegi, blanqueado ya entonces como artesano de la paz por el PSOE, y Grande-Marlaska, prototipo del juez aguafiestas y opuesto al proceso que iba a traer la paz de mano de los que la destruían, no había comparación. Y no se cortaron a la hora de hacerlo visible.

Lo explicó Jesús Eguiguren (‘ETA, las claves de la paz. Confesiones de un negociador’. 2011): «Hubo jueces interesados en demostrar que no tenían nada que ver con un Gobierno contestado desde su oposición y endurecieron su celo. Al juez Grande-Marlaska lo creía progresista. Me sorprendió cuando empezó a prohibir a Otegi ruedas de prensa una vez empezado el proceso, cuando se habían tolerado en momentos anteriores. Supongo que estas decisiones las tomaron algunos jueces para hacer méritos en su carrera». En suma, concluye Eguiguren: «Aunque nadie pone en duda que la responsabilidad del fracaso la tuvo ETA, las decisiones judiciales de Grande-Marlaska contribuyeron a enrarecer el ambiente entre la izquierda abertzale y el Gobierno y a debilitar las posiciones de Otegi y los suyos frente a quienes veían el proceso, desde ETA y la izquierda abertzale, con total reticencia».

Es un detalle esa adversativa inicial que hace recaer sobre ETA lo que le era propio, es decir, practicar el terrorismo, pero la descalificación de Grande-Marlaska, la malévola acusación de actuar contra Batasuna y ETA para hacer carrera, la implícita imputación de prevaricador al atribuir propósitos ilegítimos a sus decisiones, supongo que habrán llevado a los detractores de Marlaska dentro del PSOE a ofrecerle disculpas o al menos una explicación. No creo que haya ocurrido ni que vaya a ocurrir. Más bien, será el actual ministro y exmagistrado el que tendrá que cuidarse, no sea a él al que le exijan pedir disculpas a Otegi, ahora que uno ha colgado la toga y otro ha dejado el banquillo para compartir la dirección del Estado.

Que el ministro pierda toda esperanza. Otegi no se va a ir. El éxito de su permanencia es precisamente hacer visible en toda su crudeza la chapuza moral que le acepta como socio, no facilitar la coartada para aliviarla.